Semana de claroscuros, no sólo metafórica sino literalmente. El 5 de abril, la policía ecuatoriana entró por la fuerza en la embajada de México en Quito para detener al ex vicepresidente de Ecuador Jorge Glas, que solicitaba asilo político. Con firmeza y consistencia, nuestra embajadora Raquel Serur rechazó y condenó el atropello y el país todo recibió múltiples muestras de solidaridad memoriosa, a pesar del desempeño errático y hasta equívoco del Presidente en la escena internacional.
El domingo 7 se celebró el primer debate entre las candidatas y el candidato a la Presidencia de la República. El lunes 8 el cortejo entre la Luna y el Sol se apreció y disfrutó por centenares de miles –millones sin exagerar– de almas humanas que, entre expectativas, temores y conocimientos científicos, celebraron un acontecimiento que (nos) acercó a la idea de comunidad global.
Las críticas al debate entre los tres candidatos presidenciales han soslayado una falla primordial: nuestra falta de práctica y, por ende, de tradición en el ejercicio del debate.
Siempre podrá criticarse a uno u otra por su desempeño ante las cámaras, pero lo cierto es que en lo sustantivo no dejaron de ser pueriles los comentarios en cascada a los que se dieron muchos comentaristas al darle preferencia al quién “ganó” el debate, en vez de examinar el contexto y analizar los temas tratados.
El domingo pasado fueron mencionados, casi podría decirse que de pasada, temas fundamentales: la salud, la educación y la corrupción. En cuanto a la salud, todos la calificaron como un derecho, nunca protegido y menos visitado por los mexicanos, aunque ninguno mencionó palabra alguna en torno a, por ejemplo, ¿qué significa contar con un sistema de salud cuyos pilares sean los criterios de universalidad, eficacia, eficiencia y equidad? ¿Qué porcentaje del producto interno bruto se requiere para volver realidad cotidiana estos criterios? ¿Cómo financiar un sistema con esas características? ¿Cómo dotarlo de suficientes recursos materiales, financieros, humanos y organizativos?
De esta manera, el debate dominguero (nos) confirmó a muchos la idea de que falta un buen trecho de conversación y estudio para que los aspirantes a ocupar puestos del poder formal puedan encontrar más que un “tono”, las ideas y argumentos necesarios para que la competencia político-electoral democrática en México sirva para exponer a los ojos de todos planteamientos detallados en materias esenciales. Por lo pronto, más allá de los actos de fe en el un tanto fantasmal sistema sanitario, lo que hay son carencias, filas interminables, citas siempre esquivas.
Los debates, conviene tener presente, son materia esencial para toda democracia, expresión natural de la pluralidad y el juego político-electoral, y no meros esquemas rígidos e hiperformales. Deberían servir de canales aceitados y organizados para propiciar la deliberación reflexiva sobre qué hacer aquí y ahora para salir del laberinto y no permitir el funesto recurso de las mistificaciones de asuntos cruciales para la vida en común como lo es, hay que insistir, el de la salud: cómo organizar, administrar y financiar un sistema nacional acorde con la reforma constitucional hecha en 2011, cuyos principios son la universalidad, interdependencia y progresividad, cuestión fundamental que debería ocuparnos y obligarnos a salir de la noria discursiva.
Repensar los términos y propósitos de los debates por venir es misión urgente del Instituto Nacional Electoral, pero igualmente de los medios de información y comunicación.
Más que seguir en el regodeo del no debate, hay que pasar ya a una confrontación sustentada de ideas y líneas de acción para hoy y mañana.