El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y otros dirigentes occidentales se apresuraron a condenar la ofensiva iraní, así como a ratificar su apoyo incondicional a Israel. En Washington, las reacciones oficiales estuvieron cargadas del histrionismo característico de la sociedad y la clase política estadunidense, con el despliegue coreográfico del mandatario interrumpiendo su descanso sabatino para volver a toda prisa a encabezar un cuarto de guerra con su gabinete y sus asesores militares. Tanto los gobernantes como los grandes medios de comunicación de Occidente resaltaron los tópicos de un Israel bajo fuego, víctima del odio y el belicismo de la república islámica. En este sentido, presentaron los actos de ayer como una agresión no provocada cuyo único móvil se encontraría en la arbitrariedad del régimen de los ayatolás.
Con todo, hay algo de cierto en la andanada de desinformación y propaganda difundida en las últimas horas: no existe ningún precedente de un ataque de esta escala de Irán hacia Israel. Pero esta afirmación no puede hacerse en sentido contrario: Tel Aviv tiene un largo historial de bombardeos de instalaciones iraníes y asesinatos de civiles y militares persas tanto dentro del territorio de Irán como en otros países, principalmente Siria y Líbano. Desde hace más de una década y de manera rutinaria, Israel lanza misiles contra todo tipo de objetivos sirios con el pretexto de que están vinculados con Irán, violación a la legalidad internacional que no merece ningún comentario por parte de quienes hoy condenan a la república islámica. Asimismo, Israel ha actuado en complicidad con Washington para sabotear el programa nuclear civil iraní, con acciones de terrorismo cibernético que han generado pérdidas de miles de millones de dólares, retrasado por años la adopción de la energía atómica por Teherán e impedido el desarrollo de su red eléctrica.
Está claro que el ataque –hasta donde se sabe, fallido– contra Israel se inscribe en el conflicto de baja intensidad que sendos estados mantienen desde hace décadas, y que la verdadera escalada no fue la respuesta de Irán, sino el bombardeo israelí contra una sede diplomática protegida por la soberanía siria y por la Convención de Viena. Sin embargo, puede tener el efecto de fortalecer al régimen de Benjamin Netanyahu y de revertir el desgaste autoinfligido por el político ultraderechista tras medio año del brutal genocidio conducido por las fuerzas armadas israelíes contra la población palestina en la franja de Gaza. Además del riesgo de desatar una verdadera guerra regional e incluso global, estas acciones podrían facilitar el exterminio del pueblo palestino al desviar la atención internacional y reavivar la victimización con que Israel justifica todas sus atrocidades contra la nación cuyos territorios usurpó hace más de 70 años.