Ciudad de México. Era un duelo con el orgullo como botín de recompensa. En esa pugna, Monterrey se llevó el premio al arrebatar un empate 3-3 a Tigres cuando parecía imposible y en tiempo agregado, en una edición más del clásico regio.
El lugar común, ese espacio donde se desgrana la sabiduría deportiva en forma de frases de batalla, dice que los clásicos obedecen otras reglas ajenas a la lógica del torneo regular. El derbi del norte, entre Monterrey y Tigres, es una competencia que se cocina con sus propios ingredientes y arde sobre brasas. El partido fue el ejemplo más acabado de lo que significa un duelo de esta naturaleza.
La autoestima de los dos equipos regios llegó con diferencias significativas por sus resultados en la Concachampions. Rayados eliminó a media semana al Inter Miami de Lionel Messi, con medio ADN del Barcelona entre sus filas. Tigres, en cambio, estaba herido, con la eliminación por penales ante el Columbus.
En el torneo de liga también viven momentos incomparables. Mientras Rayados se encuentra entre los clasificados a la Liguilla de manera directa. Los felinos de la UANL aún luchan por permanecer en la zona del play-in para ganar el derechoa estar en la siguiente fase.
Sólo habían transcurrido unos segundos y Tigres anotaba como mejor argumento de identidad. Juan Brunetta enfiló al área y cuando intuyó que el ataque seguía los principios del canon con Javier Aquino, sólo tuvo que mandar el balón a la derecha con la certeza que la pared estaba bien articulada. La pelota regresó a sus pies, con una ligera obstrucción del zaguero rayado, pero sin la suficiente fuerza para impedir que empujara con la punta del botín.
Siete minutos después, Rayados hizo afrenta con el orgullo y empató el duelo. Parecía que nadie tendría un momento de reposo, ni jugadores ni público. Luis Romo llegó por derecha y con un salto sin alarde de elegancia, empujó la pelota con la parte interna del zapato pero con la eficacia que necesitaba.
Tigres no pensaba terminar el primer tiempo con un empate cuando fueron los primeros en advertir la ambición con la que acudieron al clásico. Sorprendieron casi al final de ese episodio con Fernando Gorriarán para dejar el duelo al rojo vivo.
Y para no perder el impulso, apenas pisaron el pasto de regreso, en un madruguete que dejó a todos boquiabiertos, Tigres volvió a marcar. André Pierre Gignac presumió de su habilidad para moverse en la cancha y leer a los rivales, con un pase de esos que dicen que valen medio gol, otra vez el lugar común que algo tiene de verdad, entregó el balón de forma inmejorable para que Brunetta otra vez empujara al fondo de la portería rayada.
Como si buscaran replicar en un espejo cada embate de los felinos, los Rayados también sorprendieron, con Gerardo Arteaga para disminuir la desventaja. Luego esto fue un vaivén que producía vértigo de la incansable insistencia de ambas escuadras y que desembocó en un empate absurdo en tiempo agregado que parecía interminable y gracias a Berterame. El colofón fue la tarje roja para Javier Aquino.