Incansable en su cruzada, la seño de las gelatinas paseó ayer su derrota por todas las estaciones de radio con el mismo discurso fallido y la cresta picoteada.
Sin argumento a favor, decidió descargar culpas en los hombros del INE –el formato que ella aprobó fue el culpable de su derrota– y aseguró que quienes moderaron, y que siempre han estado abiertamente a su favor, ahora le dieron la espalda.
Argumentos aciagos de la candidata que reniega de los partidos que la postularon, pero que en un dejo de cinismo muy de ellos –de los dirigentes de esos partidos– se hace acompañar de sus presidentes como para demostrar que puede engañar sólo con su dicho.
Envalentonada, bravucona, con tono de venganza, lanzó acusaciones un día después. Las mismas que durante un año o más fueron desmentidas una y otra vez, pero que dejó en claro que no pudieron encontrar falla alguna en la candidata de Morena que pudieran utilizar para descarrilarla.
Hay quienes aseguran que los debates se ganan o se pierden en el posdebate, y todo hace indicar que a ella le gustó el sabor de la derrota y por eso insiste en consolidar uno de los peores calificativos que pueda obtener un político: intrascendente, poco creíble.
La única propuesta que intentaba ser algo serio, estudiado, era la de la tarjeta del regreso a la usura, esa que prometía a la gente que los medicamentos y los servicios médicos regresarían a manos privadas, como si la gente no supiera que desde hace muchos años, antes de este gobierno, la atención a los pacientes por parte de quienes deben impartirlos ha sido deficiente, por decir lo menos.
Y en eso de los medicamentos, los ejemplos de que nunca se han surtido con oportunidad son de todos sabidos, como que su distribución y venta estaban en su totalidad en manos de grupos financieros, donde también participaban personajes de los partidos políticos que la apoyan y que ella niega.
En fin, se diga como se diga, estamos frente a la caída estrepitosa de una opción política que tal vez nunca cuajó y que tampoco entusiasmó a las militancias y a las dirigencias de los partidos, que aún así la registraron como suya y ella se dejó, todavía consciente de que no los tenía de su lado.
Y es que hubo una mala medición. El presidente López Obrador la mencionó como la candidata de la oposición, y la lectura en las filas opositoras de tal mención se confundió con un supuesto miedo de Morena a esa postulación.
Hoy pueden estar seguros de que fue una trampa y que en la terrible obsesión por dañar al gobierno de la 4T cometieron el error que hoy los hunde.
Todo indica que ya no hay remedio. En los cuarteles generales de cada uno de los organismos, bueno, en los del PAN y el PRI hay reuniones en las que está de manifiesto el temor a perder algo más de lo previsto.
Por lo pronto, en el caso de Claudia Sheinbaum, quienes la asesoran deberían decirle que las promesas que virtió en el debate se conviertan en un texto explícito y numerario para que no queden sólo en reacciones –inteligentes, sí– a los ataques de los contrarios. Eso no estaría mal.
De pasadita
Y ya que hablamos de debates, no estaría de más preguntar a quien se concesionó el show del domingo porque, según nos dicen, una de las empresas de televisión más contrarias a López Obrador fue la ganona y el costo del numerito fue bastante elevado, y claro, bien opaco, según nos cuentan.
Ojalá para los próximos debates las cosas puedan suceder con mayor claridad y en una de esas, con toda su autonomía el INE se acuerde de que el Estado mexicano cuenta con canales de televisión que pueden hacer lo mismo que los privados, pero a menor precio, y puede que mejor. ¿O qué, no cuentan?