Torreón, Coah. Más de un millón de miradas levantan la vista al cielo: la luna devora al sol, como dirían los mayas, y por unos minutos, el día se oscurece durante cuatro minutos.
Tantos siglos de este espectáculo astronómico y no deja de asombrarnos, la bóveda celeste nos recuerda otra vez nuestra infinita pequeñez.
Unos 200 astrónomos de la NASA y del mundo instalados en el Planetarium de Torreón, miles de personas asomadas por sus ventanas, niños viendo desde los techos de sus casa: este eclipse solar no se volverá a repetir en México hasta marzo de 2052.
El bosque urbano está repleto. Familias completas, con todo y lomitos se tumban en la hierba y, con sus lentes certificados miran al sol directamente.
Los aficionados a la ciencia instalan sus telescopios y permiten que los curiosos se acerquen, y otros más arman los propios con cajas de cartón y espejos pequeños.
A 55 por ciento del eclipse, el sol parece una luna creciente amarilla y brillante, y la gente grita y aplaude, extienden los brazos y pide salud y abundancia; las aves cantan y los perros se alteran: los animales empiezan a mostrar un extraño comportamiento.
La luna continúa avanzando, el sol sede a su paso; los padres hablan a sus hijos de lo impresionante que ha de haber sido ser un hombre de las cavernas y no entender por qué oscurecía a mitad del día, y los niños se preguntan lo mismo, y sus padres vacilan a la hora de explicar.
El eclipse está a 99 por ciento. Los gritos y aplausos se intensifican, los adultos se persignan y dan gracias a Dios; los jóvenes le ponen pausa a la música, los pájaros vuelan a los árboles.
El sol no se oculta por el poniente, y aún así, se vuelve la noche.
Los cuatro minutos más emocionantes, desconcertantes, históricos.
“En el próximo eclipse voy a tener 45 años… bien viejito”, dice un pequeño que todavía no entiende bien las leyes de la edad y la relatividad.
En el Planetarium Torreón, sede de la NASA para transmitir el fenómeno astronómico, el mariachi entonó El Son de la Negra justo cuando transcurrieron los cuatro minutos de oscuridad y la esfera solar volvió a emitir sus rayos.
La fiesta por el evento astronómico no fue exclusiva en el bosque urbano y sus 18 hectáreas de vegetación, el pulmón de esta ciudad; en el Santuario de Las Noas, donde se encuentra la majestuosa imagen del cristo con ese nombre, hubo verbena para visitantes nacionales y extranjeros: puestos de comida, música regional y lo más importante, telescopios temporales.
Victoria Martínez vino desde Monterrey. Su afición por la arquitectura de parroquias y catedrales la trajeron a este lugar junto a su esposo y dos hijos. “Tengo 52 años, el próximo eclipse a lo mejor ya no lo alcanzo; este no me lo podía perder”.
La plaza Mayor también concentró visitantes que antes y durante el eclipse aprovecharon para recorrer el centro y hasta disfrutar de una cerveza para apaciguar los 29 grados.
La derrama económica y el número de turistas movilizaron a mil policías estatales y municipales para vigilar las distintas zonas. Un helicóptero de la Secretaría de Seguridad Pública apoyó con sobrevuelos en los sectores de más concentración de visitantes.
Y después del eclispe, ¿qué sigue? Los hoteles y reservas por aplicación se empezaron a vaciar. Torreón y la comarca lagunera, vuelven este martes a la normalidad.