Emiliano Zapata, El Caudillo del Sur, símbolo del agrarismo, quien encarna la lucha por la tierra, la justicia y la libertad de las comunidades campesinas e indígenas, fue asesinado el 10 de abril de 1919 en la hacienda de Chinameca, víctima de un crimen de Estado que fue urdido desde las más altas esferas del poder, durante el gobierno de Venustiano Carranza. El complot para asesinarlo lo organizó Pablo González, encargado de la campaña militar para exterminar al zapatismo y fue ejecutado por el coronel Jesús Guajardo.
El zapatismo, al comenzar 1919 estaba muy disminuido. Cuando Villa y Zapata perdieron la guerra contra los constitucionalistas en 1915 las cosas se pusieron más complicadas para los surianos. A partir de 1916, la ofensiva del gobierno de Carranza fue cada vez más violenta y destructiva contra las comunidades morelenses. Éstas, y el Ejercito Libertador del Sur resistieron heroicamente. No sólo sobrevivieron, sino que tuvieron capacidad de reorganizarse, pasar a la ofensiva y expulsar a las tropas invasoras, como ocurrió durante varios meses de 1917 y 1918. Esas victorias fueron efímeras. La guerra estaba perdida. El enemigo, el supremo gobierno, era mucho más poderoso y las comunidades campesinas que apoyaban a los guerrilleros estaban exhaustas.
Los sitios en que Zapata tenía su cuartel general, como Tlaltizapán, sufrieron el asedio de las tropas carrancistas. Cuando éstas atacaban, la población huía a las montañas. Durante largas temporadas, la vida en los montes se convirtió en la forma de sobrevivir para el ejército zapatista y las familias que lo seguían, pues la gente se refugiaba donde estaban sus maridos, hijos o hermanos guerrilleros.
A principios de 1919 la guerra había diezmado a los pueblos. Los guerrilleros estaban más aislados y débiles que nunca. Muchos habían caído en combate; otros habían desertado. Desde 1918, Zapata había hecho intentos desesperados por establecer alianzas con líderes y grupos que combatían a Carranza. Esos esfuerzos fueron en vano. Requería con urgencia armas y parque. Esa necesidad y la búsqueda de aliados lo hicieron vulnerable. Sus enemigos se percataron de ello y decidieron asestarle el golpe final.
Casi todo Morelos estaba invadido por el ejército de Pablo González. Carranza creía que la única forma de acabar con el zapatismo era asesinando a su jefe supremo. La oportunidad se presentó por un incidente casual. El coronel Guajardo fue apresado por Pablo González al encontrarlo ebrio en una cantina en lugar de combatir a Zapata. Éste se enteró del castigo y quiso aprovechar el incidente. Escribió a Guajardo invitándolo a desertar y sumarse a las filas zapatistas. La carta no llegó a su destino. Fue interceptada por Pablo González quien vio la oportunidad de tenderle una celada a Zapata. Ordenó a Guajardo que contestara aceptando la invitación.
Guajardo pedía a Zapata que, si le daba garantías, se uniría a él con todos sus hombres, armas y parque. Zapata le contestó el 1º de abril que le daría garantías, pero le puso como condición que se rebelara contra Carranza; que tomara Jonacatepec y apresara al general Victorino Bárcenas, un traidor zapatista que era el terror de los pueblos del oriente de Morelos. Zapata había mordido el anzuelo. Guajardo aceptó. El 8 de abril se declaró en rebeldía contra el gobierno; un día después, simulando un enfrentamiento, ocupó Jonacatepec; no pudo agarrar a Victorino Bárcenas, pero apresó y ejecutó a 59 de sus hombres. Zapata comprobó que Guajardo había cumplido su promesa.
El 9 de abril, por la tarde, Zapata y Guajardo se encontraron en las afueras de Jonacatepec. Aunque el líder suriano le había pedido que llegara sólo con 30 de sus hombres, Guajardo llevó 600. En ese encuentro, Guajardo regaló a Zapata el famoso alazán As de Oros, sobre cuyo lomo Emiliano sería acribillado al día siguiente. Ambos se dirigieron a Tepalcingo. Zapata invitó a cenar a Guajardo, pero éste, desconfiado, rehusó, alegando un malestar estomacal. Poco después, Zapata le ofreció un té casero que le quitaba el cólico, pero Guajardo nuevamente lo rechazó. Zapata se molestó. Quedaron de verse al otro día en la hacienda de Chinameca, donde Guajardo le entregaría las armas y municiones que ahí tenía.
Zapata, con su escolta, llegó a Chinameca en la madrugada de ese 10 de abril, dando vueltas alrededor de la hacienda, sin atreverse a entrar, como si presintiera algo. Con sus hombres, entró al casco de la hacienda y poco después, cuando platicaba con Guajardo, una falsa alarma hizo que saliera con sus hombres a vigilar los alrededores. Ordenó a Guajardo que defendiera la hacienda.
Luego de dejar guardias, Zapata se acercó otra vez a la hacienda y permaneció a la expectativa, en espera de recoger las armas y el parque que Guajardo le había ofrecido. Éste lo invitó a comer y Zapata aceptó.
A las dos y diez minutos de la tarde, montando el As de Oros, acompañado de 10 hombres, Zapata entró a la hacienda de Chinameca, donde los soldados de Guajardo lo asesinaron. El testimonio de uno de sus acompañantes que sobrevivió al ataque es claro y emotivo:
“Lo seguimos 10, tal y como él lo ordenara, quedando el resto de la gente, muy confiada… La guardia formada parecía preparada a hacerle los honores. El clarín tocó tres veces llamada de honor, al apagarse la última nota, al llegar el general en jefe al dintel de la puerta, a quemarropa, sin dar tiempo de empuñar las pistolas, los soldados, que presentaban armas, descargaron dos veces sus fusiles y nuestro inolvidable general Zapata cayó para no levantarse más”.
*Director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México