De la mano, la política y las elecciones se acompañan en cualquier democracia. La relación se mantiene a lo largo del tiempo básicamente porque ambos espacios se entrecruzan y nos explican históricamente el ejercicio del poder y el actuar de nuestros gobernantes.
En los estados modernos, ningún fenómeno es tan común como el de las elecciones; es decir, éstas representan el resultado democrático con el que se elige a los representantes del pueblo.
Por ello, entender la política y las elecciones es comprender cómo y de qué manera los hombres luchan, alcanzan y mantienen el poder. Así, los relevos políticos que suceden en cada elección son muestra de una manera particular de practicar la política. Es decir, en México, como en cualquier otro territorio donde el poder político se alcanza por medio de comicios, la política refleja un determinado desarrollo de la democracia; una manera particular de representación y un modelo especial de relación entre los gobernantes y gobernados.
A partir del fin del proceso revolucionario, hablar de política y elecciones en México es informar, en primer lugar, que el fenómeno electoral no se ha interrumpido en más de 100 años. Ningún acontecimiento político, económico o social ha impedido la realización periódica de elecciones en nuestro país. Es un hecho relevante en nuestra historia moderna.
Sin embargo, hoy, cuando se está recuperando el sentido democrático del juego electoral, se presentan las mismas provocaciones obstaculizadoras que a lo largo del tiempo practicaban los políticos que hoy se identifican en la coalición PAN-PRI-PRD. Durante años, las elecciones fueron desdeñadas por los priístas. La legitimidad gubernamental se alcanzaba principalmente por la intervención del aparato estatal con recursos públicos en todas las elecciones y además por: a) el control corporativo de los trabajadores; b) el manejo de la opinión pública por conducto de los medios tradicionales de comunicación, y c) por medio de las reglas electorales. En una palabra, con y a través del fraude electoral se alcanzaba el poder.
Por ello, muchos ciudadanos que atestiguan esta sucesión presidencial de 2024 se siguen interrogando sobre la inaudita alianza de PRI y PAN. Millones de votantes se han alejado de esos partidos desde hace cinco años, pero lo que hoy rebasa toda su comprensión es esa desprestigiada coalición electoral. El predecible triunfo de la candidata Claudia Sheinbaum no se entendería sin la agudeza del comportamiento político de la sociedad actual, que vive con renovada simpatía el desmantelamiento de las prácticas patrimonialistas y anacrónicas, como la compra y coacción del voto. Una democracia sin los viejos partidos no es una democracia frágil.
A priístas, panistas y los escasos perredistas que aún quedan no les interesan los comicios. Se oponen con violencia inaudita a que se consolide un régimen de sufragio efectivo. Insisten en su inadmisible experiencia de provocar escepticismo y temor destruyendo propaganda en diferentes lugares del territorio nacional, contratando organismos delincuenciales, como lo hacen en la Ciudad de México; haciendo correr múltiples rumores y mentiras sobre las figuras sobresalientes del gobierno actual.
Su oposición a una nueva legislación electoral es la evidencia de su empeño por preservar una mecánica diseñada por ellos, que confiere a las autoridades del Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación un amplio espacio para protagonizar escándalos donde no los hay.
Consejeros y magistrados saben que la forma democrática de designación es la electiva y que ésta sigue siendo irremplazable. Cualquier decisión contraria a la libertad de expresión y competencia política tendría costos para la paz pública. No serán ellos quienes provoquen un rompimiento social.
Ya transcurrieron tranquilamente 10 meses del proceso electoral y evidentemente habrá más movilización de candidatos y partidos, pues en toda la República se sumarán a las campañas principales las de los aspirantes a los congresos y ayuntamientos. Seremos testigos de más bravatas que intentarán estimular alguna crisis política de importancia a escala regional. Sólo eso.
En el rubro económico, que es el que decide la estabilidad del país, no pasará nada contrario a la salud republicana.
Algunos periodistas y los miembros de la coalición que dirigen algunos empresarios deben entender que el viejo sistema político mexicano está agotado. Inerte, irremediablemente desprestigiado. La repetición de un lenguaje y procedimientos violentos son ya inútiles e inoperantes. Lo que para algunos es caos, para otros es simplemente el ajuste gradual de un nuevo modelo político.
* Sociólogo e historiador, investigador titular del IISUNAM