Entre las primeras oleadas de aquellos increíbles cuasi humanos que salieron de África, una se estableció en el espacio que un día sería Europa. Con los milenios se transformarían en la etnia blanca del occidente de Europa. Su intercambio dilatado con la cultura del mundo musulmán, más algunos azares del caleidoscopio histórico, le dieron los instrumentos que constituirían a la postre una ventaja tecnológica en el campo de la guerra. Grandes grupos de ellos se trasladaron a América y conquistaron y poblaron las vastas áreas que habrían de ser Estados Unidos. También crearon colonias de conquista en toda América, en África, en Asia. El sistema colonial fue la gigantesca base de explotación humana impulsora del desarrollo capitalista, que en EU avanzaría más rápidamente, sin los estorbos y obstáculos de pasado feudal y aristocrático que cargaba Europa. Durante 500 años las clases dominantes de esa etnia blanca han sido un feroz poder preponderante planetario, aunque ha estado en declive durante el último medio siglo.
El gran instrumento de la dominación y la explotación se llama capitalismo, y su declive no ocurre en automático: hay una larga transformación desencadenada por los dominados, que les exige conciencia, esperanza, organización. La formidable lucha anticapitalista que en el último tercio del siglo XIX y gran parte del XX dieron los dominados, debe ser reivindicada plenamente. De esa lucha derivó el experimento a la postre fallido de la URSS. La globalización neoliberal fue una gran batalla ganada por el capital, pero la historia como siempre sigue su marcha cambiándolo todo. El capitalismo globalizado neoliberal ha llevado a la humanidad al borde de un precipicio de horror y de enorme peligro: el daño profundo a la naturaleza y el consiguiente cambio climático. Salvar a la naturaleza y a la humanidad no puede ocurrir en el marco capitalista que produjo el daño. Los poderes del mundo funcionan para que la acumulación de capital continúe, no para preservar la naturaleza y los humanos.
Otro resultado extremo y constante de ese capitalismo es el nivel de la desigualdad constante. Como escriben Chancel y Piketty: “La conclusión más sorprendente es que el nivel de desigualdad del ingreso mundial siempre ha sido muy grande. La proporción del ingreso mundial del 10% superior ha oscilado en torno a 50-60% del ingreso total entre 1820 y 2020, mientras la proporción del 50% inferior se ha situado generalmente en torno al 5-10%. Esto corresponde aproximadamente al nivel de desigualdad que observamos actualmente en los países más desiguales del mundo, como Sudáfrica, Brasil, México o Emiratos Árabes Unidos”. Estas cifras brutales subsumen la concentración del ingreso y la consecuente concentración de la riqueza en unos pocos deleznables personajes. Las cifras también engloban la desigualdad más acentuada para las mujeres. La vida miserabilísima de las mayorías del mundo sólo puede mover a no admitirla y a la indignación que sostenga las luchas.
El capitalismo neoliberal globalizado vive, además, en nuestros días, una tensión geopolítica aguda promovida principalmente por EU, que conlleva riesgos crecientes inimaginables de destrucción con la guerra nuclear. Escribe el medio digital Truthout del pasado viernes: “En su discurso sobre el Estado de la Unión, el presidente Joe Biden no abordó un asunto fundamental: la financiación de la administración para la modernización de las tres patas de la tríada de armas nucleares: misiles balísticos intercontinentales (ICBM), submarinos y aviones bombarderos. Se calcula que las mejoras, los nuevos sistemas de armamento y la producción de nuevas cabezas nucleares costarán a los contribuyentes más de 2 billones de dólares en los próximos 20 años”. Faltan 90 segundos para la “medianoche”: “Este año, el Consejo de Ciencia y Seguridad del Boletín de los Científicos Atómicos no cambia las manecillas del Doomsday Clock debido a las ominosas tendencias que siguen apuntando al mundo hacia una catástrofe global”.
En el pasado la lucha anticapitalista surgió de las condiciones estructurales propias del capitalismo de entonces: la lucha de clases en el marco de los Estadosnación. El capitalismo neoliberal globalizado disolvió esas condiciones; esa es la razón por la que aquellas luchas cesaron. Pero la búsqueda ha sido incesante. El erudito sociólogo sueco Göran Therborn en su estudio “El mundo y la izquierda” examina las formas y repertorios de la nueva izquierda: “Los altermundistas, el movimiento por el clima, los movimientos indígenas y campesinos, los habitantes de barrios marginales, las feministas, los sindicalistas; los levantamientos urbanos del mundo árabe, la marea rosa latinoamericana, los indignados de Europa Latina, los socialistas democráticos anglófonos”. Therborn realiza una evaluación de sus debilidades y fortalezas a la luz de los retos sociales, ecológicos y geopolíticos a los que se enfrentan. Los caminos que exploran los dominados son infinitos.