Tecpan De Galeana, Gro. “Eché a perder mi vida. Hay hartos niños de 14 años que son reclutados. Yo apenas cumplí 22. Toda la guerra con Los Tlacos anduve peleando. Fueron dos años. Si alguien decía que quería descansar, un señor agarraba una pistola (y disparaba) y decía: ahí está su descanso
; luego preguntaba: ¿quién otro quiere un descanso así?”, contó entre sollozos quien dijo llamarse Fernando José Ventura Hermenegildo, presunto integrante de La familia michoacana (FM), presentado en una asamblea en el poblado de Santa Rosa de Lima, municipio de Tecpan de Galeana, en la Costa Grande de Guerrero.
El 23 de marzo, ante unas 200 personas reunidas en la primaria rural Lázaro Cárdenas de esa comunidad presentaron a Fernando José, indígena mazahua, oriundo de Miahutlán de Hidalgo, municipio de Ixtapan del Oro, estado de México.
Cuatro días después, en otra reunión, los comisarios de los pueblos de la sierra acordaron liberarlo, luego de que se informó que el gobierno federal instaló siete bases de seguridad en la sierra de Tecpan, y Petatlán, en la Costa Grande; y de Coyuca de Catalán y Ajuchitlán del Progreso, en la Tierra Caliente.
Uno de los comisarios informó que el joven indígena se quiso quedar en esa zona ante el temor de que lo maten. Las comunidades votaron para dejarlo en libertad; el muchacho pidió que no lo pusieran a disposición de las autoridades porque lo iban entregar al grupo para matarlo; sus padres también pidieron lo mismo. El joven ahí anda, se lo llevaron a una localidad
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Hace una semana, cuando lo presentaron en la asamblea, Fernando José temblaba de miedo. Yo me perdí, la mera verdad; de hecho, estoy perdido no sé dónde estoy. Llegué al pueblo El Venado; ahí encontré a un señor de una cuatrimoto y vi que no traía arma, por lo que aventé mi rifle (AK-47) para atrás, y le pedí ayuda, que me diera algo de comer porque llevaba siete días sin comer. Después el arma se la entregué al señor, y me dio comida; no fui golpeado. Me dieron leche de vaca, comida y tortillas
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Pidió que no lo entregaran con sus compañeros ni con alguna autoridad. “No quiero volver a caer ahí,no quiero regresar. Fue una guerra muy fea con Los Tlacos, en los pueblos (hubo) masacres feas. Si uno no quiere ir a pelear nos pegan; a mí me pagaban 14 mil pesos al mes”.
“Eché a perder mi vida, de niño sembré aguacates, ayudaba a mi papá en el rancho. Hace como dos años me sacaron de mi casa. Estuve toda la guerra contra Los Tlacos; en una zona que se llama Pericotepec, fue muy feo; todas las comunidades están abandonadas, hay pueblos fantasmas, donde no hay ningún alma, sólo hay calacas... cráneos.
Relató que “aventaban las bombas a las casas, a todo. Tal vez no fue como Ucrania, pero en las iglesias, todas adentro estaban llenas de casquillos. Los queman (a Los Tlacos) les quitan las cabezas y las dejan ahí colgadas, como en lugar que le decían Cashagua (Buenavista de los Hurtado Cashacuauitl). También en El Balsas, todo alrededor, allá en todo eso fueron zonas de guerra”.
Ahí mataron a 17 de mis compañeros, “no estuve cuando pelearon; pero andaba cerca; ahí, ellos nos tumbaban y nosotros les tumbamos también (integrantes). Después se hizo una tregua donde nadie más podía tirar nada. La familia y Los Tlacos ya no son rivales. Nosotros somos más jóvenes, y ellos, son gente mayor, de unos 46 años, o sea, había más viejos de aquel lado.
La gente de la sierra, sobre todo las mamás, muchas de ellas viudas, preguntaban a Fernando si tenía padres y les respondía: “sí, una mamá que limpia la iglesia, pone flores, no tiene dinero. Y sí tengo mi papá, siembra aguacates; yo vivía bien en una casa, no lujosa, pero estaba bien, tenía una tele, cama. Estudié hasta la secundaria, en la Quetzalcóatl 121.
“Cuando me agarraron los de la FM, fue en la noche, andaba con muchachos fanfarrones.” Yo no fui así, pero nunca me le agaché a alguien que tuviera más dinero. Ese día me subieron a una camioneta, venían muchos, te llevan, son levantones, y ni modo que corras si todos vienen bien armados; te golpean, te amarran, te dan culatazos, unos chafanazos
con el rifle y, órale”.
Tras una hora de narrar su historia, el joven mazahua se puso de pie, y vio que caminaban hacia él dos personas conocidas: eran su mamá y su papá. Se fundieron en un abrazo prolongado. Los tres lloraban y daban gracias a Dios. Una mujer presente en la asamblea del poblado, El Durazno, municipio de Coyuca de Catalán, llorando y gritando les dijo: así me hubiera gustado abrazar a mi hijo
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