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La hipótesis ecológica (esquiva)

28 de marzo de 2024 00:01

La idea de que el empleo de combustibles fósiles representa el centro de esa contaminación ambiental que provoca la actual crisis climática pertenece ya a las grandes mitologías ecológicas. Sin duda, contribuye a agudizar esa crisis; y sus derivados (plomo, dióxido de azufre, dióxido de nitrógeno) hacen de nuestros pulmones órganos humillados y enfermizos. Pero basta tan sólo observar que el dióxido de carbono que producen los vehículos automotores es el principal material del que se nutre la clorofila de bosques y selvas para entrever la parte mitológica de ese gran relato. Simplemente, ya casi no quedan bosques (46 por ciento del capital forestal del planeta ha sido expoliado) y las selvas se están extinguiendo –o, mejor dicho, están siendo arruinadas por la acción humana–.

Al igual que el guano de Perú –que sirvió en el siglo XIX para garantizar la fertilidad de la agricultura europea hasta que se agotó–, en 2050 apenas quedarán algunos yacimientos petroleros y –de seguir así– sólo 20 por ciento del área forestal del planeta (pieza básica en el ciclo global de regeneración del agua).

Es en este vertiginoso agotamiento de las capacidades de sustentabilidad de la naturaleza en el que hace énfasis el libro de Kohei Saito, El capital en el antropoceno, el cual ha vendido en Japón más de medio millón de ejemplares en tan sólo tres años.

Formado en universidades de Japón, Estados Unidos y Alemania, Saito es, a sus 40 años, una celebridad mundial. Ni él mismo puede explicar el súbito éxito de su intrincado texto de economía política y filosofía social, el cual parte de la teoría de Marx para explicar los avatares ecológicos del capitalismo actual. (Acaso habría que preguntarse por las afinidades intelectuales y políticas de la generación más reciente de los pandemials.)

En 2018, Saito colaboró en la edición de las “Notas” que Marx escribió como apoyo para la redacción de los volúmenes II y III de El capital. Descubrió un pensamiento que tenía poco que ver con el Marx de la década previa entre 1850 y 1860. Lo que impregna a esas “Notas”, escribe el filósofo japonés, es el interés por descifrar el “intercambio desigual” que se establece entre el metabolismo de la valorización del capital y los metabolismos de sustentabilidad naturales. La conclusión se escucha a un preludio de la situación actual: el metabolismo del capital consume energía y recursos naturales a una velocidad mucho mayor que la capacidad de la naturaleza para restaurar sus propios metabolismos de sustentabilidad. Ergo: el verdadero dilema es una permanente grieta ecológica. Guiado por los estudios del químico Justus von Liebig, quien explicó el colapso de la fertilidad de los cultivos europeos a mediados del siglo XIX, Marx quedó asombrado por la “peculiar atrofia que la acumulación de capital inducía en la naturaleza”. Normalmente se ha leído El capital como un texto sobre la explotación del mundo asalariado y el destino de la crisis y la revolución. Para Saito, esta es una recepción determinista. Su lectura se encamina en una dirección insólita: el cúmulo de complejas y explosivas relaciones que vinculan a los seres humanos con la naturaleza.

Las razones que inducen la grieta ecológica no son sencillas. Son el tema de toda la obra de Saito. Se pueden resumir, a costa de un burdo esquematismo, de la siguiente manera. La acumulación de capital se guía por los imperativos impuestos por las tasas de ganancia, no por las necesidades de la población, ni por las condiciones de la regeneración natural. Hasta ahora, la plasticidad de la tecnología y de la propia lógica de los mercados ha sido capaz de sortear la grieta ecológica (no sin haber transitado ya por fastuosas catástrofes). Sin embargo, el fin se acerca: la energía y los recursos que se emplean en evitar la caída de las tasas de ganancia son extraídos sin límite alguno, mientras la naturaleza es de orden finito en sí. Un vértigo infinito montado sobre una base finita. Una grieta que en algún momento resultará irreparable. Los tres síntomas de este fin son ostensibles: el calentamiento global, la deforestación y, el más grave de todos, la crisis del agua. En principio y a lo largo del siglo XX, se desarrollaron cuatro salidas para hacer frente a la grieta.

1) El ecofascismo: la utopía alemana del Züruck zur Natur (el regreso a la naturaleza) que acabó fundando la idea de una naturaleza ideal por quienes cuidaban de ella (“razas superiores”). 2) El ecoliberalismo: la política del mainstream neoliberal, responsable en las últimas tres décadas de la mayor devastación ecológica planetaria, recubierta por el velo de los Acuerdos de París, los coches eléctricos y las energías renovables. Un productivismo sin límites. 3) El ecomaoísmo: la política actual del Estado chino, dedicada a reducir la ecología a una optimización autoritaria del productivismo industrial. Y, finalmente, 4) la ecoizquierda: un retorno al Estado de bienestar con correcciones de control ecológico, pero sin afectar el centro del problema.

Saito extrae su propuesta de otro ámbito de reflexiones: la conjunción entre el ecosocialismo y las ideas de la sociedad del decrecimiento. Es decir, una sociedad cuyo imperativo categórico es poner un fin al productivismo a través de una democracia participativa y una reformulación del concepto de libertad. ¿Será esto posible?



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