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El hombre de los dos jabones

27 de marzo de 2024 00:04

Escuchar el relato directo y natural del coronel Orlando Cardoso, como si se tratara de un episodio común, salpicando con bromas, sin atisbo de victimizarse, es tan impactante como la narración misma. Habló como un amigo más durante el 28 Encuentro de Solidaridad con Cuba.

Su historia comienza durante la invasión a Etiopía por Somalia, empujada por Estados Unidos a través del ficticio Movimiento de Liberación de Ogadén. El presidente Mengistu, cabeza de la revolución etíope, pidió apoyo a Cuba. El primer contrataque etíope-cubano se realizó a finales de enero de 1978, en escasos dos meses habían liberado ya el territorio.

Nada indicaba aquel 22 de enero el “encuentro con la adversidad”. A sus 20 años, el entonces teniente participaba en su segunda misión internacionalista; la primera, en Angola. Formaba parte de una unidad de lanzacohetes perfectamente entrenada y capaz. “No lo esperábamos, caímos en una emboscada sangrienta que eliminó a todos mis compañeros de golpe.”

Hecho prisionero, sufrió un largo camino de interrogatorios y tortura, hasta llevarlo a la prisión de alta seguridad de Lanta Buur. Querían saber la cantidad y composición de las armas y contingentes. Cuando se dieron cuenta de que no era ruso, porque Orlando es muy alto, blanco y de ojos azulísimos, aparecieron traductores somalíes que, irónicamente, le contaban cuánto amaban La Habana, donde habían estudiado, “cuando Somalia era amiga de Cuba”.

El primer día fue terrible, una prisión sórdida, enormes barrotes y una celda sucia y pequeña lo esperaban: “El piso estaba tan sucio que parecía chiquero. Allí pasé 10 años, siete meses y unos días. Me dieron ese día dos jabones, cuatro sábanas y un jarrito. Eso tenía que durarme cinco años. No había médico y los carceleros me odiaban rabiosamente por la derrota que sufrieron. Comí arroz por la mañana, de color cafecito por el agua contaminada, y pasta por la noche”. En esas condiciones tuvo 33 ataques de paludismo y neumonía.

Él intentaba mantenerse limpio y frotarse con agua todos los días. Los jabones no duraron nada. Esto lo marcó de tal manera que, a pesar de permanecer un año en terapia a su regreso, Orlando narró que no puede estar sin tener un jabón cerca, antes que cualquier otra cosa siempre lleva un jabón a la mano. Su mayor sorpresa, pasados tres años, fue cuando un carcelero que hacía trafiques le regaló un jabón Lux. Estaba tan nervioso al darse un gran baño que el jabón resbaló, pero logró rescatarlo.

Las sábanas las administró “una para limpiar el piso de la celda era imprescindible, otra para el camastro y una para ir sacándole hilos con los cuales limpiarme los dientes, la última como calzón”. La tarea de limpiar se convirtió en método de sobrevivencia. El pelo y la barba le llegaron a la cintura.

Su celda estaba frente a la sala de torturas. “Los gritos eran insoportables, aullidos de dolor, intensos, brutales. Llegué a saber el momento en que ellos perdían la fuerza y estaban cerca de morir. Después venía el sonido de la camilla que recogería al muerto. Sólo supe lo profundo de este impacto cuando al regreso a Cuba, donde tuvieron que hacerme unas 20 operaciones, yo me negaba a subir a la camilla, tenía un pánico irracional, tenían que sedarme.”

Lo que más le golpeó anímicamente fue la constante mentira de que Cuba y Etiopía habían perdido la guerra, habían sido aniquilados, la duda lo atormentó, como saber la verdad. “Mi primer intento de suicidio fue a los ocho meses de estar preso, pero era muy difícil, pues no tenía nada para realizarlo”. La mañana en que había decidido suicidarse, un carcelero le trajo la Enciclopedia Británica, de momento no percibió la enorme importancia de ese gesto.

“La abrí sin objetivo alguno, sólo para hojearla, de pronto me percaté que tenía una parte escrita en columnas, era un diccionario del inglés, al español, al francés y al italiano”. Un mundo se abrió, con paciencia y el diccionario tradujo y leyó vorazmente, los días tuvieron sentido. “Los libros tienen un gran poder, yo no tenía un gran bagaje cultural al caer preso, pero se dio una metamorfosis y cada día me sentía más poderoso.”

Al quinto año las cosas cambiaron. Cuba realizaba tenaz todo tipo de gestiones y aunque Orlando no lo sabía, tenía la convicción de que Fidel nunca abandonaría a un hombre, se repetía la historia del Granma, cuando uno de los combatientes cayó al mar y sin dudarlo Fidel dio la orden de regresar hasta encontrarlo, aunque se pusieran en peligro los planes. Sintió el cambio porque llegó hasta su celda la Cruz Roja Internacional, “mis ángeles guardianes”, y trajo cartas de Cuba, “pequeños paqueticos”, papel y lápiz. Empezó a escribir cuentos infantiles.

“Nunca pensé que al regresar a Cuba tuviera ese increíble recibimiento. Al pie del avión estaban Raúl Castro y otros oficiales. Raúl me visitó con frecuencia en el hospital y no me preguntaba sobre la prisión, me decía que yo podría ser lo que quisiera de ahí en adelante.”

*Investigadora de la UPN. Autora de El Inee



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