Recientemente, con impacto mediático moderado, han tenido lugar dos acontecimientos que, en otros momentos, en otra época, habrían sido gran noticia y una sacudida social y quizá motivo de debates, condenas, defensas y contrataques. Los dos hechos a que me refiero tienen en común que los protagonistas son, por un lado, la Iglesia católica y, por el otro, militantes de la política mexicana; en un caso, en el primer caso, el papa Francisco se reunió sucesivamente con las dos candidatas a la Presidencia de la República, Xóchitl Gálvez, abajo en las encuestas, y Claudia Sheinbaum, arriba.
El otro hecho fue un llamado de la Iglesia a que las mismas candidatas suscribieran el documento, de autoría difusa, llamado Compromiso por la paz, firmado por órganos de diferente origen y nivel dentro de la jerarquía: La provincia mexicana de la Compañía de Jesús (los jesuitas), la Conferencia del Episcopado Mexicano (autoridad de máximo nivel), dimensión episcopal para los laicos y superiores religiosos mayores de México.
Se trata de encuentros, coincidencias y algo de divergencia entre representantes de la Iglesia y aspirantes a la representación del Estado mexicano. El laicismo, tan caro para políticos de hace un par de generaciones, fue superado o bien hecho a un lado.
En el siglo XIX tuvo lugar la considerada “segunda transformación”, la Reforma, que fue una separación entre Iglesia y Estado; se aprobó la Constitución de 1857, se expropiaron los bienes del clero y se secularizaron nacimientos, matrimonio y fallecimientos, esto dio lugar a la guerra de tres años entre conservadores y liberales, desembocó en la intervención francesa y el imperio de Maximiliano y concluyó con los fusilamientos en el Cerro de las Campanas. Desde entonces, las dos instituciones definidas como perfectas, Iglesia y Estado, han estado distantes, rivales, recelosas una de la otra, aun cuando, los fieles de la Iglesia y los ciudadanos del Estado son los mismos.
Así perduró durante el largo periodo de gobierno de Porfirio Díaz, que fue inicialmente un caudillo liberal y luego un dictador conservador, que toleró un statu quo de distancia y al mismo tiempo de indispensable convivencia. No podía ser de otro modo si se apreciaba “la paz porfiriana”.
Al estallar la Revolución se inició la “tercera transformación”, el intento de reconocer los derechos sociales al lado de los derechos individuales del liberalismo, la separación se mantuvo más o menos igual que durante el porfirismo, con dos episodios que cambiaron temporalmente el panorama, la aparición del Partido Católico y la Guerra Cristera. Al terminar esa tercera transformación y consolidarse la revolución en un sistema que a falta de una mejor definición se le conoció casi oficialmente como la dictadura perfecta, con dictadores que duraban sólo seis años. Hubo entonces relaciones discretas, nada formal, todo bajo la mesa, pero la separación continuaba y el triunfo del Estado sobre la Iglesia seguía vigente mediante una legislación que no reconocía personalidad jurídica alguna a la Iglesia, la católica ni a las otras que poco a poco crecen a costa de la primera. En el gobierno de Salinas de Gortari, para “legitimarse” cambió el estatus y hubo un reconocimiento oficial de personalidad jurídica y libertad en los hechos que nunca había perdido del todo.
Y ahora, en esta 4T nos topamos al final del gobierno de Andrés Manuel López Obrador con los dos hechos a que me refiero. ¿Qué son? ¿Signos de una nueva etapa de relaciones? ¿Hasta dónde puede llegar el cambio? y ¿hasta cuándo? No tengo o quizá no existan respuestas aún a estas interrogantes.
Por lo pronto, las candidatas, la que va arriba en las encuestas y la que le sigue a respetable distancia, se fueron casi simultáneamente a Roma, hablaron con el jesuita latinoamericano que es sumo pontífice y éste, paternal, sabio como es, “de avanzada”, las recibe sin compromiso alguno, pero como un gesto de mutuo o recíproco reconocimiento.
Por otro lado, con algunos misterios, desde quienes firman, el Compromiso por la paz, que se dice derivado de un diálogo nacional que me despierta dudas que comparto: ¿qué proponen en concreto? ¿A quién se dirigen? Sugiero que sus destinatarios son el gobierno que ya se va, las candidatas, alguna de las cuales llegara, pero también el pueblo; recuerdo el dicho: “a ti te lo digo, mi hija; entiéndelo tú, mi nuera”. ¿Quiere la Iglesia (a la que pertenezco como un fiel entre otros muchos) recuperar fuerza política?, ¿Se interesa en la 4T? ¿Piensa inclinarse a favor de una de las candidatas? Sólo me atrevo a decir con todo respeto: ¡cuidado! Mi opinión es muy sencilla, recordemos la historia, católicos hay en todos los partidos, en la 4T muchos, más de los que algunos se imaginan. El Papa no es conservador. Que el llamado por la paz se quede ahí y no vaya a ser un llamado por una de las posiciones políticas en competencia democrática.