Sonaban hojas y ramas bajo sus pies, un crujir suave pero en los pasos se delataba la urgencia de Estela y Manuel. El claror de la mañana apenas podía abrirse brecha entre lo tupido de los árboles; la algazara de las aves servía de protección para el escape. Estela por momentos sostenía su vientre –de cinco meses de embarazo– con una de sus manos y con la otra iba aferrándose a troncos que utilizaba para no caer en las bajadas. A pesar de las dificultades para andar, su vigor contagiaba a Manuel. Helicópteros sobrevolando. Militares mimetizados con el verdor de la sierra. Sierra inmensa. Devoradora.
Llegaron a La Vainilla, un caserío pobre donde pernoctaron. En la madrugada los gallos avisaron con puntualidad la siguiente maniobra; caminar hasta la carretera y abordar un autobús para alejarse del peligro. Manuel quedó de pie, a falta de asientos desocupados, atento a lo que sucedía en el trayecto; peligrosamente un retén militar se avizoraba. Soldados armados detenían automóviles y transportes. Estela sintió que el corazón se le huía de las costillas.
Un anciano sentado a su lado le susurró: “hágase más pa’cá, que se siente su esposo”. El soldado que subió al camión indicó a los que estaban de pie que tenían que bajar para inspeccionarlos. No se dio cuenta de que en un asiento para dos iban cuatro. Estela abrazó con amor su vientre de cinco meses. Los que bajaron, ya no se sabría más de ellos.
Estela y Manuel se vieron por primera vez cuando la guerrilla –encabezada por el profe Lucio– celebró la Navidad en el pueblo de ella, El Saltito. En cuanto Estela miró a Manuel supo que con él quería estar y con él subiría “al monte” para unirse al grupo armado. Y así lo hizo. Pasado el tiempo, su embarazo los sorprendió y decidieron bajar de la sierra. Sierra inmensa. Inmensurable.
La huida continuaba. Ramiro, un camarada de lucha, les ofreció refugio en Agua Hedionda, Morelos, para que yo naciera; lo hice el día que el invierno tiene patentado su inicio. La represión policiaca y militar –contra los movimientos sociales y armados– se ensanchó por todo el país. Una torva de judiciales llegó adonde estábamos guarecidos. Estela, de pequeño cuerpo y delgadez morena, me envolvió con la enormidad de su valentía. Manuel estaba preocupado por nosotras, más que por él, pero Estela lo asió con fuerza del brazo: “No te voy a dejar, si nos pasa algo, nos va a pasar a los tres”. No nos separamos y como pudimos escapamos de aquella caza.
Rosa Ocampo Martínez (a) Estela (Atoyac, Guerrero 1951) es una de las 23 mujeres guerrilleras que participaron –en distintos momentos– en el brazo armado del Partido de los Pobres, la Brigada Campesina de Ajusticiamiento encabezada por Lucio Cabañas Barrientos (1937-74). Se integró a la guerrilla en julio de 1973. Desde muy temprana edad estuvo en contacto con el profesor Lucio, ya que fue su maestro cuando ella inició la primaria en Mexcaltepec; la diferencia con respecto a otros maestros autoritarios era abismal, pues Cabañas era enemigo de la máxima: “La letra con sangre entra y la labor, con dolor”.
Su familia y ella –muy pequeña– llegaron a un lugar inundado del verdor de la sierra y cercado por las aguas del río Atoyac, de un arroyo y cascadas; entre hermanos y tíos y abuela fundaron el pueblo de El Salto Chiquito. La matriarca fue Julia Ocampo Cisnero, madre de Encarnación Ocampo Zamora, padre de Rosa, mejor conocido por Chon, y la mamá de ésta, Concepción Martínez, llamada por todos Concha.
La educación formal de Rosa sólo llegó a arañar el segundo grado de primaria; pues existía la idea, en una buena parte de los padres, que las mujeres sólo tenían que aprender a escribir para cuando se casaran supieran plasmar su nombre. A pesar de esa brevedad en el aula de clases, le quedó la impronta que la escuela fue lo mejor que le había pasado, máxime después de haber conocido a un excelente profesor respetuoso y cariñoso que no utilizó ni golpes ni malos tratos contra sus alumnos; a la postre Rosa ya siendo madre de tres hijos concluyó la secundaria.
Lucio solía llegar al pueblo a visitar a parte de su familia, sobre todo a Heriberto Cabañas Ocampo, don Beito (medio hermano de Chon). Cuando Lucio se alzó en armas, El Salto Chiquito se convirtió en un importante bastión de la brigada. Los hijos de Chon poco a poco se fueron uniendo a la guerrilla; la primera en integrarse fue Ángela (a) Alicia, le siguió Rosa (a) Estela y posteriormente Miguel (a) La Bala y Jorge (a) Zapata.
Rosa hoy es una mujer jubilada, trabajó muchos años de costurera; constantemente seguimos platicando de su participación en la Brigada, de su vida guerrillera, de las agotadoras caminatas entre el peligro de las alimañas y los rabiosos guachos; de la escasez constante de alimento, de las lluvias torrenciales que no mermaron su vigor. Hoy mi madre se siente orgullosa de haber participado en el grupo armado y ni por asomo tiene un ápice de arrepentimiento, ella –dice– puso su granito de arena.
A mi madre.
*Profesora investigadora de la Universidad Pedagógica Nacional/Ajusco