En la época cumbre del pensamiento y la práctica neoliberales, el Centro de Investigaciones Económicas de la universidad pública de Nuevo León invitó al economista Vernon Smith (Premio Nobel de Economía), de la Universidad George Mason, a dar varias charlas. En ellas se colaba un tufo celebratorio en torno a la privatización y venta de los bancos al capital extranjero. Smith deslizó su magisterio colonizador: “Subasten su industria energética, privaticen, tienen un gobierno que controla el petróleo; véndanlo, subástenlo a firmas privadas; eso les dará algo de dinero; qué saben los gobiernos de manejar negocios”.
Lo que Smith profesaba era un chicle muy mascado. Pero sonaba animoso para los inversionistas de la capital neoleonesa, que resultó beneficiado con el cierre (10 mil obreros lanzados al desempleo) de la Fundidora de Monterrey. Una de las excusas para cerrar la que fue la principal siderúrgica de América Latina era la de sus emisiones contaminantes. ¿Quiso eso decir que mejoró la calidad del aire en el área metropolitana de Monterrey (AMM)? No. Al contrario. Pero la división de aceros planos de esa paraestatal, que operaba con números negros, fue vendida a los dueños de Industrias Monterrey (IMSA). No se sabe que en manos privadas esa empresa haya contaminado. El mensaje es claro: lo público contamina; lo privado purifica.
Una agenda que se pensaba agotada recibe, en el arco de las campañas electorales, un nuevo impulso. Xóchitl Gálvez, la candidata de la coalición PRI-PAN-PRD, anuncia que cerrará la refinería de Cadereyta y la de Ciudad Madero, con el esperado acompañamiento de otra campaña: la de los medios empresariales comprometidos con la oposición. La voz cantante la lleva, en Monterrey, el diario El Norte.
Querer volver al pasado no es una frase que nació para descalificar al adversario. En la voz y la voluntad de la oposición a Morena es todo un programa. Y no se trata de volver a cierto pasado épico o al de las altas tasas de crecimiento durante la política de sustitución de importaciones, sino al pasado inmediato y del que la 4T no ha podido quitar sino una leve capa: el del capitalismo salvaje llamado, con suavidad, neoliberalismo.
Llave propagandística para cerrar Cadereyta es que no cumple con las normas establecidas sobre emisiones tóxicas y que es la principal fuente de contaminación en el AMM. No es difícil cotejar lo que Elizabeth Andrade, subdirectora de Petrolíferos de Pemex, ha afirmado: que “los monitoreos de la calidad del aire señalan que la refinería cumple con los parámetros establecidos, según las normas NOM 022SSA1 2019 y NOM 025SSA1 2021”. Ambas normas señalan los límites permisibles de concentración de partículas suspendidas PM10, PM 2.5 y dióxido de azufre en la atmósfera.
Según el Observatorio Ciudadano de la Calidad del Aire (OCA), aunque la refinería de Cadereyta produce más de 90 por ciento de las emisiones de dióxido de azufre –uno de los precursores de las partículas PM 2.5–, sus emisiones directas apenas significan 6.4 por ciento de esas partículas en el AMM. Por otro lado, la refinería de Cadereyta emite directamente 8 por ciento de las partículas PM 10, 6.4 de las PM 2.5 y 2.8 de los óxidos de nitrógeno del total.
En un entorno en que se concentran más de 700 empresas en más de 80 parques industriales, entre ellas 50 industrias de las más grandes del país, y un parque vehicular que es en el estado de una unidad automotriz por cada dos habitantes (unos 6 millones), resulta que una sola industria es la responsable de la contaminación en el AMM. En esta zona existen numerosas pedreras, industrias como Cemex, que arroja 2 mil 200 toneladas al año de benceno o Ternium, que emite 69 millones de toneladas de dióxido de carbono al año, según Semarnat. No es extraño, entonces, que la contaminación genere un saldo de “muertes prematuras por enfermedades cardiovasculares, mortalidad por cáncer de pulmón y asma en niños y adultos, además de infecciones agudas respiratorias”, de acuerdo con Selene Martínez, del Occamm.
No se puede negar que la refinería de Cadereyta contamina, como señaló Ángel Balderas, en foro convocado por Empresarios con la 4T (E4T), pero no en el grado y extensión que pregonan las voces opositoras. Lo que procede es que, como obligación general, todas las industrias generadoras de emisiones tóxicas establezcan los filtros necesarios para controlarlas, dijo en el acto Javier Garza Calderón, presidente y fundador de la E4T. Es engañoso, añadió Balderas, pretender la desaparición de una refinería sin mencionar cómo se la va a substituir. Aquí entra el programa de la vuelta al pasado: las gasolinas, ¿qué creen?, pues las importaríamos, para que los importadores de las mismas sigan enriqueciéndose y el país quede a merced de la llave de las refinerías de Estados Unidos (sólo en Texas hay casi 60).
La oposición le da sentido a lo que, con ironía, ha planteado el presidente López Obrador: producir naranjas y venderlas al exterior para luego tener que importar jugo de naranja.
Y razón a las propuestas colonizadoras como la declarada por Smith en boca del argentino Milei o de la mexicana Xóchitl Gálvez, portaestandartes del extractivismo como vocación fatal de nuestros países.