Ciudad de México. Desde una pequeña puerta de madera, Manuel Pajarito Andrade camina de forma lenta y con la espalda encorvada para ubicarse en el lugar mejor iluminado de su casa. Sobre la mesa se observan pinturas, pinceles y cuadros en azul y oro con el escudo de Pumas. Cada vez que los mira siente el deseo de volver a empezar. Sus manos son las de alguien cuya profesión sugiere delicadeza, extremidades finas y agrietadas por el paso del tiempo, pero todavía capaces de crear felinos como la primera vez.
La luz de unas pocas farolas ilumina la estufa y un restirador repleto de decenas de cajas de medicamentos. “Hace apenas 15 días me resbalé de la silla y mi cabeza pegó en el borde que está allá abajo”, dice sobre el único camino que lleva a su habitación, señalando un voluminoso bloque de cemento debajo del fregadero. “Ya lo veo y me da miedo. Estuve 16 horas luchando contra el suelo, terminé todo moreteado y con una herida en la frente. Fue hasta que el señor de los bastidores logró abrir la puerta por la ventana que pudieron ayudarme”.
Debajo de su camiseta azul y a lo largo de sus brazos, las heridas de los golpes aún cicatrizan. Los médicos afirman que Pajarito sufre anemia, lo que ha hecho que pierda peso y volumen de voz desde hace meses. Mientras revisa uno de sus cuadernos, el hombre de 79 años mira de reojo el escudo que creó en su antigua casa de la calle Ignacio Esteva 18B, edificio Asturias, en la colonia San Miguel Chapultepec. Tres circunferencias unidas por un triángulo con la imagen de un felino al centro, pulsando los valores del equipo y el deporte de la UNAM.
“En ese lugar nació el logo puma”, afirma con las manos temblorosas al buscar sus lentes. “Tardé como tres meses y medio dibujando. Me confiaron esa tarea, porque ya me conocían de niño. En total hice más de 900 bocetos. Para no cargar con todo el trabajo, el 14 de septiembre de 1973 seleccioné los 16 mejores, los puse en una carpeta y me fui en un taxi colectivo hasta Rectoría. Un maestro de obras, que se sentó al lado mío, me preguntó: ‘¿Es el nuevo escudo de Pumas?’ Sin saberlo, en ese momento le había dado la bienvenida”.
El relato de don Manuel está hecho de un material resistente. Su memoria es radiante y a la vez precisa, parece el faro que alumbra un océano para marcar la tierra. “Cuando llegué a Rectoría, puse los 16 trabajos sobre un escritorio. Del uno al ocho, todos coincidimos; del nueve al 16 la opinión varió. Luego para escoger entre los ocho el número uno, la decisión fue unánime, nadie protestó. Es un puma que nació inteligente y generoso, por eso me cuesta mucho hablar de él. A veces pienso que no hice un dibujo, un diseño o un logo, sino una filosofía”.
Pajarito detiene la conversación en este punto para ir en busca de una libreta vieja. Antes de cada paso se asegura de mantener el equilibrio. Por un momento, lo que encuentra allí lo conmueve, le quiebra la voz. “Hace poco le escribí un poema al escudo”, revela, “pero no se lo he compartido a nadie. ¿Lo puedo leer?” En la hoja hay correcciones escritas a lápiz, la fecha, 19 de agosto de 2020, y una dedicatoria a Mario Soberón Chávez, hijo del ex rector Guillermo Soberón, a quien Manuel entregó el logo original en el auditorio de Ciencias.
Oda a un logo puma
Parece que fue ayer cuando nació este logo necio,
Que permanece en las diversas memorias,
Para todo universitario y no,
Fue el único ser presente en sucreación ya pasada,
en un futuro presente,
Hoy fue y será, en estos y próximos tiempos,
Un logo redondo, giratorio, circular,
Logo móvil, continuo, simple,sencillo consigo mismo,
Auténtico, audaz, sui géneris,amable, místico,
Bienamado, aceptado, sutil,delicado, fuerte,
Compartido, generoso, noble,
Dueño de sí mismo,
Gracias, miztli (en náhuatl significa puma), por lo que eres.
Sin apoyo de autoridades
Encogido en su silla retráctil, Manuel Andrade hace lo que cree que es correcto. Es una forma heroica de vivir. Sabe que no puede cambiar el silencio de las autoridades universitarias, que el 20 de abril de 1974 oficializaron el escudo y registraron sus derechos sin otorgarle regalías. En 2016, el ex presidente del club Rodrigo Ares de Parga ofreció apoyarlo con 5 mil pesos por cada partido celebrado en el estadio Olímpico, pero la ayuda dejó de llegar. Ahora su situación económica lo obliga a vender cuadros en línea, resignado a la idea de estar solo en un universo vacío.
“Muchas personas no van a recordar el 20 de abril y, si lo hacen, lo van a llenar de tierrita por arriba”, sostiene. “Me siento como el Quijote sin Sancho, porque siempre he estado solo. Las autoridades deberían tener un poquito de humildad y gratitud, lo único que quiero es establecer un diálogo, no una pelea. A veces no duermo. He sufrido ataques catatónicos y se siente muy feo. Cada vez se acerca más la hora en el reloj. Nunca he tenido enemigos, tal vez sólo contrincantes de pensamiento, personas que ofenden al autor de este escudo con su silencio”.
Con la fuerza que aún le queda en sus manos, Pajarito, también historiador del arte y ex maestro en la Escuela de Diseño y Artesanía de la Ciudadela –donde trabajó al lado de Pedro Ramírez Vázquez, Eduardo Terrazas y Lance Wyman, quienes confeccionaron el logo de los Juegos Olímpicos de México 68–, escribe sobre la esquina de un bastidor la frase con la que suele firmar sus cuadros: “Logo puma, imperfectamente perfecto”. Más que un lugar común, se trata del resultado de un complejo estudio matemático sobre el mágico juego de perspectivas.
“Quienes compran mis cuadros se llevan un cachito de mí”, apunta mientras ordena los que están a su alcance. Los hay de diferentes tamaños y pueden encontrarse en plataformas como Goooya Universidad, donde los pagos y la logística de entrega son coordinados por su amigo Luis Gachuz. “No sé de qué tamaño, pero el logo puma es un estilo de vida, una imagen que puede mover multitudes. A mí me da estamina, esa sustancia que genera el cuerpo para tener un segundo aire”.
La tarde termina para don Manuel con una colección de imágenes sobre su vida en las que aparece al lado de Jorge Luis Borges, Octavio Paz y Luciano Pavarotti, con quien solía comer espaguetti en un restaurante italiano. Están los recuerdos de los entrenadores polacos Jerzy Hausleber y Tadeusz Kepka, quienes prepararon a los mexicanos que participarían en los Olímpicos de 1968. “En mi vida nunca sentí una atmósfera tan pesada, se veía volar la inteligencia por todos lados”, concluye tomando repentinamente un pincel. “Todavía me niego cruzar el túnel con ellos”.