Atrapados en sus burbujas propagandísticas rusófobas, demonizadoras y caricaturescas, la histeria parece haberse apoderado de los principales centros de poder del Occidente colectivo. Tras la captura Rusia de la estratégica ciudad fortaleza de Avdiivka, en las inmediaciones de Donietsk, el 17 de febrero, y la posibilidad de un colapso en cascada de las fuerzas armadas de Ucrania a lo largo de la línea del frente, las alarmas resonaron en Washington, París y Berlín, desatándose una campaña de intoxicación (des)informativa belicista con eje en la tensión y el miedo, cuyo objetivo encubierto es fortalecer a la OTAN y alimentar un creciente complejo militar-industrial en Europa.
El 26 de febrero, ante altos representantes de la Unión Europea y la OTAN (aun EU y Canadá) convocados con 24 horas de antelación, el presidente francés, Emmanuel Macron, propuso diseminar pequeños destacamentos de fuerzas especiales occidentales en partes de la línea del frente ruso-ucranio, bajo el señuelo de desminado y mantenimiento y reparación de sistemas de armamento, con la misión de actuar como elemento “vulnerable disuasivo estratégico” (tripwire) para limitar las maniobras militares rusas, ya que si fueran atacados desencadenaría una represalia completa de los ejércitos de la alianza atlántica contra Moscú. Un par de días después, durante una reunión con líderes de la oposición, Macron descartó cualquier límite y líneas rojas en la injerencia de Francia en el conflicto. Según el político Florian Filippot, Macron estaba preparando a la opinión pública para que Francia intervenga con el pretexto: “Y si el frente avanza hacia Odesa o Kiev, ¿qué haremos?”
En realidad, la grandilocuencia de Macron en la puesta en escena en el Palacio del Eliseo buscaba arrebatar a Alemania el liderazgo de Europa en defensa y seguridad. Como ha señalado el ex diplomático británico Alastair Crooke, el canciller alemán, Olaf Scholz, viene construyendo un eje militar ligado a EU en alianza con Polonia, los países bálticos (las ex repúblicas soviéticas Estonia, Letonia y Lituania) y la presidenta de la Unión Europea (UE), la ex ministra de Defensa germana Ursula von der Leyen. De allí que en París Scholz rechazó la propuesta de Macron y declaró que no habrá soldados en Ucrania enviados por países europeos o estados de la OTAN. Europa ha descargado su defensa en gran parte en Estados Unidos y sus fuerzas armadas y sus industrias militares no están listas para una guerra convencional.
Sin embargo, tras el precipitado “teatro” del Eliseo y la nueva narrativa sobre el miedo y la amenaza rusa de “invadir” Europa, se esconde un objetivo más serio: centralizar más el control de los países europeos por la burocracia tecno-militar de la OTAN en Bruselas, mediante adquisición de material bélico de defensa de los estados miembros.
“Sin envenenar ni asesinar a una sola persona” −consignó con sorna el periódico estadunidense Politico−, la contrainteligencia rusa consiguió sembrar división entre sus enemigos y dejó mal parado a Scholz, cuando Margarita Simonián, redactora jefe de RT, divulgó en su página de la red social VK el audio de una conversación de cuatro mandos militares de Alemania (la Bundeswehr), en la que discuten un posible ataque al puente de Crimea con misiles crucero aire-tierra Tauros desde un caza francés Dassault Rafale. Al defender la posición de Berlín de no suministrar misiles Tauros de largo alcance (500 kilómetros) a Kiev −que eventualmente podría impactar Moscú y otras ciudades rusas−, Scholz dejó en evidencia a Reino Unido y Francia que han transferido a Ucrania misiles Storm Shadow y Scalp, que son disparados por pilotos ucranios desde aviones SU-24 modificados, bajo el control y la asesoría in situ de británicos y franceses. Al dar a entender la necesidad de un papel directo de personal militar alemán en la puntería y el funcionamiento del Taurus, Scholz confirmó el hecho largamente sospechado de la presencia de tropas eu ropeas en Ucrania.
The New York Times reveló recién que desde 2016 la CIA había financiado y mantenido una red de 12 bases secretas en Ucrania con propósitos de espionaje a lo largo de la frontera rusa, que en los dos últimos años proporcionó a Ucrania información de inteligencia para realizar ataques selectivos con misiles y rastrear a tropas rusas. Tras la caótica huida de Avdiivka de fuerzas de élite ucranias, se informó que dejaron atrás material sensible y equipos de intercepción: ¿Estaban algunos de esos búnkeres secretos de la CIA en Avdiivka y fue eso lo que desató la histeria en el Pentágono y la OTAN? ¿Fue eso lo que llevó al secretario de Defensa de EU, Lloyd Austin, a señalar ante el Congreso en Washington, que si Ucrania es derrotada “la OTAN estará en lucha con Rusia”?
La respuesta del presidente Putin en su discurso anual ante el Parlamento ruso eliminó cualquier ambigüedad sobre cuáles serían las consecuencias de una intervención de la OTAN en Ucrania, considerada por el Kremlin acto de guerra. Recordó el destino de las invasiones de Napoleón y Hitler a Rusia, y pasó a describir los avances rusos en el campo de las armas nucleares estratégicas, entre ellas, el misil de crucero Burevestnik; el misil intercontinental Sarmat y las ojivas hipersónicas Avangard, inmunes a las defensas antimisiles occidentales, a los que se suman el Zircón y el Kinzhal, que entraron en combate en el conflicto contra Ucrania. Mientras no ataquen suelo ruso, fue el mensaje, Rusia se limitará a utilizar armas convencionales. Pero si Rusia se enfrenta al riesgo de una derrota militar en Ucrania a manos de la OTAN, la cuestión del uso de las armas nucleares queda abierta. Advirtió que quienes están “inventando” y “asustando al mundo” con la amenaza de un conflicto nuclear, “deben comprender que tenemos armas capaces de alcanzar objetivos en su territorio”. ¿Qué sigue?