Hasta donde es posible recordar han pasado casi 40 años, seis sexenios, de que apareció en el habla oficial la frase “programa nacional de seguridad”, luego trasmutada en “Sistema Nacional de Seguridad Pública”. Eso significa que son 40 años de derrota en todo lo alto.
Tres partidos en el poder, seis presidentes de colección, seis estructuras de gobierno, seis dizque “políticas”, programas y enormes presupuestos poco justificados. Eso y una sola sociedad que es muy difícil calificar, pero que en la realidad somos la masa humana de donde emergimos todos.
Ante tal proposición todos somos responsables, hemos tronado como generaciones políticas ante un pueblo hasta ayer demasiado indulgente que rápido está yendo de la vía del derecho a la de la violencia como respuestas al crimen común, desaparecidos, feminicidios, Ayotzinapa.
En 1985 el problema sólo estuvo identificado con ese título tan genérico de “programa nacional de seguridad” porque estaba en proceso de desglose, abriéndose inicialmente sólo en los tipos de seguridad que en aquel momento eran perceptibles, exterior e interior, que pronto dejaron sentir su demoledor potencial. La inseguridad, lato sensu, ha demostrado su capacidad de detonar de manera tan peligrosa como para la amenazar la tranquilidad de cualquier gobierno.
Recordar el asesinato del agente de la DEA Enrique Kiki Camarena en aquel año. En él pérfidamente se involucró a los secretarios de Gobernación Manuel Bartlett y de la Defensa Nacional general Arévalo y puso en crisis la relación bilateral. ¡Doble hit!
Los factores que desencadenaron tal escándalo, cuatro décadas después, son semejantes: corrupción oficial, control territorial, fragmentación orgánica, sorpresa y agilidad operativa sobre el poder oficial. Recordar la liberación obligada de Ovidio Guzmán, El Chapito, en la sometida Culiacán.
No obstante, esta nota no tiene propósitos de enjuiciamiento de tan largos tiempos; simplemente desea subrayar que lo practicado en esas largas décadas ha funcionado sólo con escasos rendimientos. Nada ha sido suficiente. Son dos los errores mayúsculos: la falta de visión trascendental y de garantías de coordinación.
No hay exageración en decir que hoy las muy verdes campañas electorales apuntan que estamos en el borde de una solución corta más: advierte en los planteamientos de las candidatas presidenciales que será enfrentado con semejantes limitaciones creativas que en el pasado.
A ambas, por sus posturas iniciales se permite preguntar: ¿en cuánto ayudarían la sangre signataria de Xóchitl, sus supercárceles y triplicación de efectivos? En ella no hay huella de un planteamiento sobre inteligencia criminal estratégica diferenciada de la operativa, profesionalización académica para todo nivel y especialidad, racionalización de la estructura penitenciaria ni promete reducir la corrupción policial.
Olvida la prevención del delito y la readaptación social. No se compromete a dar espacios a la participación social ni preservar los derechos humanos. Como forma de trabajo hay ausencia de enfoque sistémico, programático, ni idea de control y transparencia.
¡Vaya, con ella: sólo más garrote y cárcel! Nos receta más violencia oficial. En esa visión simplista, fragmentaria, simplemente belicosa se advierte en consecuencia la ausencia de una visión profunda, panorámica, transformadora.
¿Sabrá que existen decenas de sensatas opiniones y en particular en Sobre la seguridad? Se trata de un documento producido por El Colegio de México en 2021. Es un sorprendente diagnóstico a cargo del ciudadano, no del gobierno. Ofrece confiables líneas de propuesta integral.
Y la señora Claudia, ¿por qué no cesa de vanagloriarse por sus aciertos en CDMX desestimando que la criminalidad se expresa siempre con características locales y por tal la respuesta debe ser así? Nada en común tendrían la colonia Morelos, Iztapalapa o Cuautepec el Bajo con la Montaña guerrerense, sur de Veracruz o Tierra Caliente de Michoacán.
En su propuesta se advierte una significativa coincidencia en ciertas omisiones de Xóchitl, tales como sencillamente olvidar la participación social, la ausencia de una visión comprometida con derechos humanos o preocupaciones presupuestales.
Es relevante que en su tesis hay cierto sentido de porvenir, como sugerir la renovación del Poder Judicial y a la Guardia Nacional. Eso y lo técnico de su presentación revela la mano de múltiples coautores que están preparados y habituados a producir trabajos exigentes.
Como telón de fondo de ambas exposiciones se advierte que en un supuesto futuro las cosas podrían ir mucho mejor si redimensionan sus perspectivas. Todo ello ante un hecho: la violencia criminal seguirá cambiando libremente sus espacios geográficos, medios y modos de acción sin suficiente eco de la parte oficial. ¿A dónde iríamos si no hay más?
Reconozcamos que las propuestas son sólo primeros intentos, pero también que son preocupantes ciertas simplezas –promover el deporte– y significativas omisiones –derechos humanos– que despiertan dudas. No podemos esperar otra ración de paliativos.