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En la UNAM, pensar en la propia educación

14 de marzo de 2024 00:04

Insisto, lo fundamental en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es la educación. Urge revisar las formas en que se le concibe y practica en las aulas, laboratorios, talleres y demás espacios. Es una tarea pendiente para todos los universitarios, incluidos, claro, los especialistas en el tema educativo y la clase gobernante de la institución. En esa apuesta deberá involucrarse, de manera muy especial, la reflexión que los profesores y estudiantes hagamos sobre nuestra educación, la que llevamos adentro, tanto la presente como la pasada, para prevenir el futuro educativo personal.

Bastará echar un clavado a nuestro interior, una introspección, para comenzar a conocer el ámbito educativo más próximo que tenemos; nada mejor que eso para, luego, profundizar en la reflexión educativa del entorno, de manera amplia y, sobre todo, permanente; igual que no se detiene la respiración. Parece complicado, pero es posible.

Desde el comienzo de cada curso, de los que tengo encomendados, tanto con estudiantes que se inician en la licenciatura en pedagogía, como con quienes cursan clases avanzadas en la licenciatura de sociología, procuro animarles a que realicen un escudriño paulatino de su propia educación, para que se den cuenta de que es prioritario desaprender muchas barbaridades inculcadas por la escuela a lo largo de años, aprendidas, a veces, no sin duras penas. Para orientar mi propósito, tengo preguntas iniciales, favoritas, que no suelto y repito con frecuencia: ¿qué ilusiones educativas vas teniendo durante el curso?, ¿qué te llevaste hoy de la clase?, ¿qué consideras que debes desaprender?, ¿qué trajiste a la sesión?

Al estudiantado de pedagogía, que tiene cuando menos una doble relación íntima con la educación, pues ésta es su objeto de estudio, a la vez que se educa en las aulas, le hago ver que está muy bien que se interese por la educación de la niñez, de la adolescencia, del campesinado, de las personas con capacidades diferentes, los analfabetos, los marginados y de tantos otros aspectos educativos. Le confronto, además, a que se interese, antes que nada, por su propia formación, como parte de una educación, por la vida y para la vida; de una educación inacabada, cuya etapa universitaria apenas inicia.

Esto también lo comparto con el estudiantado de otras licenciaturas que se acercan a la clase en sociología, y muy bien es aplicable (lo hice durante muchos años) al estudiantado de posgrado; pero, sobre todo, deberá considerarse a quienes estudian el bachillerato en la Escuela Nacional Preparatoria y en el Colegio de Ciencias y Humanidades. En resumen: todo el alumnado, independientemente del grado de avance en sus estudios, está en plena formación educativa, se está educando, participa de la educación universitaria. ¡Qué mejor, entonces, que el estudiantado de la UNAM –a quien dedico con afecto estas rayas– pugne por la mejor educación propia que le sea posible!

Me ocupo de que los estudiantes, con quienes trabajo en clase, mismos que por lo general nunca han estudiado algo relacionado con la educación, reflexionen con serenidad cómo ha sido su vida escolar; los provoco para que se interesen y piensen qué pueden hacer con y por su educación, para eliminar lo que estorbe, rectificar lo que haya que corregir, así como conservar lo que esté bien, procurando su mejora.

Estos son algunos de los puntos de interrogación en los que me detengo con los estudiantes: cómo les ha ido con la pedagogía de las espaldas y la inmovilidad en los pupitres en los estrechos espacios; qué tanto han practicado la libre expresión, o la inexpresión y el silencio escolar impuesto; cómo anda su autoestima; hasta dónde alcanza su autonomía escolar; qué tan dignificante, creativo y gozoso, o rutinario y cansado resulta su trabajo escolar, y qué tanto lo ejecutan con mentalidad de constructores, o si lo realizan en automático; qué tan proclives son para obedecer a ciegas las decisiones del profesorado y las autoridades formales de la institución; qué tanto peso tiene la burocracia universitaria, con sus absurdas imposiciones: calendarios rígidos, innumerables acuerdos para controlar casi todo, planes y programas de estudio al estilo de camisas de fuerza, tareas sin sentido, cuantificaciones disfrazadas de calificaciones, presencia de textos kilométricos y consumo de páginas, con frecuencia inentendibles o alejadas de la vida, pero con las que el profesorado les “controla la lectura” (lamentable expresión, pero son las que campean), en vez de procurar que se disfrute de la escritura, la lectura y el conocimiento, así como que éstas se apliquen a la vida diaria.

Suelo preguntar: ¿prefieren ser considerados alumnos o estudiantes? ¡Cuídese de ser tratados como clientes!; en la actualidad hay una tendencia creciente para catalogarles tristemente como simples recursos humanos.

Los participantes en las sesiones plantean aún más preguntas sobre educación, vida escolar y universitaria: ¿prevalece el buen sentido en el desempeño?, ¿se fomenta la cooperación o la competición?, ¿se practica la democracia en clase?, ¿acaso en ella se cuenta con una sólida asamblea escolar para discutir y acordar?, ¿se fomenta el pensamiento crítico?, ¿qué influencia tiene la pedagogía de los papeles, qué tanto pesan las calificaciones, la acumulación de créditos, la obtención de certificados y títulos? No dejo de preguntar: ¿se sienten respetados, aceptados y queridos en la universidad; el profesorado confía en ustedes?, ¿cómo conjugar la libertad total en la clase con la responsabilidad absoluta?

El ejercicio de escudriño de la propia educación, escolar y universitaria, requiere partir de la curiosidad, del interés, de la búsqueda; está sujeto al tanteo (si te equivocas, recuerda que eres humano y sigue tanteando para rectificar); contempla, aparejado, un compromiso de transformación. Mejor, todavía, si el escudriño de la educación personal se realiza con alegría y esperanza para ser mejores personas.

El resultado puede incrementar la felicidad del estudiantado y el riesgo corrido en la introspección habrá valido la pena. ¡Elevemos la mirada de la educación!

*Profesor en la UNAM

[email protected]



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