La hominización, el extraño por improbable salto de lo animal a lo humano, fue antes que todo un proceso ininterrumpido de incremento gradual y mayor complejidad del cerebro. En el breve o largo aliento de 3 millones de años, el cerebro de los australopitecos, nuestros ancestros, pasó de 400 centímetros cúbicos (cc), a 630 cc en la primera especie del género Homo, a más de mil en el Homo erectus, a mil 400 cc en el ser humano arcaico. El volumen del cerebro de los humanos contemporáneos es casi el mismo que el de las primeras poblaciones cuyo registro se remonta a unos 300 mil años. Lo único que los distingue es la forma de sus circunvoluciones. Y en cierto momento, hora clave y definitoria, del cerebro del mono pensante surgieron también pensamientos peligrosos. Y esos pensamientos se hicieron cada vez menos soportables cuando los ojos comenzaron a mirar lo que la conciencia registró como una simple envoltura externa, como una matriz sin sentido.
Los ojos mirando desconsolados el espacio neutro: las piedras mudas, las montañas inertes, las selvas inexpugnables, las sabanas uniformes, los paisajes inextricables y vacíos, y los otros seres cumpliendo a cabalidad sus roles, sus funciones naturales. Nada hacía cambiar el monocorde pro tocolo, el ritmo cíclico de la existencia.
El espacio así era único: una plataforma rotando año tras año, repitiendo los guiones prestablecidos, modificados por algunas variaciones menores. De la presa atrapada por la eficiencia del músculo, del pez capturado con destreza, de la raíz o el fruto extraído, de la sal decantada por la fuerza constante del sol, solamente surgían alimentos, bebidas, pieles, armas, instrumentos, y cada vez más preguntas incómodas, más dudas incontestables.
La especie humana se volvió un animal angustiado, un primate en crisis. Edgar Morin (El paradigma perdido, 1973: 163): “Existe una ansiedad animal relacionada con el estado de alerta que se pone de manifiesto al menor signo de peligro. Parece ser que en el hombre el estado de alerta es menor que entre los primates y que la ansiedad propiamente humana está menos conectada con un peligro inmediato, que con el surgimiento de la conciencia. La ansiedad, lo mismo que la conciencia, presupone un pensamiento que no se limite a ejercer sus funciones sobre el comportamiento y el medio ambiente inmediatos, sino que sea apto para observar de forma global, y a un mismo tiempo a través de sus coordenadas temporales, largas secuencias de fenómenos. […] El distanciamiento temporal presentará al tiempo como un proceso irreversible y hará descubrir el carácter incierto que posee el porvenir. La angustiosa coincidencia de este doble distanciamiento coincide con la conciencia de la muerte, que la sobredetermina y profundiza”.
El mono angustiado necesitó de una solución. El Homo sapiens entonces echó mano de su capacidad para crear mundos irreales a través de imágenes, su capacidad de imaginar a la manera de los sueños. Se logró así el sosiego, se logró el control del peligroso fuego interno que la mente alimentaba con su desenfrenado interrogarse. Y lo primero que hizo fue hacer que la naturaleza hablara. Cada organismo, cada planta, animal, montaña, manantial, lluvia, tormenta, cobraron una vida similar a la de los humanos y tuvieron la capacidad de comunicarse. De este delirio, que logró destrabar la angustia de la soledad del yo, surgió la presencia de otros seres y, por primera vez en la historia natural, un fenómeno inédito de reciprocamiento múltiple por el cual la naturaleza fue humanizada y los humanos naturalizados.
Hoy, el mono está tremendamente angustiado por el futuro incierto, una percepción derivada de su racionalismo a través de la evidencia científica. No sabe qué colapsará; si el sistema económico (el capitalismo), la civilización que lo envuelve (moderna e industrial), o la misma especie humana. Sin embargo, los angustiados son los modernos y no los pueblos originarios, quienes justo aplican, herederos de ese pasado, la fórmula que hemos descrito: creencia más conocimiento. Mientras, los modernos que pueden construyen refugios subterráneos, búnkeres, pasadizos blindados (https://acortar.link/eT4SZa). Para los pueblos indígenas, la “madre naturaleza” y todo su séquito de deidades y diosas orientan sus cosmogonías; los conocimientos les sirven para la praxis. Lo curioso es que los “modernos con conciencia” hemos tenido que adoptar esa estrategia para salir de la angustia y recuperar la esperanza. Véase sólo a manera de ejemplo las nutridas participaciones de dirigentes y activistas indígenas en la COP26 sobre el Cambio Climático en noviembre de 2021 en Glasgow: https://acortar.link/MLNf8Q, así como https://acortar.link/UsJIHs.