Asistí a esa multitudinaria reunión de mexicanos que llenó la tarde noche del día 1º de este mes la gran Plaza de la Constitución; los motivos de esa fiesta cívica, no tengo que reiterarlos, todos los sabemos, fue el inicio de la campaña política de Morena. Quienes ahí estábamos fuimos a escuchar el programa de 100 propuestas de la candidata doctora Claudia Sheinbaum, quien mostró lucidez, autonomía y resistencia; caminó largo tiempo saludando a las personas congregadas que encontraba en su camino y luego habló más de una hora con vigor y claridad a pesar del bullicio y de los tambores de los danzantes que no dejaban de celebrar.
Para mí, estar ahí, fue revivir la emoción de encontrarme en el “Centro”, en el corazón de México, ver en vivo y de cerca la bandera monumental ondeando con el viento que a ratos sopló fuerte; al norte la imponente Catedral y el Sagrario Metropolitano, las cruces en lo alto de las torres; al sur los dos edificios en los que se encuentra el Gobierno de la ciudad separados por la avenida 20 de Noviembre; al oriente el Palacio Nacional y en el amplio Zócalo, las personas, el pueblo abarcando todo el espacio, el “soberano” asumiendo su soberanía, contradiciendo con su presencia a quienes hablan con desprecio y llaman “populista” a nuestro sistema; ahí estaba un pueblo consistente, informado que aplaudía y entendía, que se emocionaba y participaba.
Ahí estuve en un balcón de un restorán, con camaradas llegados de varias partes de la República, vimos todo con claridad, la gente y el escenario, oíamos a ratos y otros no tanto por el ruido de la multitud y el de los tambores de los danzantes.
Los 100 puntos, que al día siguiente leí con detenimiento, fueron expuestos uno a uno: seguridad, áreas estratégicas de la economía, cultura, México en el mundo; mis recuerdos volaban, algo escuchaba y mucho recordaba; ahora, a eso me referiré a mis propios recuerdos que estando en el Zócalo vinieron a mi mente.
Soy de la capital, nací en el barrio de Mixcalco, cerca del mercado Abelardo L. Rodríguez, y aún sigo viviendo en las cercanías del centro, en una colonia de clase media, pero me reconozco del “primer cuadro”, del “Centro Histórico”. Por aquí estudié, trabajé, respirando su ambiente y caminé, caminé mucho por sus plazas y calles y a veces digo entre veras y bromas “esta ciudad y yo crecimos juntos”.
Preadolescente, estudié en la secundaria uno, en Regina 111, en su sobrio y sólido edificio de tres altos pisos y amplísimo patio; en ese antiguo ex seminario católico secularizado. aprobé los tres años de secundaria oficial. En la número uno aprendí algo de algebra, las reglas de los acentos, geografía, encuadernación e historia universal y de México, de esta materia mi maestro fue Carlos Madrazo, el político independiente y por eso incómodo, que trató de volver democrático al PRI (jaja); recuerdo también a Leopoldo Sánchez, Tío Polito, a la maestra Teresa Landa, ex señorita México, y a una muy elegante, Gracia María Vargas, quien en su clase de español, nos leía a Sor Juana. De ahí a unas cuadras de distancia y el Zócalo de por medio, pasé a San Ildefonso a la prepa ya en la Universidad Nacional Autónoma de México. Mis maestros en esa ilustre institución habían sido alumnos de los integrantes del Ateneo de la Juventud, participantes en la campaña vasconcelista de 1929.
Recuerdo a varios de ellos. Literatura mexicana y latinoamericana con Vicente Magdaleno; con Salvador Azuela, futuro ministro de la Corte, historia universal, y con Baldomero Estrada Morán, lógica en unos apuntes en mimógrafo que tanto me han servido.
Para estudiar derecho, me desplacé hasta Ciudad Universitaria; fuimos los de mi generación fundadores de ese extraordinario y moderno campus universitario. No olvidé el centro, regresé constantemente, ahí fui a trabajar para poder pagar el transporte y comprar libros, Correo Mayor entre Uruguay y Venustiano Carranza y luego en el jurídico de un banco y finalmente mi propio despacho en Independencia y San Juan de Letrán.
El Zócalo lleno, la multitud inquieta y contenta, participando en el despegue del segundo piso de la 4T. Sentí que estaba en mi lugar, en mi ciudad, se fortaleció mi vocación política y mi amor por México. La ciudad en la que crecí y estudié, a la que serví como Procurador de Justicia, otra vez repleta “codo a codo”, de un pueblo que reivindica su soberanía y ejerce sin aspavientos su libertad con mucho sentido de pertenencia, pero también de responsabilidad, todo en paz sin vidrios rotos, sin pintas de mal gusto y sin destrucción de muebles urbanos o de puertas históricas; en cambio, danzantes, bandas de música, tehuanas, sones jarochos, huapangos huastecos y jarabes tapatíos, tlaxcaltecas y de todas partes.
Para mí todo quedó claro: no se trata ni de populismo ni de acarreo, es respeto al pueblo, a su presencia y a sus exigencias; respeto, por tanto, a nuestra Constitución y a nuestras convicciones.