El tamaño de la sorpresa no llegaba a los niveles de mi asombro: los condenados de todos los tiempos se convertían en los héroes, las víctimas alabadas y protegidas por el manto inmenso de la radio, principalmente.
La fuerza irracional había derribado una puerta de Palacio Nacional y una voz recorría los micrófonos que no hace mucho le condenaban, para amenazar con mantener la destrucción en los niveles exhibidos.
La última máscara había caído, los dos planos en los que se desarrolla el caso Iguala
quedaron al descubierto.
Por un lado, la lucha justa de los padres de los 43 jóvenes estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos, y por otro, el conflicto político de los mismos que llamaron a no votar por López Obrador hace unos cinco años, que no ha desaparecido y, por el contrario, se profundiza.
La complicidad de quienes en gobiernos anteriores se dedicaron a borrar pistas, a pervertir pruebas, a corromper todo lo referente al caso, ha ocasionado, multiplicado, la dificultad para aclarar con verdad lo que sucedió la noche del 26 de septiembre de 2014. Eso, desde luego, no inhibe la desesperación de los padres de los desaparecidos.
Ahora las investigaciones –las anteriores más que aclarar buscaron confundir– siguieron pesquisas que enderezaron un tanto la realidad viciada, pero el tiempo y la corrupción permitieron el paso de otros intereses que obedecían a ciertos intereses embozados hasta ahora.
Pero también fracasaron los intentos de este gobierno por saber ¿quién y por qué?, y fue necesario poner nuevos ojos en el caso para hallar la verdad. En eso están y no es posible negar que, cuando menos ahora, se trabaja con fuerza para conseguir los datos que requiere la tranquilidad de los padres de aquellos 43.
La derecha se coló en el asunto con el disfraz de la defensa de los derechos humanos y Emilio Álvarez Icaza, aquel que recogía fondos para apoyar el fraude a favor de Calderón y que de pronto, como sucedió en los medios, se acordó de la tragedia, se metió en el disfraz y junto con otros miembros del oportunismo fraguó la ira.
Pero aunque había un consenso en contra de lo que se llamó el portazo
a Palacio Nacional, que de todas formas fue algo mucho más que un portazo
, todo un día se habló en la radio de lo malo que es el gobierno y lo buenos y justos que son los actores alrededor del caso, aunque la situación de los padres pasó a un segundo plano.
Resulta muy difícil de creer que el odio permita dar la bienvenida a la sinrazón y en lugar de acuerdos que transiten hacia la claridad en el asunto se busque atender a visiones, por ejemplo, de observadores que se niegan a dejar de percibir salarios importantes, y con violencia, como recomiendan otras voces, se trate de justificar la violencia con una receta de lo mismo.
¿Habrá una reunión del Presidente con los padres de los 43? Esa es la idea que se tiene en el Zócalo, aunque nadie puede asegurarlo, y esto porque quienes son ajenos al crimen han encadenado a los de Ayotzinapa a su visión política y no a la posibilidad de encontrar la verdad, que también hace falta.
De pasadita
Aún no hay un acuerdo completo para poner orden en las alcaldías de la ciudad. Esas, las alcaldías, son sin duda el nido más grande de corrupción en la ciudad. Eso sin contar lo que sucede en algunos sindicatos, como el de limpia, que se ha convertido en el amo de las calles de la ciudad.
Por eso será tan difícil poner candidatos a gobernar las demarcaciones de la capital. Algunos nombres ya están en la lista, por ejemplo el de la hija de Ricardo Monreal, que aún con la oposición de René Bejarano la impuso en la Cuauhtémoc, que con esta será la tercera vez en fila que esté en el gobierno, a menos que en algún destello de inteligencia, que no se ve por ningún lado, la oposición logre hallar a alguien que tenga la capacidad de ganarle a los chanchullos de Monreal. Ya veremos.