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Pim Schalwijk, retratista / Elena Poniatowska

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Bob Schalkwijk durante una entrevista en su estudio. Foto La Jornada /Archivo
10 de marzo de 2024 10:00

Nina Lincoln y Bob Schalwijk, él, holandés de pura cepa, y ella, de ascendencia estadunidense, tuvieron cinco hijos enamorados de México, a imagen de sus padres, que han destacado o a lo largo de los años por su creatividad, su inteligencia y su pasión. Peter, el mayor, es una figura singular en San Miguel de Allende, y resulta evidente que la familia Schalwijk ha dado su vida a México y ha contribuido a engrandecerlo. Su talento, su creatividad, los ha convertido en divulgadores de las maravillas de nuestro país.

–Pim, acompañaste a Bob Schalwijk, tu papá, a viajes a la Tarahumara. Una de las fotos que más me impresiona es la del vuelo de una tarahumara corriendo con sus enaguas a medio llano; una imagen llena de poesía. Conocí a tus padres cuando ustedes cinco aún no nacían, y de repente aparecieron uno tras otro, rubios y muy bellos. Los veía en la avenida Miguel Ángel de Quevedo en una combi pintada de azul en la que estaban pintadas unas nubecitas…

–Eran olitas, no nubecitas.

–Nina Lincoln, tu madre, fue decisiva en la educación Montessori de la escuela de Malú Escobedo, en San Jerónimo…

–Hicimos toda la primaria en San Jerónimo. Peter, mi hermano, fue compañero de Felipe y de Paula.

–¿Que tu papá fuera un fotógrafo muy reconocido influyó en tu vocación por esa actividad?

–Desde chico me llamó mucho la atención. Todo lo que hacía mi papá en el estudio me atraía, aunque él no dejaba entrar a nadie. A los 14 años, le dije que quería una cámara, me respondió que sí, pero que tenía que trabajar en el estudio. Empecé barriendo mal y me explicó cómo hacerlo para no levantar polvo, porque se asienta en los negativos y echa a perder el material. No era una instrucción directamente fotográfica, pero sí relacionada con ella. Dos semanas después, le hice ver que ya había aprendido a barrer y que quería mi cámara; sacó una camarita Instamatic de rollo 110 y me la regaló. ¿Te acuerdas que de niños íbamos mucho a Tepoztlán? Me llevé la cámara y fuimos a caminar con mis hermanos Peter, Adrián, Benji y Paul, a quienes tomé fotos, y cuando regresamos, le pedí a mi padre que las revelara… Me gustaría encontrar los negativos de ese primer rollo, pero quién sabe dónde quedó. Me dijo que sí, pero que yo le ayudara en el cuarto oscuro. Así me fui encariñando con la fotografía y aprendiendo todo el trabajo que se hace en un cuarto oscuro. Llegaron proyectos más grandes, como las fotos de la obra de todos los muralistas.

“Entonces, a las 6 de la tarde fuimos a la Secretaría de Educación Pública y nos quedábamos hasta las cuatro de la mañana, un día sí y un día no. Tomamos a Juan O’Gorman, a Siqueiros, a Diego Rivera y a Orozco en la noche para tener una luz más pareja y controlarla con los flashes. Durante el día había mucha gente, pero en la noche estábamos solos. Aprendí a usar muy bien los flashes. Como me gustaba la fotografía, mi papá me invitó a ser su asistente; después decidí estudiar administración hotelera e ir a la Universidad Intercontinental. Tuve una pequeña empresa de turismo de aventura: llevaba a gente a caminar a la Sierra Tarahumara. En esos viajes captaba muchas fotos y las publicaba en México Desconocido y otras revistas. Con esa empresa hice muy poco dinero, pero decidí dedicarme ciento por ciento a la fotografía y dejar las excursiones.”

–¿Llevabas gente a la Sierra Tarahumara?

–Las llevaba a Cusárare y a Divisadero; la excursión duraba cinco días. En ese camino en particular es muy difícil llevar burros, porque no caben en la vereda y se corre el riesgo de caer al precipicio con la carga. Nos ayudaban unos tarahumaras, y cada uno de los que hacíamos el viaje, cargábamos cosas; eran cinco días de 4 kilómetros de camino hasta la noche. A veces había una diferencia de altura de mil metros; pasábamos todo el día subiendo o bajando. Me acuerdo de que en el Cañón del Cobre tuvimos que cruzar tres barrancas. De esos viajes me gustaba tomar fotos y documentar la vista; finalmente, decidí llevar mi cámara en lugar de gente. Empecé a viajar yo solito con mi cámara y a documentar todo para publicarlo en revistas de viajes. A los 24 años me lancé al terminar la Universidad Intercontinental, en la salida a Cuernavaca.

“Acompañé mucho a Bob, mi papá, quien trabajó intensamente en Oaxaca y en Chiapas. Le ayudaba y me pagaba un poco y, además, aprendía. Otros fotógrafos decían que necesitaban a alguien que les ayudara y siempre levanté la mano para retratar celebraciones del Día de Muertos o los parques naturales de México. A cambio, ellos me ayudaron mucho a formarme. Uno se llama Jonathan Blair, de National Geographic, a quien acompañé durante tres meses por todo el continente para hacer el libro de parques naturales de Norteamérica. Lo hice entre la preparatoria y la universidad.

“Una vez me tocó ir a Iguala con un fotógrafo del periódico inglés The Sun para captar una representación del Día de Muertos. Allá levantan altares que son toda una escenografía en torno a la vida y la muerte de su ser querido. Me impactó ver escenas bíblicas con la Virgen, San José y otros santos en el momento de la Pasión que representaban no como obra de teatro, sino como manifestación religiosa, en la que participaron miles de personas.

“Un fotógrafo francés me pidió que lo acompañara y gracias a esa encomienda viajé por todo Chiapas con él; me llamó la atención cómo percibía los colores, porque en Zinacantán lo sorprendieron los atuendos, la ropa bordada y que todo el pueblo recurriera a colores del mismo tono verde que el del paisaje, y que cada habitante resaltara en forma inusual. Aprendí mucho del francés. A raíz de sus palabras, observo mejor. En Oaxaca, Jonathan también me enseñó: ‘Mira los portales. ¿Qué ves de especial? Cada uno tiene un foco diferente’. Uno tenía uno fluorescente, que daba luz verde; otro uno incandescente de luz amarilla, y así empecé a diferenciar cada color y a fijarme en todos los detalles.

“Estudié administración hotelera en la Universidad Intercontinental, pero muy joven entré a una revista, donde los editores me ayudaron a sacar mis artículos en México Desconocido, Geomundo y en las secciones de grandes diarios, como Men’s Health, dedicada a expediciones para promover la salud porque muchos eran de caminata. El turista tiene tendencia a imponer sus condiciones, que en cierta manera cambian, lo que podríamos llamar el paisaje humano. Harry Muller hizo México Desconocido, revista que gustó mucho porque México aparecía de manera muy cálida y amorosa. Ahora son los youtubers quienes viajan y se toman selfis y promueven paisajes y costumbres de México. Después de retratar y escribir mis artículos, hice mucha fotografía de arquitectura, y como varios arquitectos destacaron mis fotos, me fui especializando en esa rama. Con mi cámara, llegué a descubrir rincones, colores, formas, sombras, volúmenes, ángulos distintos, pero si no te gusta te la pasas escondiendo cosas.

“Mi fotografía no es una denuncia, nunca lo ha sido y no lo va a ser; mi fotografía pretende ser positiva y, por eso, cuando tomo fotos de una casa o de un edificio, enseño lo que me emociona. Sigo trabajando para quien me busque, pero también tengo mis proyectos personales, uno de ellos es el mercado Lucas de Gálvez en Mérida, Yucatán. Allá vivo desde hace 18 años, ese fue el primer mercado que vi y recordé a Pablo Neruda, quien dijo: ‘México está en sus mercados’. En Yucatán he encontrado los usos y costumbres de mi país. Un fotógrafo siempre busca color, movimiento, texturas y el mercado lo tiene todo, e hice mi primera exposición en La Habana, Cuba, en Casa México, que los cubanos apreciaron mucho, porque después se presentó en el Centro Cultural Julio Antonio Mella, en Cienfuegos.

“Para esa exposición capté fotografías de 54 puestos en los que se ve pasta de axiote para hacer cochinita y relleno negro, aguas frescas, velas, joyerías de aretes y collares de filigrana.

Hoy día, en los mercados se reparan teléfonos celulares, así como se venden huaraches. A las alpargatas les dicen chillonas, y las usan para bailar la jarana. Muchos productos del mercado te hablan de lo que es Yucatán. Imprimí mis fotos en telas muy grandes y construí con ellas un laberinto de 3 por 1.5 metros, y eso le encantó a los del mercado. Caminar en ese laberinto da mucha ilusión a la gente.

 
 

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