La mano de las mujeres siempre ha estado presente en la pintura, la escultura y la gráfica, aunque a veces de forma invisible ante el público. Apenas hace medio siglo han dado su lugar en la historia de la producción pictórica a Artemisa Gentileschi (1593-1654), italiana de gran talento cuyos cuadros solían ser atribuidos a su padre o a otros artistas varones. Era considerada una rareza y, por tanto, una autora menor.
En México también han tardado en dar su lugar a la producción artística hecha por mujeres. Fue hasta la segunda mitad del siglo XX que la investigadora Leonor Cortina, por ejemplo, comenzó a rastrear a las pintoras mexicanas del siglo XIX. Ha costado trabajo dejar atrás la imagen de señoritas pintoras
, término que encierra la idea de jovencitas dedicadas al arte mientras se casaban o como pasatiempo. Hoy impulsan ese quehacer femenino investigadoras como Karen Cordero y Dina Comisarenco.
Es conocida la relación del oaxaqueño Rufino Tamayo con la jalisciense María Izquierdo, quienes convivieron como pareja de 1929 a 1933. Se ha debatido quién ejerció mayor influencia sobre el otro, como si ser hombre automáticamente otorgara mayor jerarquía. En 1945, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros protestaron por un mural, que sería de 154 mil 86 metros cuadrados, que a Izquierdo le había encargado el gobierno local, en una escalera del Palacio del entonces Distrito Federal. A punto de comenzar la obra, los artistas pusieron en duda la capacidad de la pintora de manejar el fresco. Sugirieron asignarle un edificio de menos importancia.
Izquierdo, primera mexicana en tener una exposición en Estados Unidos, declaró en 1953 que era un delito ser mujer y tener talento. El fenómeno
Frida Kahlo (1907-1954) se empezó a dar en los años 80, gracias, en mucho, a la biografía escrita por la historiadora estadunidenense Hayden Herrera, publicada en 1983 –del mismo año es Frida Kahlo, una vida abierta, de Raquel Tibol, con la diferencia de que la crítica de arte sí conoció a la pintora. También porque Kahlo se volvió símbolo de la lucha feminista al igual que Artemisa Gentileschi. La pintora y escultora Leonora Carrington siempre fue reconocido.
Años 50, despegue femenino
En los años 50 se desplegó una pléyade de mujeres artistas, tanto nacionales como extranjeras radicadas aquí, en disciplinas como la pintura, la escultura, el grabado y la fotografía. Destacan nombres como Lilia Carrillo, Geles Cabrera –considerada la primera escultora profesional de México–, Ángela Gurría, Elizabeth Catlett, Celia Calderón y Mariana Yampolsky; Lola Álvarez Bravo ya practicaba la fotografía desde finales de los años 20.
Entrado ya el siglo XXI, ¿qué tanto ha cambiado la situación de las artistas? De las 2 mil 100 obras que comprende la colección permanente del Museo Nacional de San Carlos, sólo 16 son de la autoría de mujeres, huecos que se pueden subsanar conforme avanzan los estudios, se descubren y localizan más obras.
Contrario a décadas anteriores, se han ampliado tanto los escenarios de acción como la oferta de disciplinas. Siempre ha habido mujeres muralistas –la primera fue Aurora Reyes–; sin embargo, en la actualidad las artistas, en su mayoría jóvenes, se han apoderado de la calle al cubrir muros y bardas con grafiti, no en forma clandestina, sino muchas veces por encargo de las autoridades.
Las artistas se abren nuevos horizontes en disciplinas como la instalación, el libro objeto, el video y todo lo que las nuevas tecnologías permiten. Además, las artistas no se limitan a un solo modo de expresarse, sino que navegan de uno a otro, o los mezclan, de acuerdo con las necesidades del proyecto en cuestión.
Aún falta reconocimiento internacional, aunque en ese proceso se encuentran las pintoras Remedios Varo y Alice Rahon.