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Así se templó el acero de Francisco Linares

05 de marzo de 2024 00:03

El pasado 19 de febrero se cumplieron 18 años del accidente en la mina de Pasta de Conchos, propiedad de Grupo México, donde quedaron atrapados 65 mineros. La lucha por rescatar sus cuerpos no cesa. En la misa celebrada en la Ciudad de México en el antimonumento instalado frente a la Bolsa de Valores participó, como siempre, Francisco Linares.

Francisco es un personaje que parece sacado de la novela Así se templó el acero, de Nicolai Ostrovski, uno de sus libros favoritos (que le pasó su camarada Severiano Sánchez) junto con la Biblia. Hijo de campesinos pobres poblanos, estudiante en una vocacional durante el movimiento estudiantil-popular de 1968, ingresó a Física y Matemáticas del Instituto Politécnico Nacional (IPN) a pesar de que inicialmente fue rechazado. Se incoropró al comité de lucha de la Escuela de Física y Matemáticas, se hizo maoísta, fue obrero en fábricas del valle de México y partió la cuenca carbonífera de Coahuila para hacerse minero y pelear por la democratización del sindicato.

Durante más de 10 años trabajó en tres minas, siempre en las actividades más pesadas. Sufrió tres graves accidentes y tuberculosis (se le agujereó un pulmón). Organizador sindical democrático incorruptible, discreto, fue boletinado por la empresas hasta que le fue imposible coseguir empleo. Cuando su organización entró en crisis y lo abandonó, él decidió quedarse en la región.

En Nueva Rosita se ganó la vida como periodista deportivo en El Mundo, fotógrafo y payasito. La censura del presidente municipal y un intento de asesinato por parte de pistoleros lo obligó a abandonar el reporteo. Encabezó la lucha por cerrar una mina a cielo abierto en la que se detonaban toneladas de explosivos para tumbar áreas enormes de tierra del carbón, levantarla con máquinas y echarla a los camiones. También por conseguir indemnizaciones por los daños a las casas por las explosiones.

En esa ruta encontró en el Evangelio, en el sacerdote Alejandro Castillo y en el obispo Raúl Vera una revelación de otro sentido de su vida. Fue parte de la pastoral obrera. Cuando en 2006 la tragedia cayó sobre los mineros de Pasta de Conchos, se incorporó de lleno en la larga marcha por el rescate de los cuerpos y la justicia para viudas y familiares. Cámara en mano, se metió a la mina y recogió evidencias de que el recate sí procedía.

Francisco nació en una familia de 11 hermanos, en Escape de Lagunillas, Chietla, Puebla, el 2 de abril de 1950. Su madre era ejidataria. Allí cursó su primaria en una escuela con un solo saloncito y le ayudó al sacerdote con la misa. Con grandes esfuerzos siguió sus estudios. Era bueno para las matemáticas.

Trabajando como campesino le nació la conciencia: “Lo que me ayudó a comprender la injusticia en nuestro pueblo fue un cacique. Era gerente de los ejidatarios y se aprovechaba de la gente. Me daba cuenta de cómo había familias que necesitaban sembrar algo y le pedían prestado. Él les cobraba muchos intereses”.

Participó en la marcha del 10 de junio de 1971. Al salir de clases regresó a la Casa de Estudiantes de Puebla, donde vivivía, en Lindavista, para no cargar un libro de física. Al llegar al Casco de Santo Tomás, recuerda: “Íbamos caminando cuando pasa una camioneta y nos empiezan a disparar. Nos aventamos en el camellón. Nos ayudó un poquito de barda, que había allí. Corrimos y nos metimos a Biológicas. No podíamos salir por la balacera. Fuimos saliendo y los granaderos nos obligaron a ponernos las manos en la nuca. Finalmente nos dieron chance de irnos”.

A partir de ese momento, su compromiso con la lucha fue total. Leía “casi puros libros de Mao Tse tung y Pekín Informa. Era el responsable de cultura de la escuela. Iba a embajadas y sociedades de amistad para conseguir película y literatura. Leí en ese tiempo un libro que recuerdo mucho: Así se templó el acero. Fue de los que más me llegaron”.

Tras unos meses en Monclova, junto a los mineros de la sección 147, se trasladó a Barroterán, en la cuenca carbonífera, donde acababan de matar al líder de la oposición al sindicato. Explica: el trabajo era “pesado, pero se acostumbra uno. Éramos como mil 500 trabajadores. Luego me accidenté. Se me cayó un mono (una estructura de madera para detener el piso de arriba), se me quebró la mano”.

La última mina en la que (casi) pudo entrar a trabajar fue en Piedras Negras. No le duró el gusto. Rememora: “Ya en la puerta, me detiene un empleado y me dice que me hablan de la oficina. Llego y me sacan la lista. Ahí está mi nombre, boletinado. Me dijeron: usted no viene a trabajar, viene de México a crearnos problemas”. Luego de más de 10 años debajo de la tierra, tuvo de ganarse la vida de otra manera.

Años más tarde, tras ser fotógrafo profesional, se convirtió en el payaso Kikolin. Todo comenzó cuando, junto a Rabanito, se disfrazó para amenizar la fiesta de su hija. Fue un éxito. Según Francisco, “me quedé pensando y dije: ‘Es mi hija y yo a ella le doy lo que pueda. Me voy a vestir de payasito’. Hubo mucha gente. Empecé entonces a disfrazarme. Es muy bonito. Los niños son maravillosos”.

Francisco se acercó a lectura del Evangelio a raíz de uno de los accidentes más graves que tuvo, cuando una piedra le cayó en la cabeza. Incapacitado “vino Semana Santa. Yo quería conocerla. Fui a comprarla y me dije: toda esta semana voy a leer, a ver qué aprendo. No aprendí nada. No la comprendía. Pero conocí una catequista, que era compañera en la lucha. Ella siempre traía la Biblia y me decía: ‘Mira, Panchito, aquí, dice esto’. Y lo leía. Me daba fuerza. Fue donde empecé a hallarle sentido. La lucha de los tajos me ha ayudado mucho. Ya no fue con los mineros, fue más personal. Siento que esa lucha estuvo muy bonita porque conocí a Dios en vida y viví y me acompañó”.

Como dice John Lennon en su celebre canción sobre los obreros y sus luchas: “Ser un héroe de clase trabajadora es algo a lo que aspirar”. Sin duda, Francisco Linares es un héroe de la clase trabajadora.

X: @lhan55

 

 



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