De no haber cometido la indelicada imprudencia de partir, el 17 de abril de 2014, en un viaje sin regreso, Gabriel García Márquez cumpliría 97 años el próximo martes, 6 de marzo.
Él no va a estar, pero habrá fiesta: ese día llega al mundo hispánico, a Brasil y a un amplio baúl de idiomas, En agosto nos vemos, su obra póstuma. Es verdad que García Márquez no consideraba que el libro estuviera terminado. Su costumbre de revisar hasta considerar una obra cerrada solía llevar más tiempo que escribirla. Por eso ordenó a Rodrigo y Gonzalo, sus hijos, que el texto no fuera publicado jamás.
Pasado el tiempo, los dos decidieron desobedecer al padre. Y explican la razón: el libro es mucho mejor de lo que recordaban. También dicen que si los lectores celebran el libro, el padre quizá perdone la traición.
No entraré en detalles de la historia, pero quiero asegurar que Rodrigo y Gonzalo nos ofrecen un tremendo regalo. Y que el padre sabrá perdonarlos.
Hay una descripción detallada de la vida de Ana Magdalena Bach, el personaje central de En agosto nos vemos. Es una visión femenina del mundo y de la vida, y con una tremenda carga de sensualidad nada común en el escenario de la literatura de nuestras comarcas.
En resumen: es el Gabo en estado puro.
De todos los libros que traduje de él al portugués de Brasil, por primera vez no pude llamarlo para intercambiar comentarios.
La verdad es que le consulté una única vez. Mandé media docena de palabras que podían tener doble sentido. La respuesta fue fulminante: media docena de veces la misma frase, “vete al diccionario”.
Ya los comentarios y las preguntas eran pura diversión. En su libro de memorias, él mencionaba “Cuadernos de Calella”. Bueno, Calella es una pequeña ciudad playera cercana a Barcelona.
La conocí bien porque ahí vivían exiliados Helena y Eduardo Galeano. Comenté eso con García Márquez, que me preguntó si quería decir algo en portugués. Le dije que no, y él se divirtió en el teléfono: “Perfecto, porque en castellano tampoco quiere decir alguna cosa”.
Termino diciendo que de todo lo que traje de García Márquez al portugués de Brasil, ése ha sido el trabajo que más me costó.
Y no por tratarse de un texto demasiado complicado. Fue el que más me costó porque esta vez no pude llamarlo al terminar ni cambiar comentarios e historias paralelas.
Le diría, por ejemplo, que en Memoria de mis putas tristes la carga de sensualidad y sexo es más discreta, y que el cambio de trayectoria de vida de Ana Magdalena Bach es una sorpresa radical.
Que el final es absolutamente inesperado, que tuve que releer para entender todo el libro y toda la historia de Ana Magdalena.
Tengo por norma no leer antes de traducir. Y que cuando tuve que traducir lo que ya había leído hacia un esfuerzo olímpico para olvidar.
Al traducir busco tener la misma y tensa expectativa que enfrento cuando escribo mis cuentos.
Pues en este libro esa tensión persistió en el aire todo el tiempo. Y cuando terminé la última revisión, ella continuaba flotando sobre mi alma. Y continúa todavía, cuando recuerdo el libro.
La manera como García Márquez oscila entre escenas de sexo explícito, como no recuerdo haber leído en sus otros libros, y delicadas descripciones de hábitos cotidianos de Ana Magdalena, es excepcional.
Una visión femenina insólita, sutil, y por eso mismo permanente.
No hay duda: Rodrigo y Gonzalo hicieron muy bien cuando desobedecieron la determinación del padre. Y Gabo está de vuelta en su estado más puro y grandioso.