Dado que con el surgimiento de la extrema derecha a lo largo del mundo ya desde hace años se está debatiendo la cuestión de si estos movimientos repiten o repetirán la experiencia del fascismo de entreguerras, resultan de particular importancia los intentos; también desde el marxismo, de desmitificar las omnirreferencias hitlerianas y las nociones de la “eterna recurrencia del fascismo”, tal como se lo proponía hacer ya hace unas cinco décadas Nicos Poulantzas (1936-1979), el sociólogo político marxista greco-francés y uno de los, junto con Louis Althusser, principales referentes de la corriente marxista estructuralista. En Fascismo y dictadura. La Tercera Internacional frente al fascismo (1970), Poulantzas, a contracorriente de la muy propagada ya en sus tiempos tendencia de tildar de “fascismo” a cualquier expresión política de la extrema derecha, igual que anteriormente Gramsci, desarrolló un original análisis político del fascismo.
Uno de los objetivos de Poulantzas era identificar condiciones políticas en las que las clases capitalistas podían ser motivadas a abandonar la democracia y abrazar la dictadura, sea el propio fascismo o alguna otra forma de autoritarismo como por ejemplo el bonapartismo o una dictadura militar. Para él, el fascismo era ante todo un “potencial” que acechaba los estados capitalistas en condiciones de crisis y sólo “una de las coyunturas posibles” de la etapa imperialista del capitalismo. En su modelo, su emergencia se debió históricamente a la desintegración de las clases dominantes y su hegemonía y la emergencia de un nuevo actor, la pequeña burguesía, combinada con el fracaso revolucionario de la clase trabajadora (tal como ocurrió en Italia y en Alemania).
Así, central a la desarrollada a base de Gramsci interpretación de Poulantzas que igualmente veía al fascismo como fruto de una crisis de la hegemonía, estaba la noción del fascismo como una forma más extrema del “estado capitalista de excepción”. Al igual que Gramsci –y en contraste con otros enfoques marxistas-economicistas–, Poulantzas enfatizaba una relativa autonomía política del fascismo de la economía y de sus sectores dominantes.
Buscando distinguir el fascismo de otras formas del “Estado de excepción”, Poulantzas rechazó tanto el enfoque liberal que presentaba el fascismo como una “anomalía” en la historia del capitalismo, como el determinismo económico de las teorías marxistas del fascismo de la Tercera Internacional (Comintern) que lo veían como una “función necesaria” del gran capital en tiempos de crisis.
Para Poulantzas, si bien era “posible” que el fascismo se repitiera, eso no significaba que surgiría o llegaría al poder bajo las mismas formas que en el pasado, ya que la forma dada del régimen de excepción y la forma dada de una crisis política tienen sus facetas particulares de acuerdo con los periodos históricos en que aparecen. Además, para él no todas las formas de autoritarismo estatal eran fascistas e importaba mucho distinguirlas. Para Poulantzas, el golpe militar en Grecia (1967) y la subsiguiente dictadura militar, así como tamppoco las dictaduras militares latinoamericanas eran fascistas, ya que no se podía identificar la base popular que se asociaba con el fascismo clásico. Tampoco era bonapartista, ya que no respondía al clásico análisis de Marx respecto a la política francesa del siglo XIX.
Para él, el golpe obedecía a algo diferente, una relativa autonomía que había ganado el ejército griego y a la estrategia internacional del imperialismo estadunidense (siendo el imperialismo, por otro lado, para él, uno de los factores cruciales en la formación del fascismo a punto de modificar el famoso dictum de Horkheimer, de que “el que no quiere hablar del imperialismo, debería callar también sobre el fascismo”).
Ha sido precisamente este hecho que buena parte de la izquierda en Grecia y en el extranjero viera, erróneamente ante sus ojos, como “fascista” al golpe y la dictadura griega, lo que lo motivó a escribir su estudio, al igual que su rechazo a las incorrectas, igualmente ante sus ojos, interpretaciones economicistas y deterministas del fascismo producidas desde la Comintern que primero lo atribuyó al “subdesarrollo capitalista” y luego a la “sobremaduración”, sin tomar en cuenta las condiciones de la crisis política.
En este sentido, el enfoque de Poulantzas resulta de mayor importancia ante el nuevo empuje autoritario a lo largo del mundo, las nuevas formas de represión y el racismo estatal y algo que permite mucho mejor entender el auge de la extrema derecha contemporánea, más que la etiqueta “fascismo”. Según Poulantzas, el potencial para el fascismo existe dentro de los estados capitalistas, pero su realización no es nada inevitable y depende de la lucha de clases.
Su advertencia de que las democracias capitalistas ya hace décadas estaban cambiando hacia una especie de “estatismo autoritario” que preservaría las formas de gobierno liberal-democrático mientras pisoteaba las libertades civiles, sin necesariamente ser “fascismo” −la noción de “posfascismo” de Gáspár Miklós Tamás y Enzo Traverso viene a la mente−, parece especialmente relevante.
Entre otros, ayuda a resaltar algo que en tiempos de Trump muchas veces de modo conveniente quedaba olvidado, que todas las herramientas autoritariodisciplinarias de los estados neoliberales, incluida la legislación “antiterrorista” post 9/11, que sigue fungiendo como tapadera para las prácticas represivas y los mecanismos de vigilancia, no han sido productos de ningún fascismo, sino de las propias democracias parlamentarias neoliberales.