En 2018 las representaciones políticas de la reacción oligárquica no sólo perdieron la mayor parte del respaldo ciudadano con el que contaban, sino también los mecanismos para fabricarse respaldos artificiales como los que les permitieron hacerse con la Presidencia en 2006 y 2012, es decir, el fraude electoral y la compra masiva de votos. Desde entonces, huérfanos de pueblo y de programa, los rescoldos del viejo régimen de partidos han ido perdiendo posiciones de poder, han decidido marginarse del nuevo pacto social que está en construcción y, lo que es peor, han cerrado los ojos a la realidad.
Esas oposiciones han venido engañándose a sí mismas desde tres años antes, cuando pensaron que la insurrección popular, electoral y pacífica que los desa lojó de la Presidencia, del control de las cámaras y de varias gubernaturas, no cuajaría como gobierno, o bien que el poder corporativo y mafioso podría domesticar a la medida de sus intereses al gobierno resultante, o que éste habría de resultar, al menos, inestable y objeto de un desgaste fácil, en la medida en que fuera sometido al bombardeo de los medios que siguen estando, en su inmensa mayoría, al servicio de la oligarquía neoliberal.
Así, en 2021 disfrazaron de victoria sus derrotas electorales con la única base del puñado de alcaldías que conquistaron en la ciudad capital e inventaron que la coalición de la Cuarta Transformación “perdió la mayoría calificada”, cuando lo cierto es que nunca la ha tenido: las reformas constitucionales realizadas en la primera mitad de este sexenio fueron posibles por negociaciones puntuales y específicas, no porque Morena y sus aliados partidistas tuviesen asegurados dos tercios de los votos.
A partir de 2021, la derecha se empleó a fondo en la explotación de hechos trágicos –como la mortalidad causada por la pandemia de covid-19, el colapso en la línea 12 del Metro o la persistencia de la violenta descomposición que instaló en el país Felipe Calderón y que agravó Enrique Peña Nieto– para dar combustible a una campaña de descrédito sistemático contra las autoridades de la 4T. Tenía la ilusión de que esa campaña, sumada a la unión formal del amasiato de facto que el PRI, el PAN y el PRD han sostenido desde la firma del Pacto por México, podría hacerles el milagro de enajenar a su favor a la mayor parte del electorado.
La derecha oligárquica no ha terminado de entender su derrota histórica y se entregó a la fantasía de recuperar la Presidencia en las elecciones de este año. Para ello, lanzaron una candidatura que a su entender habría de resultarle “atractiva” al electorado y que podría llevarlo a olvidar la violencia, la corrupción, el autoritarismo y el entreguismo que caracterizaron a los gobiernos del ciclo neoliberal. Las encuestas se han encargado de hacerles ver el tamaño de su fracaso en este empeño.
A estas alturas, el bando de la corrupción neoliberal ha terminado por entender que sus probabilidades de ganar la elección presidencial son minúsculas, que su afán de arrebatar la mayoría legislativa a la 4T no tiene buen pronóstico y que, por el contrario, existe la posibilidad real de que el próximo sexenio arranque con una mayoría calificada alineada al proyecto de nación que enarbola Claudia Sheinbaum, cuyos 100 puntos principales se dan a conocer hoy en el Zócalo.
En tales circunstancias, la oposición representada por el PRIANRD está ya haciendo preparativos para tratar de descomponer y desestabilizar, al margen de las urnas, un proceso electoral que muy probablemente le será adverso. Para ello ha lanzado –esta vez con complicidades internacionales–, una enésima campaña de lodo en redes y medios convencionales en la que acusa al actual gobierno de vínculos con el narco, difunde imaginarios hilos de corrupción que desembocarían en Palacio Nacional y hace aspavientos en torno a una supuesta “elección de Estado”. Vaya pues: sería difícil imaginar una mejor proyección, en olor de autorretrato, de los desgobiernos salinista, calderonista o peñista.
Estos operativos de calumnia, insidia y siembra de pánico y fobia no sólo evidencian la desesperanza del bando opositor, sino también su proverbial desprecio a las urnas: a fin de cuentas, tanto Salinas como Calderón y Peña se hicieron con el control del Ejecutivo federal a contrapelo de lo expresado en ellas. Pero ahora, desalojado del poder institucional –salvo por sus reductos en la Suprema Corte y en sus “organismos autónomos”– no va a serle fácil repetir una de esas hazañas inmundas, porque hoy la mayoría del electorado manda, y ni le cree ni lo quiere.
Hoy empieza en el Zócalo la campaña presidencial de Claudia Sheinbaum y con ella, la segunda gran gesta popular y ciudadana de la Cuarta Transformación. Que esos opositores se consuman en su odio y en su amargura; México seguirá decidiendo su rumbo en las urnas y es tiempo de mirar hacia adelante.
X: @PM_Navegaciones