Las noticias de todos los días y desde hace algún tiempo nos demuestran que las cosas en economía y política han cambiado. Se trata de una transformación profunda, la cuarta. Unos ejemplos: hace poco escuchamos al Presidente decir con la franqueza que lo caracteriza, que, en algunos casos graves, trascedentes, envió avisos a los jueces, que les advirtieran: “tengan cuidado”. Cuando importa, para la comunidad y la justicia, que los jueces además de sus expedientes, sus leyes, su jurisprudencia, tengan clara idea donde están parados, deben conocer las circunstancias socioeconómicas en que van a resolver los casos a su cuidado.
Los mal pensados sin entender al Presidente o maliciosamente, interpretan el incidente de la mañanera como si se tratara de consignas o amenazas. No es así. En mi cargo me ha tocado proponerlo, los jueces deben estar bien ubicados y entender el medio social y las circunstancias económicas y políticas en las que van a resolver. En mi carácter de consejero he propuesto en la Escuela de Derecho del Poder Judicial que se incorpore al final de cada curso un seminario de al menos un día para que quienes se preparan como juristas, futuros juzgadores, recuerden o se enfrenten a la realidad socioeconómica en que van a trabajar. La jurisprudencia no es una ciencia exacta, es una ciencia humana, que además de la norma y sus interpretaciones tiene que tomar en cuenta la realidad; antes del positivismo jurídico, del formalismo, en las raíces antiguas de nuestra profesión se hablaba de que un juez debe resolver “a verdad sabida y buena fe guardada”. La intención y la franqueza del Presidente nos debe hacer pensar en que ante y sobre una interpretación letrista y kelseniana están la justicia y la ética; por tanto, la necesidad apremiante de conocer el contexto en que una sentencia se va a dictar y a cumplir.
La otra noticia señal de los tiempos: los curas del estado de Guerrero, tan emblemático por su historia y hoy convulsionado por la delincuencia organizada; nuestro estado del sur del que salió la Bandera Nacional y desde el cual se abrió camino la consumación de la Independencia, el estado en que se persiguió a Genaro Vázquez y a Lucio Cabañas, ve cómo hoy sacerdotes católicos, hablan con los bandidos y les predican, les piden que respeten las vidas humanas. Y algo más del mismo tema, las fotos de hace algunos días en la impecable y profesional portada de La Jornada: el papa Francisco, el primer latinoamericano en ese cargo, otro Papa bueno, jesuita, inteligente, agudo, santo, sencillo y ágil de mente, aparece con las dos candidatas a la Presidencia de la República; nuestra Claudia, de la 4T, y Xóchitl, la de los desconcertados opositores que no encuentran otra forma de hacer política que no sea criticar al Presidente.
Todo eso, esas noticias, no las imagino en otro tiempo. Son de ahora, señales del cambio. Confirman que estamos en un proceso de transformación profunda; en muchas cosas, si lo hacemos de buena fe, sin el velo de la rivalidad y la politiquería encontramos novedades; en la información hay un pueblo que aprecia la política, distingue y participa, se entera a diario de lo que pasa y lo que se discute.
También cambió el uso público del dinero, hay austeridad y honradez; alcanza para todos, obra pública, vacunas, programas sociales, respeto internacional y todo eso y más a la vista de todos en lo material, asunto de recursos e inversiones eficaces y gastos. Pero está algo muy importante, cambio profundo; nadie mostró desconfianza anticlerical con la valiente participación del clero en el problema de la seguridad y la pacificación del país, tampoco nadie se rasgó las vestiduras al ver las estupendas fotos del papa Francisco tan significativas y congruentes con la fe popular, en ellas aparece el Papa al lado de las dos candidatas que van más adelante en las encuestas.
El cambio está presente, se palpa en la vida política, en la franqueza del Presidente, en la solidez de la moneda mexicana, en que vivimos en una economía sólida y solidaria; aumenta la inversión, aumentan los salarios mínimos y hay confianza.
También vemos procesos democráticos sin represión, a nadie se le pers igue por motivos políticos o por exigencias sindicales o vecinales. Dos veces el Zócalo lleno de manifestantes multitudes de uno y otro extremo del espectro político.
Mi conclusión en esta aportación a La Jornada es muy sencilla: no ven el cambio sólo aquellos que voluntariamente cierran los ojos; los que no lo quieren ver, porque añoran otros tiempos en los que los poderes económico y político se confundían y crecía la injusticia social.
De lo que estoy seguro, es de que, si el cambio se logró democráticamente, sin un vidrio roto, su consolidación también seguirá caminos de libertad y democracia; las señales del cambio son irrebatibles lo que sigue necesariamente deberá sustentarse en movilizaciones pacíficas y en sufragio efectivo.