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Ciudad perdida

26 de febrero de 2024 07:54

Se trata del intento de venganza política a la que se quiso disfrazar de violación a los derechos individuales, cuando la derrota era inminente.

Del bote de la basura se arrancó un escrito que no cumplía con los mínimos requeridos para su publicación, pero servía para ejercer venganza contra el personaje que les endilgó el calificativo de pasquín, pero que también les hizo ver como un medio muy poco confiable, capaz de mentir para cumplir con los compromisos que le dictan sus intereses.

El leviatán del periodismo estaba derrotado. El New York Times difamaba impunemente y era exhibido como eso, como un medio que engaña a sus lectores con el prepotente afán de saciar su venganza. El New York Times no se toca, quisieron expresar los editores, cuando insultaron a las páginas del diario, a su historia, con una difamación orquestada.

De pronto pareciera como si la mentira, pecado mortal en el periodismo –se puede mentir y morir por eso–, no cayera pesado en el estómago del leviatán y se pudiera seguir viviendo sin mostrar daño alguno, porque para hacer efectivo el engaño, sobre él se monta el escándalo al que se une un ejército de militantes de la estafa.

Y así ocurrió: la voz hallaba el tono de la insolencia para provocar la pifia política. Ninguna razón dominaba la soberbia y de ella se colgó una nueva mentira. Se puso en peligro la vida de una periodista, lanzaba la voz de la arrogancia, aunque el pretexto para la acusación fuera tan endeble como el argumento del enredo inicial.

Tal vez novata en la fabricación de un altercado, o quizá mal informada, quien reclamaba que difundir el teléfono de una periodista era poner en peligro su vida –la de la dueña del número telefónico– no estaba enterada que cuando menos a uno de los hijos de López Obrador se le tomaron fotografías en su domicilio junto con su esposa y se publicaron sus números telefónicos, datos que también se difundieron como parte de otra falacia.

Entonces, la joven justiciera no apareció pidiendo protección para el personaje del que se habían difundido dirección y teléfonos particulares. O tal vez sí estaba enterada y sí sabía lo que el hecho significaba, pero no le habían ordenado que generara la protesta.

El asunto es que las cosas empeoraron ayer, cuando un grupo de mexicanos se paró a las puertas del diario estadunidense para protestar por la falsedad del ataque al Presidente de su país.

Está bien, entre el anhelo de venganza y lo que hoy significa el gobierno de México se conjuga aquello del hambre y las ganas de comer, pero lo que tenemos que explicarnos es por qué ahora. La respuesta está a la vista: es temporada electoral, cuando los zopilotes vuelan bajito y los chacales juntan la manada, y ellos no quieren, por ningún motivo, que la transformación que vive el país continúe.

El asunto es que, como dice ya saben quien: aquí mandan las mayorías.

De pasadita

Está de pensarse. Los datos difundidos la semana pasada, en los que se da cuenta de las preferencias electorales de la gente en las entidades de la República, advierte la ventaja que Claudia Sheinbaum tiene en todo el país, ventaja que para muchos es inalcanzable.

Lo curioso del asunto es que una de las entidades donde menos apoyo tiene es la Ciudad de México, a la que ella gobernó y a la que dejó con los números muy en alto, así que algo sucedió, tal vez el descuido de quien encabeza a Morena en la capital, que estaba más preocupado por seguir en la nómina de la política que por conseguir la aprobación de los votantes. Tal vez es por eso.

 
 

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