Una de las líneas para el diseño del Proyecto de Nación, que debemos continuar sin falta, es el cuidado del ambiente, su fauna, flora, mantos acuíferos y a tmósfera. En el programa ambiental del próximo sexenio seguramente se contemplará el conjunto de propuestas que, de alguna forma, ya se está ejecutando en materia de limpieza atmosférica. El compromiso, tal vez el más importante, es la disminución de emisiones de dióxido de carbono (CO2).
El tema energético tiene que ver, como ya lo hemos dicho en artículos anteriores, en este espacio de La Jornada, con uno de los objetivos más importantes para los siguientes años. Su importancia es, simplemente, porque tiene que ver con todas aquellas acciones para la vida cotidiana, para la sobrevivencia.
De acuerdo con estudios del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático de la UNAM: “La aparente contradicción entre el aumento sostenido en las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono (CO2) y una disminución en la tasa de incremento en la temperatura del planeta registrada en los años 90 del siglo pasado es uno de los principales argumentos de los escépticos para cuestionar el efecto de la actividad humana sobre el clima”.
Sin duda, la intervención humana en el uso irresponsable de la energía que hemos tomado de la naturaleza es el punto de referencia para cualquier investigación y seguimiento de los fenómenos naturales y sus efectos en nuestras vidas. Responsables del cambio climático no natural somos las personas de todo el mundo.
Por lo pronto, en la República Popular China, el país donde se registran las más altas emisiones contaminantes, se han encontrado soluciones. Algunas de ellas se han puesto en práctica (por ejemplo, la reutilización del CO2). La meta ha sido perfeccionar las técnicas para disminuir la concentración de este gas a corto plazo.
Es así como lograron disminuir la contaminación en 50 por ciento y en sólo siete años de permanentes intentos. Sin embargo, la lucha por controlar y disminuir la contaminación todavía es difícil. Depende de la sociedad mundial, sobre todo de aquellos países que más contaminan. La batalla por abatir los niveles peligrosos, no sólo del CO2, sino de cualquier elemento que intoxique el ambiente, es larga y difícil de concretar en su totalidad en el corto plazo.
Uno de los pasos importantes para la disminución de las emisiones que llevaron a cabo el pueblo y gobierno de China fue trabajar en conjunto, así como sancionar a quien desentendiera las instrucciones oficiales, que eran: 1) disminuir el uso del carbón y 2) no otorgar permisos ilegales para la construcción de nuevos locales para su fabricación.
Si consideramos que en los años 80 la República Popular China se encontraba en una década importante en su desarrollo y crecimiento económico, la población demostró un enorme sentido de responsabilidad, ya que se ajustaron a la escasez de carbón. Asimismo, los productores de este energético de las zonas más contaminadas cumplieron con las indicaciones específicas de disminuir las emisiones o cambiarse al uso de gas natural.
Los países más contaminantes de CO2 son Estados Unidos y China. Sin embargo, con el regreso al consumo de carbón por parte de Alemania, se ha retrocedido en los objetivos por disminuir al límite el uso del carbón y no generar emisiones del mencionado gas.
En el caso de México, es uno de los países que menos contamina por emisiones de CO2. Ocupa el lugar 75 entre 106 países con registro de emisiones.
Y, en el caso de la contaminación de la atmósfera, la tierra y el agua, debemos referirnos, siempre que sea posible, a la industria bélica como uno de los factores más lesivos para el planeta y todos sus componentes. Es la industria más destructiva en todas las etapas de la historia humana. Es humanamente imposible hacer un cálculo medianamente creíble del daño ambiental, cultural y emocional de la destrucción ocasionada por cada guerra.
Las instancias internacionales, supuestamente promotoras del desarrollo y la cordialidad entre los pueblos del mundo, como la ONU, por ejemplo, son cómplices de las grandes industrias fabricantes de todo tipo de armas bélicas y de los países que se inventan motivos libertarios y patriotas en defensa de la occidental democracia y del territorio del vecino para organizar una muy lucrativa guerra.
El nombre de estos gobiernos delincuentes son Estados Unidos, Israel, Ucrania, Gran Bretaña, Francia, los clientes de la OTAN y otros que también son generadores de violencia, de contaminación y de deterioro humano, como El Salvador.
Se aproxima un movimiento ambientalista legítimo, no como una moda simplemente, sino como una meta urgente. Ya es tiempo de fijarse en los objetivos que son de mayor importancia para la salud mundial, en lugar del enorme gasto monetario y de recurso humano que requiere una contienda electoral –tan empobrecida– como la que observamos en el sector neoliberal de nuestra sociedad.
@AntonioGershens