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Las derechas a las calles

24 de febrero de 2024 00:04

En el siglo XXI mexicano, en el escenario posterior a la alternancia, las calles, el terreno y plazas públicas como espacio de protesta o activismo han solido ser un espacio protagonizado por las izquierdas –partidistas y sociales– que han enfrentado diversas trabas, que han ido desde el ninguneo (como cuando el gobierno de Fox en abril de 2005 engañó con que a la marcha contra el desafuero de AMLO asistieron “200 mil personas” cuando en realidad fue un millón), hasta afrentas autoritarias más graves, como la represión policiaca (en la que resaltan la “mano dura” de Peña Nieto y Fox en Atenco o Francisco Ramírez Acuña en Guadalajara, entre muchos más casos) y hasta el asesinato de defensores de territorio, perpetrados por actores del crimen organizado.

Pero tener el protagonismo en el territorio no significa tener el monopolio. En este siglo, también las derechas han tratado de hacer de las calles un escenario de acción, aunque su impacto y causas han sido más reveladores de sus carencias que de sus objetivos. En junio de 2004 se gestó una marcha exitosa por su número en aras de protestar por la inseguridad. Si bien la concurrencia fue plural, el PAN y sectores de la extrema derecha (como el yunquista Velasco Arzac) trataron de acapararla como músculo político propio y redujeron sus consignas a meras exigencias de mano dura –visión propia de las derechas más autoritarias– y ataques contra el gobierno capitalino, encabezado entonces por el PRD.

Fuera de ello, los intentos de “salir a plaza” fueron infructuosos para las derechas. En 2005, el dirigente capitalino del PAN, Carlos Gelista, trató de llamar a la gente a las calles para apoyar el desafuero de López Obrador, empresa que fracasó. En 2008, ese partido intentó hacer recorridos casa por casa para explicar virtudes de la privatización petrolera que ansiaba Calderón, labor que no se concretó. Pareciera que las derechas se han sentido más cómodas en la política palaciega en desdén de la socialización política a ras de suelo y en detrimento de la manifestación pública. En marzo de 2008, por ejemplo, el dirigente nacional del PAN, Germán Martínez, despreció las protestas del Movimiento en Defensa del Petróleo al tildarlo de “política callejera” y en el sexenio peñista fue frecuente demeritar movilizaciones bajo la premisa de que “el cambio está en uno”. Ambas visiones coincidían en relegar ese tipo de activismo a algo inútil o, peor, indeseable.

El triunfo de una expresión de las izquierdas en 2018 labró un giro para las derechas partidistas en ese sentido. Desde entonces mágicamente la salida a las calles dejó de ser desdeñable y la tornaron en una legítima vía de acción. Si bien esto refleja la salud democrática del país –porque las calles son escenario válido para cualquier postura–, la consigna que los mueve es cuestionable.

Su eje articulador no ha sido una carencia concreta o desventaja histórica, como suele ocurrir con los movimientos sociales. El detonante que los empujó a las calles fue un intento de reforma electoral, promovida por el presidente, en 2022. Y ahí está el fondo que los mueve: si bien aceptan que en México hay democracia –como afirmó el orador Lorenzo Córdova en su concentración el domingo 18 de febrero pasado–, asumen que ésta peligra si pasa el paquete de propuestas de reformas constitucionales expuesto por López Obrador recientemente.

No se ve claro cómo institucionalizar programas sociales o limitar el uso industrial de agua potable sean tesis que puedan debilitar la democracia. Y si bien son debatibles las propuestas de reforma política del Presidente, en las que resalta reducir legisladores plurinominales, no hay nada que cancele la garantía a una elección competida, como se mostró en 2021, cuando por primera vez no hubo presupuesto federal dispendiado en compra de votos y la oposición desde el Prian, pese a su debilidad propia, tuvo triunfos inéditos en la capital.

¿Qué mueve en verdad a las derechas a salir a las calles en esta coyuntura? Resaltan dos ejes. El primero es el hábito del miedo infundado, protagónico en su discurso desde 2006: “Hoy hay democracia en México, pero en el futuro quizá no”, que es un espeto que suena parecido al “hoy hay estabilidad económica, pero si gana AMLO no” o al “hoy no hay relección, pero si gana Morena quizá sí”. Así, el sentido común de esas derechas está compuesto más de ansiedades esotéricas autoinfligidas que de evidencias.

El segundo parece ser no querer fortalecer una candidata opositora, sino reducir la carga de desprestigios del membrete Prian, que la abandera. De ahí la obsesión de los organizadores de la marcha por definirse “ciudadanos” (aunque la protagonice la nómina partidista y un júnior del salinismo). De ahí la obsesión por definirse “demócratas” (aunque en la vanguardia haya mapaches electorales como Madrazo, Gordillo, Fox, Calderón o Margarita Zavala).

Y ahí radica el rasgo central de la marcha de las derechas. La calle suele ser escenario de protesta de movimientos que pretenden resarcir una desventaja social. El problema es que en quienes marcharon el domingo pasado, la desventaja es política, es decir, su debilidad electoral actual no se debe a factores externos, sino a consecuencias de sus actos. Para disimular eso se quejan (usando a un ex árbitro que exhibe su parcialidad, por cierto) de que el problema está en la cancha, sin darse cuenta que en realidad está en la inoperancia de su equipo.

*Académico de la Universidad de Hradec Králové, República Checa. Autor del libro Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional



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