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Frans van der Hoff, el reverso de la historia

20 de febrero de 2024 00:02

Detrás de los lentes, el sacerdote obrero y campesino de la congregación de los Padres del Sagrado Corazón Frans van der Hoff escondía una mirada alegre y cariñosa, que le permitía ver a través de las corazas de las personas.

Acostumbrado a trabajar manualmente para ganarse la vida, sus manos estaban llenas de callos. Sus oídos sabían escuchar la sabiduría de las palabras de los más humildes. Frans nació en 1939 en De Rips, en Brabante del Norte, Países Bajos.

Llegó a México en 1973, como refugiado del golpe contra Salvador Allende en Chile. Sexto hijo de una familia rural de 16, desde pequeño se crió entre vacas y aprendió a ordeñarlas y a trabajar la tierra. Hablante de frisón, años después, aprendió una variante del zapoteco.

En su casa y en la escuela la vida era inconcebible sin religión católica. A los 10 años decidió hacerse cura. La dureza de la vida monacal llevó a sus mejores compañeros en el seminario a colgar los hábitos. Pese a sus dudas, él decidió quedarse porque se decía a sí mismo: “si ahora te vas, te quedarás fuera de verdad.

Y tampoco tendrás ninguna influencia sobre lo que suceda aquí adentro”. Este principio guió su criterio para actuar dentro de instituciones y movimientos que consideraba relevantes, pero con los que tenía diferencias significativas.

Frans participó en las protestas estudiantiles de los 60, se involucró en el movimiento tercermundista y protestó contra la guerra en Vietnam. En esa época conoció el marxismo. Fue influido por Emmanuel Levinas, Iván Illich, Albert Camus y Antonio Gramsci. Se ordenó en 1968, asumiendo el sacerdocio como una forma de ayudar a otras personas.

Un año después se licenció en teología. En 1969 dio clases en la Universidad de Ottawa y en verano de 1970 viajó al Chile de Allende. Allí conoció a Paulo Freire, se metió de lleno en los barrios marginados y medió entre movimientos radicales (algo que siguió haciendo mucho después).

El día del golpe de Pinochet se encontraba en el norte de Chile y logró salir a Perú. Llegó a México como refugiado en 1973. Se encontraba en las listas de la Interpol y fue detenido por la Dirección Federal de Seguridad. Don Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, abogó por él. Frans se halló con un país con una enorme represión y un archipiélago de grupos guerrilleros.

Trabajó vendiendo calcetines sin mucha fortuna y como obrero de la Ford, soldando ejes traseros. Se comprometió con la revolución nicaragüense. Habitó viviendas precarias. Celebró misa en un vertedero de basura del barrio Carmen Serdán, oriente de Coyoacán.

Fue parte de la red de sacerdotes en búsqueda y desde la Teología de la Liberación. Se involucró en la lectura de la Biblia desde una perspectiva innovadora y liberadora, arrancándola del control de la iglesia oficial para devolvérsela a los pobres. Entre 1974 y 1978 fue director del Centro de Estudios Ecuménicos. Amenazado por la policía, tuvo que dejar el Distrito Federal.

Con una pistola en la cabeza le advirtieron: “Padre, si usted no desiste de sus actividades subversivas, lo acabaremos”. Enfermó de ictericia. Don Sergio lo visitó al hospital y le recomendó que se fuera a Tehuantepec. Don Arturo Lona era obispo de esa diócesis. En 1980, Van der Hoff se trasladó a Barranca Colorada, pueblo caficultor, cerca de Ixtepec.

Compró una casa rústica, sembró cacahuate y maíz, volvió a ordeñar vacas y escuchó a los pequeños cafetaleros. En la región trabajaba un grupo de comunidades eclesiales de base. El 15 de junio de 1983 se constituyó formalmente la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (Uciri), organización modelo que lucha por la apropiación campesina del proceso productivo, la salud, la educación, el abasto, los transportes y la construcción de caminos.

Frans tuvo una teofanía que lo llevó a vivir el resto de sus días en el mundo indígena. Recorría una brecha con un pequeño vehículo junto a un par de agrónomos holandeses que querían ver Uciri, cuando, en medio de la nada, se topó con una señora mayor de edad, con un bulto de leña. Se encontraban entre dos pueblos, distantes 30 kilómetros uno del otro. Nadie habitaba allí. Sorprendido, al verla, el sacerdote regresó. Le preguntó dónde vivía.

La mujer respondió que lejos. Él quiso saber por qué ella estaba allí. La indígena le dijo que nadie la veía. “Solamente mi diosito pobre del campo me ve.” Le pidió que le dijera qué debía hacer. Ella le contestó: “Quédate con nosotros y olvídate de todo esto”.

El cura le prometió que lo haría. Y lo hizo. La labor de Frans y las comunidades zapotecas, mixes y chontales fue fundamental en la promoción del café orgánico y el comercio justo en México y el mundo. Abrió procesos de transformación social inéditos. En represalia, caciques y soldados asesinaron a 37 miembros de la Uciri. El mismo cura fue detenido en 1987.

El 24 de marzo de 1994, una patrulla militar se presentó en el Centro de Educación Campesina de Uciri. Los soldados pretextaron que habían reportado el lugar como sede de adiestramiento guerrillero. Los ecos del levantamiento zapatista se escuchaban en el México profundo.

Según Frans, la sublevación chiapaneca se originó en la convicción de que, si se quiere construir una sociedad decente y humana, hay que tratar a los hombres de una manera distinta. Advirtió como característica del movimiento, la rabia contenida ante la persistencia de la exclusión y marginación indígenas.

Los zapatistas –explicaba– han sido capaces de transformar esa rabia en rebeldía. No se cansan de defender su programa y de reivindicar valores como la transparencia y espacio para vivir juntos en dignidad.

Tras 13 años en México, Frans aseguraba que lo que más le había impresionado, parafraseando a Fernando Benítez, era: ¡trabajar con los hermanos indígenas de la montaña! Este 13 de febrero ese gigante convertido por los pobres, que decidió leer desde el reverso de la historia, nos dejó.

X: @lhan55



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