En cierto y patente, potente modo –aprensiva impresión si se quiere–, la poesía no es literatura, la cual, pensamos, tiende a institucionalizar (literatura, según eso, institución; poesía, intuición) aquello, la poesía, que la origina. Si, como creemos, y no somos los únicos, de la poesía es que proviene la literatura, en su origen está, su origen es, ¿cabrá, tendrá sentido institucionalizar el origen?
El poeta, si poeta o bien cuando poeta, al origen va, en origen se convierte (y se vierte), y vuelto al origen, origen vuelto, origina lenguaje –un lenguaje que, así se experimenta, deja la –¿fuerte, vaga?– sensación de que origina Ser.
Y sin embargo (y esto a la vez que es no es paradójico): Si sabes a dónde vas, en poesía, no sabes a dónde vas
.
Empezar un poema parecerá no tan difícil (aunque empezarlo bien…); terminarlo (hablamos, es claro, de hacer las cosas a profundidad), un poco más. Curiosamente, lo en verdad difícil –y a primera vista puede no dar esa impresión y hasta más bien dar la contraria– es saberlo continuar, acertar en el diálogo con el juego de energías, de intensidades, que todo camino presenta, y sin perder de vista el hacia dónde el poema quiere, sabe, sabrá ir.
Siente lo que percibes, percibe lo que sientes, con claridad imperturbable, con nitidez serena si es que puedes, o lo más que se pueda (tenemos la noción de que sentir perturba, propicia cambios atmosféricos), calmo, sereno, impávido. Si surgiera el temor, hay que dejarlo ser –respeto induce. Temor, no miedo (el temor es sagrado); el miedo, que tiende a profanar, es deleznable. Ahora obra, escribe, transmite lo que sientes, lo que percibes, lo que vives.
Sentir y percibir, percibir y sentir; percibir en palabras lo que sientes, sentir de las palabras lo que sienten que dices y qué tan bien lo dices o lo dicen, y qué tan bien lo están –tú y las palabras– averiguando, condición es sin la cual el poema nomás no.
El horizonte de toda actividad artística es triple: profundidad, trascendencia, excelsitud, tríada ordenada aquí, es nuestro criterio, de menor a mayor grado de dificultad. La meta es ésa, ¿lejana, inalcanzable? Horizonte, nomás. Dirección en la que hay que avanzar sin azoro ni orgullo, con entusiasmo y sensatez; desde naturalidad y en libertad que, siéndola, va como interiormente guiada. Andar que, reconocido, asumido destino, resuélvese sin más en inspirada danza.