Uno de los principales retos del siglo XXI es tener una sociedad bien informada y, paradójicamente, ante el gran abanico de opciones con que contamos en la actualidad para consultar noticias u opiniones, la tergiversación, el análisis sesgado de los hechos, las mentiras e incluso la difamación ocupan buena parte de la discusión pública en lugar de que en este lugar esté el contraste de ideas basado en hechos reales.
La opinión pública es bombardeada con mentiras que buscan encontrar cimientos en las emociones; quienes profieren el bulo saben que en el odio, asco, pero sobre todo en el miedo, germinan opiniones sin importar que se basen en hechos inverosímiles, como el que el color del mar cambiará a causa de la obra del Tren Maya, o que México se convierte en Venezuela.
Desde hace meses las casas encuestadoras serias, cuyos ejercicios se publican en periódicos nacionales, muestran resultados sobre las simpatías de las candidaturas a la Presidencia similares: una amplia y clara preferencia de Claudia Sheinbaum sobre Xóchitl Gálvez. Ante este escenario, que también es coincidente con los resultados electorales en elecciones recientes en las que Morena se ha impuesto al PRI, al PAN, y a lo que queda del PRD, la oposición en lugar de reconocer que lo es por mandato popular, y revisar en su interior las razones por las cuales se ha dejado de ver favorecida con el voto, prefiere evadir su responsabilidad y fantasear mientras cree que el México de hoy sigue siendo el mismo de hace 20 años.
Las encuestas no los favorecen, pero en vez de cuestionarse el porqué están abajo en ellas e intentar corregirlo, mejor buscan a través de la mentira intentar desvirtuarlas con maromas que ni el mejor payaso de circo podría igualar –ojo, que no los acróbatas, porque ellos sí las hacen bien–, encontrando receptor solamente en quienes, porque creen que conviene a lo que creen que son sus intereses, quieren creerlas, lo que, de acuerdo con las mismas encuestas, representa un número reducido del electorado.
Hay que entender que la noticia falsa es el síntoma de un propósito que va más allá de engañar por engañar. Su intención es hacer daño a una persona o a una causa; es para ello que se construye una sofisticada operación que intenta dar credibilidad a un hecho sin importar qué tan inverosímil pueda ser. Lograrlo implica golpear donde más le duele a la víctima; por ello no es de extrañar la publicación reciente en la que Tim Golden acusó a la campaña de Andrés Manuel López Obrador en 2006 de haber recibido dinero del crimen. Golpe que intentó colocarse en quien encabeza un movimiento que parte de la lucha y erradicación a la corrupción.
Aquí, unos datos que pueden ser de utilidad sobre Tim Golden: fue corresponsal en México del New York Times y se volvió cercano a Otto Granados y a José Carreño, quienes se desempeñaron como voceros de la Presidencia de Carlos Salinas de Gortari. Publicó hace unos meses en el New York Times dominical un reportaje acerca del general Salvador Cienfuegos, en el que básicamente reproduce todos los argumentos de la DEA y ninguno de los múltiples elementos exculpatorios. A pesar de lo anterior, no faltaron las voces que intentaron comparar aquel seudoreportaje –carente del mínimo rigor periodístico– con el caso García Luna, pero omitieron incluir en sus señalamiemtos que nadie le vio méritos a las acusaciones de Tim Golden como para proceder a un indictment, mientras en el caso García Luna fue indicted and convicted.
Que no le tomen el pelo, no permita que sus simpatías políticas, sean las que sean, lo alejen de la realidad. Le pregunto, estimado lector: ¿lo vacunaron contra el covid-19?, ¿el dólar se fue a las nubes?, ¿le expropió el gobierno su casa o negocio? ¿Ya somos Venezuela? Por más que una verdad sea algo que no quiera escuchar, no caiga en mentiras que quiera creer. Los hechos y sus datos deben corroborarse una y otra vez con una, dos, tres, y las fuentes que sean necesarias hasta que la información sea irrefutable. Cuando lo anterior no sucede y la información y su manejo son con tintes politiqueros estamos hablando de posverdad, es decir, de prefascismo.
Si no le parece el resultado de ¡todas! las encuestas realizadas por las casas demoscópicas más prestigiadas del país, cuyos ejercicios se publican en los periódicos de circulación nacional, exíjale a quien cuenta con el privilegio de sus simpatías políticas que se conduzca de acuerdo con lo que la mayoría del pueblo espera de ellos. Pero no se pelee con la realidad porque eso implica abrazar a la mentira, por tanto, vivir en engañado.