La historia de las ideas, que estudian historiadores y filósofos de la ciencia, es un campo fascinante. Este es el caso del concepto de “metabolismo social”. Para comprender a cabalidad su surgimiento es necesario entender la atmósfera intelectual que dominaba el pensamiento científico del siglo XIX. Si bien la ciencia como institución surge desde el siglo XVII con la aparición de las primeras sociedades científicas en Europa, en el siglo XIX se producen las grandes síntesis. A diferencia de lo que sucede hoy, con la especialización y la fragmentación, en el siglo XIX existía un interés recíproco entre los naturalistas y los sociólogos de la época, y un genuino interés por descubrir patrones, principios y leyes universales, aplicables a todos los órdenes de organización de la materia. Las metáforas surgían de la tesis analógica de que dos sistemas o fenómenos pueden ser evidentemente diferentes pero estructuralmente similares. La idea de que la sociedad es como un organismo vivo fue acompañada por otra: las leyes del comportamiento y la evolución no sólo gobiernan a los seres vivos, sino a la sociedad humana. De ahí la necesidad de estudiar a la sociedad en sus intercambios de materia y energía con el mundo natural.
Con estas inquietudes intelectuales reverberando en las cabezas de los pensadores, no fue difícil encontrar no solamente sociólogos bebiendo de las contribuciones de los científicos naturales, sino naturalistas (zoólogos, botánicos, geólogos y geógrafos) hurgando las tesis de los sociales. Entre estos últimos destaca E. Haeckel, quien acuñó el término de oekologie (1866), y desarrolló innumerables contrapunteos entre el organismo social y el organismo biológico. En el otro lado, sociólogos organicistas, como Herbert Spencer y Auguste Comte, hicieron numerosos aportes, varios de los cuales hoy se han retomado en los análisis socioecológicos. La tesis de Spencer de que la naturaleza es un espejo para que la sociedad se organice, se transforme y evolucione, antecedió por más de un siglo al moderno concepto de biomímesis y especialmente a la sociobiología, de Edward O. Wilson.
El siglo XIX fue la era del imperio inglés y Londres se convirtió no sólo en la ciudad más grande del mundo (pasó en 100 años de un millón a 6.7 millones de habitantes), sino en la capital mundial de las finanzas, el comercio, la política, y el conocimiento. Ahí vivieron y trabajaron innumerables estudiosos e investigadores de la intelectualidad más avanzada, incluyendo a dos de los grandes pensadores del siglo: Charles Darwin (1809-92) y Karl Marx (1818-83). El primero estableció su hogar en una villa cercana a la capital inglesa en 1842 tras su largo viaje por el sur del mundo. El segundo arribó a Londres siete años después tras un periplo que lo llevó por varias ciudades europeas, y ahí permaneció hasta su muerte. Aunque ambos se encontraban a menos de 16 millas de distancia, jamás se encontraron personalmente. Sólo una breve correspondencia epistolar iniciada por Marx, quien intentó dedicarle el tomo dos de El capital. Tras la aparición en 1859 de El origen de las especies, cuya edición se agotó en un día, Engels escribió a Marx: “Darwin, a quien estoy justamente leyendo ahora, es absolutamente espléndido. Su libro ha logrado demoler una cierta teleología que desde hace tiempo se mantenía”. En respuesta, Marx escribió a Engels (19/12/1860): “Este es el libro que contiene las bases histórico naturales de nuestra concepción”.
Debemos a Alfred Schmidt (1931-2012), filósofo de la Escuela de Fráncfort, lo que ha resultado una revelación crucial: su libro The Concept of Nature in Marx, su tesis de doctorado. La obra resultó a la larga un texto seminal y a través de los años el libro se tradujo a 18 idiomas, y se convirtió en lectura obligada para quienes se interesan en la articulación entre marxismo y ecología. Marx, no sólo había leído extensamente a los naturalistas de su época, también había abrevado de un autor clave, el holandés Jacob Moleschött (1822-93), quien escribió varios libros entre los que destaca Der Kreislauf des Lebens (El ciclo de la vida, 1852), un verdadero tratado de ecología decimonónico. De esa lectura Marx derivó el concepto clave que le permitió construir su teoría sobre el capitalismo: Stoffwechsel, que significa intercambio orgánico o metabolismo. Marx utilizó el término en borradores escritos al final de 1850 y en el volumen primero de El capital. Marx usó el concepto en dos sentidos: para ilustrar la circulación de las mercancías y, de manera más general, como un “intercambio entre hombre y tierra”, o un “intercambio entre sociedad y naturaleza”. La importancia del concepto de metabolismo en Marx, quedó certificado por la carta enviada a su esposa el 21 de Junio de 1856: “No es el amor por el hombre de Feuerbach, ni por el metabolismo de Moleschöt, ni por el proletariado, sino el amor por la mujer querida, en este caso por ti, lo que hace que un hombre vuelva a ser hombre” (Annali dell’Istituto Giangiacomo Feltrinelli, Milano, Italia, 1959).
Continuará