El escándalo salió a la luz sólo dos días después de que los senadores republicanos hundieron una iniciativa encaminada a reducir la cantidad récord de cruces fronterizos no autorizados, la cual fue negociada durante cuatro meses con sus contrapartes demócratas. La caída de los acuerdos cuando ya parecían consumados supone una dura derrota para el presidente Joe Biden, quien ha sido acorralado por el discurso conservador que acusa al mandatario de llevar adelante una política de fronteras abiertas
y ser responsable de los históricos flujos migratorios hacia territorio estadunidense. La especie es completamente falsa, toda vez que en sólo 10 meses la administración Biden ha deportado a 530 mil personas, el número más alto jamás registrado en un periodo tan corto. En contraste, durante la presidencia del racista Donald Trump, las deportaciones promediaron 240 mil anuales. Asimismo, en el primer año del actual gobierno demócrata las detenciones de migrantes indocumentados se triplicaron con respecto al último de su antecesor republicano.
Como suele ocurrir, los datos no han impedido al magnate usar la crisis migratoria para azuzar a su electorado, presentar el naufragio de la iniciativa como gran triunfo, y prometer que, de regresar a la Casa Blanca, desatará una cacería y expulsión sin precedentes de migrantes. Lo paradójico es que la propuesta de reforma fallida constituía una claudicación de Biden ante las demandas centrales del Partido Republicano en materia migratoria, a la que el mandatario accedió con el expreso propósito de obtener 95 mil millones de dólares para perpetuar la guerra en Ucrania, financiar el genocidio de Israel en la franja de Gaza y seguir armando a Taiwán, la isla separatista china cuyos reclamos de soberanía no son reconocidos ni siquiera por Washington. Al presionar a los legisladores de su partido para que la rechazaran, Trump dinamitó la posibilidad de consagrar en las leyes su visión xenofóbica y racista con tal de arrebatar a su adversario cualquier elemento que pueda presentar como éxito en el manejo de la frontera, y retener el discurso del peligro
migrante como su principal bandera rumbo a los comicios de noviembre próximo.
Los sucesos de Nueva York y la manera en que los solicitantes de asilo son usados como rehenes de las necesidades electorales de demócratas y republicanos exhiben de nueva cuenta el escaso valor de los derechos humanos dentro del país que se arroga la facultad de calificar y sancionar al resto del planeta por su desempeño en la protección de dichas garantías. Asimismo, es el enésimo recordatorio de que frenar los flujos humanos por la fuerza es al mismo tiempo cruel e ingenuo, pues las personas que emprenden el viaje en busca de una vida digna o para ponerse a salvo de la violencia no se detendrán mientras prevalezcan las condiciones adversas en sus lugares de origen.