No es novedad, porque de siempre el gran capital ha manifestado su fanatismo antiestatista, pero a partir de los años 80 del siglo pasado redobló la apuesta a partir de que a un engendro de la política estadunidense, Ronald Reagan, se le ocurrió difundir su mantra: el gobierno no es la solución a nuestro problema, el gobierno es el problema
. De ahí en adelante la tomó como propia y actuó en consecuencia, como en el caso de la oligarquía mexicana, aunque con salvedades, pues en el discurso era fiel a ella y la repetía hasta el cansancio, pero en lo oscurito entendió que sin las arcas del Estado sus fortunas no crecerían, mucho menos en la proporción –con los gerentes de Los Pinos– en que lo hicieron en el régimen neoliberal.
Pero algo fallaba: antiestatista de hueso colorado, idólatra de ese pésimo actor hollywoodense, la oligarquía autóctona hoy llora amargamente porque el Estado que tanto abomina osó dejarla fuera de la jugada, sobre todo de la fiscal que tanto contribuyó al crecimiento exponencial de las fortunas de ensueño de no pocos de sus integrantes, por medio de la devolución y condonación de impuestos, más la evasión legalizada
que el régimen neoliberal les garantizó.
Es una ecuación sencilla: si, gracias a esa garantía
, el Estado perdió
cientos de miles de millones de pesos que no ingresaron a las arcas nacionales por concepto de impuestos, en esa misma proporción los oligarcas aumentaron sus respectivas fortunas, que llegaron a niveles de cuentos de hada. Eso sí, en público exigían –pero en privado estiraban la mano–, que el Estado debe quedar fuera de todo, por ser el problema, no la solución
, mientras por abajo del agua se beneficiaban con privatizaciones, concesiones, contratos de obra pública, subsidios cambiarios, privilegios fiscales, condonaciones, rescates
y saneamientos
, todo a costillas… del Estado.
Por ello, no es gratuito que, cuando menos desde 2006, esa oligarquía hizo lo impensable en una democracia –para no ir más lejos, robarse una elección presidencial– para evitar que un candidato de la izquierda ganara los comicios y se instalara en el gobierno. Violó todas las leyes y le funcionó: impuso su títere en Los Pinos y repitió el numerito en 2012, pero el nivel de hartazgo social era tal que en 2018, a pesar de su denodado esfuerzo y del uso de la misma maquinaria económica y propagandística, ya no pudo evitarlo, aunque no por ello cejó en su intento por desestabilizar al nuevo gobierno.
Seis largos años de guerra sucia, de zancadillas aquí y allá, con un costo económico creciente (que incluye la compra de tres partidos
políticos, igual número de perritos falderos que se autodenominan líderes
y una candidata
gelatinosa), y esa oligarquía antidemocrática y fascistoide no ha podido siquiera rozar su objetivo. Y viene la elección presidencial de 2024, de tal suerte que el reguero de bosta financiado por ese grupúsculo crecerá y crecerá, porque la abismal diferencia de 30 puntos porcentuales es prácticamente imposible de revertir.
Lo anterior viene a colación por lo ayer detallado por el presidente López Obrador: “ahora se intensifica la guerra sucia; desde que llegamos al gobierno tomamos algunas medidas que no les gustan a los que se sentían dueños de México: se acabó la corrupción, los contratos leoninos, los contratos de publicidad, que no es lo más importante ni el llamado chayote, no, eso es parte de todo un mecanismo de control y manipulación; lo fundamental es el que tenían tomado al gobierno, el gobierno estaba secuestrado y, como decía (León) Tolstoi, un gobierno que no procura la justicia no es más que una banda de malhechores. No estamos hablando de un chayote de 50 mil pesos por periodista, que es mucho, 20 mil, no, no, no, estamos hablando de miles de millones de pesos”.
Entonces, dijo el mandatario, “sí hay gente enojada con eso, pero los más enojados son los que no pagaban impuestos, porque a los de mero arriba se los condonaban (Televisa, Banamex, Cemex, Carso, ICA, Grupo Salinas, Lala, BBVA y algunos más). Y esos pues también eran dueños de medios de información (en realidad, “de desinformación o manipulación, o para proteger intereses), porque son empresas muy grandes, porque, además, en sentido estricto, ni siquiera son empresarios, sino traficantes de influencia y estos atracaban… Son los mismos y es entendible que no les guste”.
Las rebanadas del pastel
Entonces, preparaos, que la lluvia monzónica de boñiga será la regla en el proceso electoral, mucho peor que la padecida hasta ahora.
Twitter: @cafevega