El discurso de Javier Milei en el Foro Económico de Davos fue, hasta en la rúbrica (“¡Viva la libertad, carajo!”), una estribación de su campaña y de las medidas –no pocas anticonstitucionales– que ha empezado a instrumentar ya en el gobierno.
Desenfundó sus falacias embetunadas de teoría y “datos duros”, con la parsimonia del notario socarrón que enumera los bienes de un testamento profundamente injusto: hace menos de 200 años, Argentina era la primera potencia mundial. ¿No fue esa época en la que para el gaucho Martín Fierro, hombre representativo de los trabajadores de la Argentina rural, no hubo otro mundo que el de la pobreza y sus muros y penalidades?
Otra. El crecimiento del PIB mundial creció, entre el año cero y la revolución industrial a un ritmo anual de menos uno; entonces 95 por ciento de la población era pobre. Entre 1800 y 2020, la cifra se invirtió: 95 por ciento salió de la pobreza y sólo 5 por ciento siguió siendo pobre. Oxfam Internacional y sus cifras habrían sido el convidado de piedra en Davos.
Otra. Los males de Argentina –y del mundo– se iniciaron hace 100 años: las políticas colectivistas la hicieron retroceder hasta el lugar 140 mundial. Dentro de esa centuria Milei calla las dictaduras militares que ha sufrido el país austral: todo serían, menos colectivistas. Entre la llamada Revolución de 1943 y la de 1976 se produjeron cinco dictaduras. Calla también los gobiernos neoliberales caracterizados por el despojo, la corrupción, la asfixia creada por los fondos buitres, la recesión, el desempleo, el corralito (restricción de los retiros bancarios en efectivo hasta por 250 dólares semanales).
Cuarta. La creciente intervención del Estado en la economía redujo el crecimiento e hizo crecer la pobreza. Pero, ¿no ha sido la intervención del gobierno en las peores crisis capitalistas, la única vía para superarlas desde el New Deal de Roosevelt?
Un énfasis que sorprendió a los magnates de las potencias capitalistas hegemónicas fueron las loas y zalemas de Milei al capitalismo, la propiedad privada, la libre empresa, los monopolios, el mercado y los empresarios, a quienes llamó “benefactores” y “héroes”. Se sorprendieron, pero agradecieron íntimamente lo que ellos no se atreven a decir del régimen cuya dominación defienden y de la que se asumen como sus líderes.
No fueron gratuitas las alabanzas de Milei a los empresarios. Ellos y sus pares del exterior patrocinaron su campaña. En concreto, les ofrece dar un segundo aire al neoliberalismo y dotarlo de mayor fuerza depredadora.
Quienes votaron por Milei, en su mayoría jóvenes y trabajadores, ¿recibieron siquiera una mínima referencia en su discurso? Ninguna. Los trabajadores, principales destinatarios de la justicia social (injusta, según el presidente argentino), serán los primeros en resentir la supresión de todas las medidas que la traducen. En la omisión de Milei, los trabajadores no benefician a nadie y menos podrían ser considerados como héroes. Empobrecidos, serán además despojados de los derechos que antes pudieron conquistar en luchas arduas y prolongadas.
Para Milei, los socialistas han cambiado la lucha de clases por la pelea entre hombres y mujeres, el feminismo y otros sustitutos. En su amalgama de socialismo y colectivismo mete a socialistas, comunistas, nazis, socialdemócratas, keynesianos, neokeynesianos, progresistas, populistas. Todos parten de la teoría clásica de la economía –dice–, que favorece las regulaciones del mercado mientras que a éste le atribuye fallas (el mercado fantasmal de Milei no las admite: es perfecto).
Esa teoría genera medidas coactivas tales como los impuestos, los subsidios, las regulaciones económicas, los castigos a la libre empresa, a sus monopolios, al estímulo necesario para desarrollarse y crear riqueza. Occidente, que la ha abrazado, abre así las puertas al socialismo.
La corriente radical del Partido Republicano ha tachado de socialista al gobierno de Biden por querer cobrar impuestos a quienes tienen mayores ingresos y los texanos llaman comunistas a los inmigrantes. Ese juicio conecta con el de los libertarios, a los que Milei da voz. En México tienen sin duda sus partidarios en figuras como las de Ricardo Salinas Pliego (Tv Azteca, Electra, Banco Azteca) y José Antonio Carbajal (Coca-Cola, Oxxo, OxxoGas, etcétera): sus fortunas se iniciaron y tienen su sede en Monterrey.
Los empresarios de todo el mundo se habrán sentido aludidos en el discurso de Milei en Davos. Como obvia –e idílica– conclusión de todo lo que expuso, dijo que el capitalismo de libre empresa es el único sistema para acabar con la pobreza, el hambre y la indigencia, pues lejos de apropiarse de la riqueza ajena, contribuye al bienestar general.
Frente a la decidida y monda defensa del capitalismo, salvo alguna excepción, los jefes de gobierno en América Latina identificados con la izquierda, y aun con el socialismo, no logran tener los alcances y penetración del discurso de Milei, por falso y esperpéntico que sea.
Si alguna tarea resulta urgente para la izquierda de nuestros países esa es la vigorización, esclarecimiento y objetivos de lo que su visión y su proyecto buscan comunicar y compartir.