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EU, MO y el gradualismo híbrido en zonas grises

22 de enero de 2024 00:05

Tras la Operación Tormenta de Al-Aqsa de Hamas y otros movimientos de liberación nacional palestinos contra el Estado sionista de Israel el pasado 7 de octubre, se han desencadenado dinámicas propias de la llamada “dominación de espectro completo” del Pentágono, dirigidas a encarar las amenazas a la estabilidad hegemónica de EU. Dicho concepto refiere la amplitud y pertinencia del ejercicio del poder, sus estructuraciones y herramientas, no restringido al ámbito militar −es decir, tomando en cuenta ámbitos de enfrentamiento no convencionales, como el económico, diplomático, demográfico o las claves culturales y las dinámicas sociales de los países o sociedades a desestabilizar en zonas de importancia geopolítica, como el golfo Pérsico, Medio Oriente, el Indo-Pacífico o el gran Caribe−, pero utilizando de manera favorable las asimetrías y los significados de la complejidad y el caos, así como tecnologías intrusivas, disciplinadoras y con capacidad de manipulación cognitiva y espionaje, con la (des)información como arma de guerra, las guerras difusas o soterradas, ciberguerras, la confusión jurídica (lawfare) y guerras proxy (o por encargo) contra enemigos equivalentes (China, Rusia).

En términos bélicos, la definición del espectro completo incorporó el concepto de zonas grises –espacios que no son de guerra ni de paz, es decir, donde la guerra y la paz están en un limbo y se puede actuar militarmente sin que ello aparezca como actividad bélica. El Mando de Operaciones Especiales del Pentágono define la zona gris como “las interacciones competitivas entre actores estatales y no estatales que se encuentran entre la dualidad tradicional de guerra y paz”. Clave de las operaciones dentro de la zona gris es que permanecen por debajo del umbral de un ataque que podría tener una respuesta militar convencional legítima (ius ad bellum).

En el inmediato post-Ucrania, Medio Oriente parece ser el escenario propicio del imperialismo estadunidense para incrementar zonas grises como campo de batallas no declaradas, mediante el gradualismo en la aplicación de estrategias híbridas, incluidas las operaciones de guerra sicológica, métodos de desestabilización encubiertos y/o francamente terroristas (con el antecedente de la voladura de los gasoductos Nord Stream para perjudicar a Rusia y Alemania en el marco de la guerra proxy en Ucrania), con organizaciones fachada (como el ISIS o Daesh para golpear a Irán), mercenarios y agentes de todo tipo.

En ese contexto, signado por la crisis del capitalismo atlantista davosiano y el rápido colapso del “orden basado en reglas” (ante la emergencia del multipolarismo y el multilateralismo impulsado por potencias emergentes como China, Rusia, India, Irán), la respuesta del Estado profundo que dirige las acciones de Biden, es la militarización de la política estadunidense como única forma para mantener la hegemonía imperial. De allí que la guerra híbrida asimétrica, como parte de la dominación de espectro completo impulsada por el Pentágono en Medio Oriente, haya ido escalando y multiplicando los actores en pugna. Así, a la guerra proxy de exterminio en Gaza y Cisjordania ejecutada por Israel, con agenda propia, pero también enclave anglosajón en la zona, se unieron cinco frentes de guerra difusa (a la manera de zonas grises) en Yemen, Líbano, Irán, Irak y Siria. Y un sexto frente, pero de carácter político-diplomático con eje en el derecho humanitario, se libra en la Corte Internacional de Justicia de la ONU en La Haya (Países Bajos), donde Joe Biden podría ser acusado de complicidad por la incitación al genocidio de palestinos del régimen sionista de Benjamin Netanyahu y su Gabinete de Guerra.

Lo novedoso en la coyuntura es que EU y su peón Israel ya no monopolizan la “guerra sin límites” o “irrestricta” en la región y su capacidad de disuasión ha mermado. Un balance preliminar, dado lo cambiante y dinámico de la situación, permite constatar algunos hechos.

La Operación Tormenta de Al-Aqsa marcó el fin del mito de la invencibilidad del ejército israelí, que se ha atascado en Gaza y, tendencialmente, podría debilitar su papel como cabeza de puente del imperialismo anglosajón en el mundo árabe. Tras más de 100 días de bombardeos y de política de tierra arrasada, Israel no ha logrado sus tres principales objetivos: destruir a Hamas y los otros grupos de la resistencia palestina; liberar a los rehenes, y empujar al éxodo al Sinaí o al Congo a los gazatíes. Hamas está hoy anclado en las capas populares de Gaza, Cisjordania y en los campos palestinos de Líbano, Siria y Jordania, y mediante una guerra de desgaste contra el invasor, ha logrado elevar las condiciones en las negociaciones para la liberación del centenar de retenidos israelíes, explotando las tensiones entre los mandos políticos y militares del Estado sionista y de estos con la población, intensificando además la presión internacional contra Netanyahu y su gabinete.

En el frente iraní, EU e Israel siguen manejándose en el plano del gradualismo híbrido, ante la represalia deliberadamente calculada y mesurada de Teherán el 16 de enero (en respuesta a los atentados de Kerman, el día 3), que en sendos ataques contra la sede del Mosad israelí en Erbil, en la región del Kurdistán en Irak; la base del grupo terrorista Daesh del Partido Islámico del Turquestán en Idlib, Siria, y la base principal del grupo salafista Jaish ul Adl (Ejército de la Justicia), en la provincia pakistaní de Baluchistán, exhibió su capacidad misilística transfronteriza, golpeando blancos a mil 400 kilómetros de distancia (lo que le permite impactar cualquier punto de Israel, es la advertencia), sin ser detectados por EU ni los centros de espionaje del Mosad en la zona.

Escenarios parecidos se presentan en los frentes libanés y yemení, donde tanto Hezbolá, con sus ataques con misiles Katyusha y Kornet a las bases militares israelíes de Merón y Safad, como el movimiento yemenista Ansalolá, declarado “terrorista” por Biden, siguen intercambiando golpes con EU e Israel, sin elevar el nivel de la confrontación a una guerra abierta. La pregunta es por cuánto tiempo podrá mantenerse este equilibrio de poderes híbridos.

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