Su triunfo en la primera elección primaria, celebrada en Iowa, deja pocas dudas sobre las posibilidades que tiene de conseguir la candidatura del Partido Republicano. Se apropió de ese organismo, con la aquiescencia y el apoyo de la dirigencia y de un puñado de sus militantes más radicales de derecha, otro récord que debe avergonzar a los pocos conservadores respetables que aún militan en él. Con ellos, el Partido Demócrata históricamente ha tenido profundas diferencias y desacuerdos, pero también ha existido la posibilidad de un diálogo civilizado para dirimirlos, y no un vulgar pleito callejero, como es frecuente en la actualidad.
Trump se ha encargado de echar a la basura el respeto y la dignidad que caracterizan a la política como medio para dirimir diferencias. Ha convertido a SU partido en una tribu cuya filosofía es la venganza, la vulgaridad, la corrupción y el desaseo político. Es una fatalidad y una incógnita que eso suceda en una nación que parecía estar ganando la batalla por el respeto a las normas más elementales de convivencia. Hay aún quienes consideran prematuro asegurar que Trump obtendrá la candidatura del Partido Republicano, y a su vez la imposibilidad que alguien con sus características pueda aspirar a gobernar nuevamente ese país. Saben que su retorno sería una amenaza para la coexistencia civilizada, pero también para sus relaciones con otras naciones como México, a cuyos ciudadanos ha prometido aislar con muros y epítetos. Es deseable que los votantes de origen hispano adviertan ese grave peligro.