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Jardines bioculturales

16 de enero de 2024 00:02

Un jardín no debe confundirse con el huerto, la hortaliza, el vergel o la floresta. Un jardín es un espacio rodeado de plantas para la satisfacción de los sentidos. Hay jardines privados y públicos, individuales y colectivos, familiares e institucionales. En sus orígenes, los jardines surgieron por decisión de jerarcas, reyes y emperadores, según los registros de China, India, Japón, Europa y Mesoamérica, que ordenaban la construcción de espacios o escenarios con plantas y animales para su disfrute. Otra cosa son los jardines botánicos, surgidos en Europa en el siglo XVI, que se crean como instituciones relacionadas con las universidades renacentistas, y alcanzaron cierta cúspide en el siglo XVIII estimulados por los aportes de Carlos Linneo y su exitosa taxonomía botánica. Como modelo, los jardines botánicos que hoy se extienden por buena parte de los países son un diseño con fines de investigación, conservación ex situ, educación y divulgación científica, que cumplen con la tarea de mantener colecciones vivas de plantas debidamente documentadas e inventariadas. En general, los jardines botánicos existen como contraparte y complemento a las áreas naturales protegidas y a los parques zoológicos.

En México, los jardines botánicos nacieron como consecuencia de los avances de la “ciencia de las plantas” en diversas instituciones del país. Existe un tremendo debate sobre si los jardines prehispánicos fundados por Nezahualcóyotl y otros gobernantes (tlatoanis) fueron o no jardines botánicos. Con base a las evidencias arqueológicas y etnohistóricas, una docena de investigadores de diferentes campos han mantenido la idea de que los jardines prehispánicos registrados en Chapultepec, Azcapotzalco, Tenochtitlán, Coyoacán, Peñón de los Baños, Iztapalapa, Chalco, Peñón del Marqués, Xochimilco, Oaxtepec y Tetzcotzingo fueron jardines botánicos. Sin embargo, un extenso y detallado estudio realizado por la arquitecta del paisaje Andrea Rodríguez y sus colegas han demostrado lo contrario: “Considerando lo anterior, el jardín nahua prehispánico no era equiparable con el jardín botánico europeo, ilustrado y racionalista, ya que su atributo principal era el control de agua y la exposición de tributos de flora y fauna; mientras el jardí n botánico tenía en la flora el objetivo de su constitución y organización espacial y el conocimiento y enseñanza científica” (https://www.editorial.fa.unam.mx/libros/PDF/Los_jardines_nahuas_prehispanicos.pdf). En consecuencia, el primer jardín botánico del país se fundó en 1789 en el entonces palacio virreinal de la Ciudad de México (https:// www.sev.gob.mx/servicios/publicaciones/ serie_hcyt/jardines_botanicos.pdf).

Hoy existen más de 40 jardines botánicos en el país distribuidos en 26 estados de la República, según el libro recientemente publicado por la Asociación Mexicana de Jardines Botánicos, AC y el Conahcyt: México megadiverso, visto a través de sus jardines y sus protagonistas (2023). Por lo que puede observarse este conjunto de jardines, cada uno con su propia historia (corta o larga) y su pertenencia (universidades y tecnológicos, gubernamentales, privados, o de la sociedad civil) se encuentran enfrascados en una intensa reflexión y discusión sobre cuáles deben ser sus objetivos centrales en estos tiempos de cambio. El asunto no es menor. Con la llegada del nuevo gobierno, el Conahcyt, en su afán por integrar las humanidades, impulsó desde 2019 un ambicioso programa de jardines etnobiológicos, es decir, por apuntalar y potenciar lo que ya varios jardines botánicos habían emprendido, como los de Oaxaca, Morelos y, especialmente, el Charco del Ingenio de San Miguel de Allende: reconocer que la flora (y su fauna acompañante) no existen separados de las culturas que las nombran, clasifican, manejan, usan y se apropian. El alud de estudios que hemos desarrollado en México durante las últimas tres décadas sobre etnobotánica, etnobiología y etnoecología y que han revelado la enorme sabiduría de los pueblos indígenas del país han hecho evidente la existencia de una “memoria biocultural”.

Esta nueva perspectiva biocultural, cada vez más convincente, que se expresa no sólo en conocimientos, prácticas y cosmovisiones, sino en gastronomías, textiles, artesanías, danzas, músicas, rituales, etcétera, podría dar a los jardines mexicanos una identidad única y en plena sintonía con lo que ocurre con programas paralelos. Los jardines ya volcados a la bioculturalidad servirían como centros de animación para los pueblos tradicionales de su región, pero además podrían crear sinergias con programas como Sembrando Vida y sus 18 mil cooperativas, con las 4 mil 200 Escuelas de Campo, con las Universidades Benito Juares (140 planteles), con las Universidades Interculturales y, finalmente, con la Red del Patrimonio Biocultural de México

(https://patrimoniobiocultural.com/). 

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