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La profecía actuante de las comunidades zapatistas

11 de enero de 2024 00:04

El EZLN no escuchó el canto de las sirenas. Qué bueno. Desde que apareció había quienes sugerían se convirtiera en un partido político o buscara puestos de elección popular, aliándose con alguno de ellos. Esa hubiera sido la vía del desgaste, tal vez de la descomposición. Qué bueno que el EZLN no optó por buscar las alturas, sino volver a la tierra, de donde toma toda su fuerza, como el gigante Anteo al combatir a Hércules.

Qué bueno que las comunidades zapatistas han optado por la resistencia para preservar su existencia, para ellos y para quienes resisten en todo el mundo. Las comunidades zapatistas no han conquistado el poder, como algunos hubieran deseado. Pero han desarrollado otra clase de poder, un poder construido desde abajo, con la gente.

Un poder que pudiéramos llamar profético. Una profecía actuante que tiene dos dimensiones: la denuncia y el anuncio. Por un lado, se trata de una denuncia viva de los procesos, las fuerzas, las relaciones de deshumanización. De todo aquello que nos conduce a las múltiples crisis de humanidad que estamos viviendo.

Una oposición activa, en los hechos y en las palabras a la devastación de la madre naturaleza, al poder político como arma de dominación, a las falsedades de los gobiernos, a las masacres de las comunidades, como la de Acteal, al capitalismo depredador, al individualismo que aplasta a la comunidad y a la persona, que impide la construcción de solidaridad; al consumismo; al descuido del otro, de los otros, sobre todo de los más más débiles; a la penetración del narcotráfico y el “crimen autorizado”, como dice el padre Gonzalo Ituarte, a los territorios de los pueblos originarios; a la militarización, al colonialismo, al machismo y al clasismo realmente existentes, en las relaciones cotidianas, no sólo en los libros y discursos teóricos.

Esta denuncia cotidiana de las comunidades se convierte luego en los comunicados del EZLN y en las palabras de las distintas etapas de subcomandante Marcos, Durito, Galeano, capitán Marcos, en una voz que clama desde la selva, desde la periferia del planeta. La otra cara de la profecía viva zapatista es el anuncio.

Se trata de ejecutar, de vivir, de hacer presente el otro mundo posible que se sueña, de cultivarlo cada día para anunciarlo luego con la palabra. Es la construcción cotidiana de la utopía. Hacer realidad lo que señala Luis Hernández Navarro: la reforma agraria desde abajo, la autonomía, la autodefensa, la autogestión.

La construcción comunitaria de otra forma de poder vinculado a la compasión y al amor, de un movimiento social no dirigido a tomar el poder político, sino a cambiar la sociedad. Esto lo han mostrado en su forma de organizarse, desde las juntas de buen gobierno a los caracoles a su nueva propuesta de participación y autodeterminación desde abajo, donde lo militar defensivo ha ido cediendo paso a lo civil participativo.

Raúl Romero en un excelente texto (bit.ly/3RTbzZZ) acaba de apuntar una de las profecías realizadas por las comunidades zapatistas: ahí es “donde las niñas pueden jugar libres”. Utopía de convivialidad que contrasta con el terror feminicida que llena las calles de las ciudades más globalizadas de nuestro país como Ciudad Juárez.

Construcción de espacios de participación y diferencia de todos, producción para la comunidad con total cuidado de los comunes: la naturaleza, el agua, la biodiversidad. Este anuncio fáctico de la posibilidad real de otro mundo diferente que nos brindan las comunidades zapatistas no es solemne ni grandilocuente; está lleno de ingenio, de creatividad, de fiesta, de juego, al ritmo de la cumbia y la salsa.

Es una práctica profética en continua transformación; admira como la que consideran algunos estudiosos como “la sociedad tradicional” tenga tanta capacidad de evolución y de cambio, de respuesta desde sus valores y principios a los desafíos y amenazas planteados por la globalización. De creación continua de una nueva cultura.

La profecía zapatista en su doble dimensión de denuncia y anuncio, en los hechos y en las palabras, es una de las formas sencillas, desde la periferia, por las que la conciencia está entrando a la historia. No es a través de los estados, ni de los think tanks, sino a través de los pequeños, los descartados, como diría el papa Francisco: los pueblos originarios, como los de Chiapas, de la Amazonia; los pueblos negados como los kurdos o los palestinos, las identidades sexuales reprimidas, los movimientos de mujeres, de jóvenes, de defensa de los comunes.

Pareciera que, a una sociedad global ensoberbecida por sus avances técnicocientíficos, vuelta a sí misma, narcisista, fugada hacia el escape y el placer, que nos precipita a la catástrofe climática y civilizatoria, la memoria y la presencia de comunidades como las zapatistas nos repitiera todos los días al oído memento humanitatis: acuérdense de la humanidad, de que es la relación de cuidado con todos los seres lo que nos humaniza y hace posible la esperanza. Por todo esto, gracias a las comunidades zapatistas.



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