Hace 220 años una rebelión de esclavos negros triunfaba en el territorio, dominado por Francia, conocido como Saint-Domingue. Dicho acontecimiento dio nacimiento a la República de Haití el 1º de enero de 1804. La revuelta comenzó 13 años antes y tuvo diversas facetas, soportó invasiones y la inestabilidad posrevolucionaria continuó en sucesivos enfrentamientos internos hasta 1810. Pasó de una revuelta y rebelión antiesclavista a una revolución que enfrentó la colosal tarea de poner en pie una nación en medio de la hostilidad generalizada.
Aquella revolución, ocurrida en el epicentro de la economía de plantación, cambió el curso mundial de los acontecimientos, siendo causa directa de modificaciones de gran calado, tanto en lo económico como en lo político. Como mostró Luis Fernando Granados en El espejo haitiano, aquella rebelión marcó pautas de las que luego serán conocidas como rebeliones de independencia hispanoamericanas.
La rebelión tiene un componente altamente significativo en nuestro tiempo, donde nociones como “raza y clase” son buscadas en su articulación por los estudiosos en todos los rincones del pasado. Aquella no fue una revuelta independentista, como otras, sino una esencialmente dirigida y protagonizada por esclavos, descendientes de múltiples pueblos despojados de África. En no pocas ocasiones y contextos se ha recuperado una significativa frase del artículo 14 de la Constitución haitiana de 1805 que proclamaba que: “Todos los ciudadanos de aquí en adelante serán conocidos por la denominación genérica de negros”.
Perspectivas contemporáneas, como las del antropólogo Jean Casimir, han enfatizado que la revolución haitiana evidencia el lado más violento de la historia occidental, en cuyo pilar se halla el comercio transatlántico de esclavos y el sistema de plantación, paradigma del monocultivo que condena a economías enteras a la dependencia con las potencias a la vez que genera un desastre ambiental. Este énfasis es el punto esencial de la revolución haitiana, que devela la cara oculta y negada por la cual Occidente acumuló poder y riqueza.
Así como los lemas de “igualdad, libertad y fraternidad” se extendieron por el iluminismo, también lo fue la negación de esas premisas para los considerados como no plenamente civilizados; de igual forma las clases obreras europeas, retratadas por F. Engels y K. Marx a mediados del siglo XIX como las portadoras de un nuevo proyecto histórico no habrían podido existir sin el trabajo esclavo que proveía de materias primas e insumos de primera necesidad. Se trata de la “oscuridad y las luces” como ha sentenciado el teórico argentino Eduardo Grüner.
Sin embargo, el estudio pionero, aquel que colocó en el centro de la atención a Haití y su revolución fue el del marxista originario de Trinidad C. L. R. James, quien en 1938 publicó Los jacobinos negros, una obra fundamental. El estudio de James se sostiene no sólo por su hipótesis marxista, sino por la tensión que habita sus páginas, otorgar visibilidad a las grandes acciones de las masas negras, pero también destacar sus liderazgos. Así como León Trotsky se preguntó alguna vez si la revolución rusa hubiera podido existir sin Lenin, James parece preguntarse lo mismo respecto a Toussaint Louverture, a quien responsabiliza por la organización de un ejército popular que enfrentó a las armadas más importantes del momento.
Aunque menos conocido, el largo ensayo del poeta martiniqués Aimé Césaire, también coloca en el centro a Louverture al que compara no con Napoleón, sino con Lenin, en tanto artífice de construcción de la nación.
Tras la revolución y la proclamación de la independencia, Haití se convirtió en un refugio para los combatientes independentistas de otras regiones, como Simón Bolívar y Francisco Xavier Mina, quienes conversaron en Puerto Príncipe.
No sería posible pensar la América Latina contemporánea sin la activa participación de Haití. Sin embargo, la afrenta que significó para el poder colonial, generó un “cerco sanitario”, una especie de castigo generalizado, que las más importantes naciones occidentales aplicaron a Haití, dejándola aislada y sin el reconocimiento diplomático correspondiente.
Más: la pequeña nación, derruida por años de guerras, tuvo que pagar el reconocimiento de su independencia a Francia, generando una deuda que sólo hacia 1947 pudo ser pagada por completo. La ola de terror que se generó entre las clases adineradas no fue olvidada, ni perdonada por entero.
La haitiana, también fue una revolución negada en sus componentes intelectuales. Cabe destacar que una obra tan significativa como la del canciller Jean Louis Vastey, El sistema colonial develado, producida en 1814 y recién sólo en 2018 traducida al español gracias a los esfuerzos de Juan Martínez Peria. Obra clave, retrata el núcleo de la dominación colonial y, sobre todo, confirma el carácter universal de la revolución haitiana, al configurarse ésta como el máximo ejemplo de emancipación de las más cruentas formas de dominación, sometimiento y explotación.
El pueblo haitiano pagó cara su osadía libertaria, siendo construido el mito de una especie de salvajismo innato por sus vecinos de la República Dominicana, al tiempo que el débil Estado-nación fue sometido numerosas ocasiones a intervenciones e invasiones. Sin embargo, más allá de la tragedia contemporánea, la revolución haitiana inspiró a una camada de intelectuales que revivió en el fuego del pasado revolucionario con y contra el pensamiento occidental. La haitiana fue una revolución anticolonial, libertaria e inicio temprano del ciclo de la liberación nacional. La haitiana encendió la llama que atizó la llamarada revolucionaria que encontraría eco en el siglo XX en las experiencias mexicana, boliviana y, finalmente, cubana, su gran eco.
*Investigador UAM