En una enésima gira por Medio Oriente, y en el contexto del exterminio en curso de la población de Gaza por Israel, ayer, el secreta-rio estadunidense de Estado, Antony Blinken, advirtió que el conflicto en la franja podría convertirse en una metástasis
regional y aseguró que el gobierno de Washington trabaja para evitar que el conflicto se extienda
por todo Medio Oriente. Tal declaración resulta tan paradójica como inverosímil.
Apenas a dos días de la declaración de Blinken, las fuerzas militares estadunidenses perpetraron un ataque aéreo en Bagdad contra posiciones de las Fuerzas de Movilización Popular, prácticamente integradas al ejército regular iraquí. Por otra parte, la administración de Joe Biden no ha alterado en nada su respaldo incondicional –financiero, militar y diplomático– al régimen de Tel Aviv, pese a que éste lleva tres meses masacrando civiles en Gaza y Cisjordania y perpetrando asesinatos fuera de su territorio, como el de Saleh al-Arouri, un alto dirigente de Hamas, ultimado la semana pasada en los alrededores de Beirut.
Es imposible ignorar que de principios de octubre a la fecha, las fuerzas de Tel Aviv han dado muerte a más de 22 mil personas (70 por ciento de ellas, mujeres y niños, según cifras de la Organización de Naciones Unidas), lo que equivale a uno de cada cien residentes en Gaza, y han lesionado a casi 60 mil, es decir, a uno de cada 30 habitantes.
En tales circunstancias, resulta iluso suponer que una carnicería como la emprendida por Israel en los territorios palestinos –Gaza, en primer lugar, pero también en la Cisjordania ocupada, donde nueve habitantes palestinos fueron asesinados ayer por las fuerzas de ocupación– podría llevarse a cabo sin reacciones de las múltiples organizaciones integristas aliadas de Hamas, particularmente las que operan en Líbano, Siria y Egipto, países árabes que comparten, los tres, fronteras con Israel.
Significativamente, los choques entre las Fuerzas Israelíes de Defensa (IDF, por sus siglas en inglés) y la milicia chiíta libanesa Hezbolá se han incrementado y ya han dejado más de un centenar de bajas de ambas partes, en tanto que la organización rebelde yemenita Ansarallah (Partidarios de Dios), conocida como los hutíes, que opera a 2 mil kilómetros de Israel, ha emprendido ataques contra buques occidentales, en solidaridad con la martirizada población palestina, lo que ha ocasionado una crisis de navegabilidad comercial en el mar Rojo.
Difícilmente los grupos mencionados podrían ver a Washington como mediador o un factor de contención en la zona, habida cuenta de que la Casa Blanca no sólo no ha adoptado ninguna medida para frenar la barbarie que lleva a cabo Tel Aviv, sino que, por el contrario, la ha apoyado activamente mediante el envío de pertrechos de guerra –no pocas de las bombas lanzadas sobre las poblaciones gazatíes son fabricadas en Estados Unidos, como lo son las aeronaves que las lanzan– y la ha cobijado al impedir, mediante su veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, una resolución vinculante de la comunidad internacional para detener la masacre y hasta para llevar ayuda humanitaria básica a la población de Gaza.
En suma, es claro que si el gobierno de Estados Unidos no adopta medidas enérgicas e inmediatas para poner freno a las acciones genocidas del gobierno que encabeza Benjamin Netanyahu contra los palestinos, éstas desembocarán en una inevitable internacionalización del conflicto.
De modo que si la situación regional desemboca en una metástasis
, la responsabilidad última será de la Casa Blanca.