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Guillermo Velázquez dedica el galardón “a la poesía oral de todos los tiempos”

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El poeta, compositor e investigador recibe el máximo galardón cultural que otorga el gobierno federal en la categoría de Artes y Tradiciones Populares. Foto cortesía del artista
05 de enero de 2024 10:04

A lo largo de 40 años, el trovador Guillermo Velázquez Benavides ha sabido sembrar alegría en su público, a la vez que conciencia. Tampoco se trata de hacer panfletos, sino de apelar a la imaginación creadora y estar con las personas en sus fiestas y quebrantos, reflexiona el galardonado con el Premio Nacional de Artes y Literatura 2023 en la categoría de Artes y Tradiciones Populares.

La crítica al gobierno ha sido una constante en los versos de Velázquez (1948), líder del grupo Los Leones de la Sierra de Xichú: “Entré a tocar el huapango cuando la devaluación de 1976, en el sexenio de Echeverría.

En ese entonces, los trovadores no tocaban ese tema o lo hacían de manera alegórica. Por ejemplo, se hablaba de termitas que llegaban a comerse todas las cosas que había en la cocina, como sinónimo de la carestía. Sin embargo, empecé en los tablados a preguntar a los poetas expresamente por ese tema de lo que acontecía con las carestías, la devaluación del peso y tener la soga al cuello por tanto tiempo por el PRI, en aquel entonces, y después por todo lo que ha sucedido.

Al compositor e investigador le ha tocado cantar durante años respecto de no perder la esperanza: “México no sólo es la rapacidad política, ni el narco, ni la sordidez. Hay ímpetus que a su vez alumbran muchas cosas. Me tocó hacer crónica de los sexenios de López Portillo, Zedillo, Calderón, Peña Nieto, hasta el presente momento”.

Entre las muchas, muchas cosas que ha escrito Velázquez está la décima que le pidió el compositor Arturo Márquez para incorporarla a su cantata Sueños: Soñé que soñando estaba un sueño que yo soné. Es un sueño todavía lo que no ha podido ser, pero querer es poder, y en esa íntima porfía enraizamos cada día una invencible confianza y con costumbre, con danza, con sones que zapatillamos en México, cultivamos el árbol de la esperanza.

–¿A quién o qué se reconoce con el presente galardón?

–No se trata de premiar un mérito individual. Voy a recibir este reconocimiento, primero, en nombre de la poesía oral de todos los tiempos, porque esta tradición nuestra tiene vínculos históricos, desde luego, con la juglaría medieval; no obstante, más atrás todavía con los griots africanos, los rapsodas y los aedos. Hay un aedo que sale en la Odisea. Hablamos de por lo menos cuatro o cinco siglos antes de Cristo.

Segundo, en nombre de los viejos poetas de quienes recibí el legado de la tradición, porque no se trata de un asunto personal. Una tradición es resultado y fruto permanente de quienes la ejercemos y de todas las personas que se involucran en ella de una u otra manera.

Guillermo Velázquez tuvo su primer contacto con el huapango arribeño, del que es representante, a los seis o siete años. Primero, sólo observaba; luego aprendió lo que era una topada de poetas, la expresión máxima de esta tradición. Como esponja absorbía. En ese entonces, desconocía lo que era una décima, un son, la estructura de un jarabe, una valona, ni que había una parte improvisatoria”. Aquí se pone en juego la memoria, porque una topada en forma, entre dos poetas, dura de 10 a 12 horas.

Antes de convertirse en lo que es, el músico entró a un seminario, de alguna manera, por casualidad, donde estuvo alrededor de nueve años. El despertar de su sensibilidad tuvo que ver con su generación: Al estar en el encierro del seminario, clandestinamente, con otros compañeros de mi edad, oíamos a los Beatles, Leo Dan, Juan Manuel Serrat y Óscar Chávez. Con este último después grabó dos discos y realizó un concierto en vivo en un Festival Internacional Cervantino, del que Velázquez y sus Leones son invitados de rigor.

Después de sufrir una crisis profunda respecto de su vocación, tomé la decisión de separarme del seminario y entregarme al cultivo de la sensibilidad. Empezó a componer canciones hasta que la vida, después de trabajar en una fábrica en Tlalnepantla, lo llevó de nuevo a Xichú, donde se encontró con el vínculo necesario para entrar al huapango arribeño, porque los músicos locales sabían de mi gusto por los versos. Me incorporé, con el acervo que ya traía desde antes, no sólo de simpatía, sino de asombro frente a una tradición como ésta. En 1978 tuve mi primera topada y desde entonces hasta la fecha.

Al volver a Xichú, en 1976, algunos de los músicos que había en la cabecera municipal lo invitaron, como decían, a hacer travesuras, a calarme, a tocar. Un herrero que era violinista me llevó a su casa y me empezó a enseñar las pisadas y los tonos básicos, a decirme cómo era la estructura de una sextilla. Cuando empecé a calarme, dos poetas de Xichú, Bartolo Rivera, que aún vive, y Pánfilo Alvarado, empezaron a enseñarme, como un privilegio, sus cuadernos, en los que escribían a mano, para que supiera cómo hacer una décima.

Velázquez Benavides es conocido, entre otras cosas, por su facilidad para improvisar. De acuerdo con el músico, eso es una cuestión, primero de vocación, de pasión de hacerlo, y luego desarrollarlo, porque el improvisador nace haciéndose. No se trata de un don sobrenatural, sino de la pasión de hacerlo, del gusto, del oficio, y también del entrenamiento.

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