Quizá sea un exceso pensar que un cambio de gobierno en una pequeña ciudad vasca merezca un artículo en un periódico importante al otro lado del Atlántico, pero dado que toda la derecha española ha puesto el grito en el cielo, llegando a advertir que marcará “un antes y un después en la política española”, quizá no esté de más intentar explicar, en el papel de cronista peninsular, los pormenores de esta operación política que trae por el camino de la amargura a las fuerzas de la reacción. Conste en acta, a modo de declaración de intereses, que quien esto escribe lo hace con gusto, al tratarse de la ciudad que le vio nacer.
Hablamos de Pamplona, Iruñea en lengua vasca, una ciudad conocida por sus fiestas, los sanfermines, a la que el vasco Aguirre puso en el mapa mexicano por entrenar a su equipo de futbol, Osasuna, durante varios y buenos años.
Es la capital de Navarra, una de las dos comunidades autónomas vascas al sur de los Pirineos y una de las 17 que forman el Estado español. Es una ciudad vasca, por historia y porque así lo siente buena parte de sus ciudadanos; y es también una ciudad española, por motivos administrativos obvios y porque así lo siente otra buena parte de sus ciudadanos. Es una ciudad de contrastes a la que no le gustan las sopas templadas. Aquí, o gobierna la derecha española más retrógrada o gobierna la izquierda independentista vasca.
Ese intercambio es, precisamente, el que se dio el jueves en el ayuntamiento, que pasó de las manos de UPN –la derecha local que gobernaba junto al PP– a las de EH Bildu, la plataforma del soberanismo progresista vasco que viene creciendo elección tras elección. Para explicarlo hay que retroceder unos años, pero quizá merezca la pena, ya que el devenir del gobierno municipal de Iruñea esconde algunas claves que explican el momento político vasco y español.
Tras largos años de gobierno de la derecha con el apoyo del PSOE, en 2015 fue posible el cambio. Varios casos de corrupción en la derecha, la irrelevancia de los socialistas, debilitados por la irrupción de Podemos y el apoyo a la derecha, y la apertura del juego político que implicó el fin de ETA obraron el milagro. Joseba Asiron se convirtió en el primer presidente municipal independentista y de izquierdas de la historia de la ciudad. No necesitó los votos del PSOE.
Fueron cuatro buenos años, tras lo cuales EH Bildu vio cómo sus votos aumentaron 50 por ciento. Sin embargo, la derecha levantó la cabeza y, sobre todo, el PSOE recuperó algo de relevancia, gracias a la temprana implosión de las iniciativas surgidas al calor de aquel primer Podemos. Con todo, había una mayoría alternativa a la derecha, pero ésta pasaba porque el PSOE apoyara a la izquierda independentista, que había quedado en segundo lugar tras UPN.
Hace cuatro años parecía una quimera que el partido de Pedro Sánchez pudiese apoyar a EH Bildu. La izquierda independentista se lo tomó con calma, afeó su conducta al PSOE, pero le siguió apoyando en Madrid, en nombre de las mejoras sociales para las clases populares y como freno a la alternativa, compuesta por el PP y la extrema derecha de Vox.
“Paciencia estratégica” es el nombre que ha recibido este proceder sosegado y responsable de EH Bildu, centrado en mantener la coherencia y hablarle a la gente. Dijeron que sus votos siempre servirían para frenar a la derecha y así lo cumplieron, pese al desplante del PSOE. No entraron a mercadear principios. En tiempos líquidos, esta consistencia está dando sus frutos. EH Bildu no ha hecho más que crecer en las últimas citas electorales, llegando a cuestionar la hegemonía de los nacionalistas conservadores vascos del PNV en la Comunidad Autónoma Vasca, que celebrará elecciones en la primera mitad del año que viene. Es improbable que la izquierda vasca dé el sorpasso, pero la estrategia de fondo mantenida desde el fin de la actividad de ETA ha cambiado ya el mapa político vasco, y también el español.
Pamplona es la prueba. Tras las elecciones municipales de mayo, el PSOE siguió sin atreverse a dar el paso. Los números daban, pero las elecciones generales de julio estaban demasiado cerca, por lo que la derecha se hizo con el poder. Una vez aclarada la gobernabilidad en Madrid, sin embargo, el cambio ha sido posible. Asiron tomó el jueves la vara de mando derribando un muro que parecía de indestructible: el PSOE votó a favor de un candidato de EH Bildu, abriendo un nuevo abanico de posibilidades.
Es una buena noticia para la historia de este país, en el que no hace tanto ETA mataba a concejales del PSOE y en el que gobiernos comandados por el PSOE torturaban a detenidos vascos. Y es una buena noticia para las fuerzas de izquierda en el País Vasco y en España, pues nos habla, con todos los matices y las precauciones, de un Pedro Sánchez que empieza a entender que si no entabla relaciones en pie de igualdad con las fuerzas independentistas vascas y catalanas, España está condenada a ser pasto de la extrema derecha. Quizá, después de todo, tenga razón el PP al calificar la moción de censura de Pamplona de “un antes y un después”.