La Unión Europea acaba de acordar, tras años de negociaciones, un pacto de migración y asilo que institucionaliza la necropolítica migratoria, que puede ser el final de un derecho tan básico como el de refugio. Recientemente también la Asamblea Nacional francesa aprobó una discutida y restrictiva ley de inmigración, que la lideresa del partido ultraderechista Reagrupamiento Nacional, Marine Le Pen, calificó de “victoria ideológica”. Mientras, en Reino Unido la Cámara de los Comunes aprobó el controvertido proyecto de ley que impulsa el gobierno para deportar a Ruanda a los inmigrantes sin papeles en regla.
Pero este sarampión de xenofobia antimigrante no sólo aqueja a Europa. En Estados Unidos los republicanos ya han amenazado con bloquear la ayuda militar a Ucrania si no hay mayor inversión en la construcción del muro antimigratorio con México. En Chile el gobierno de izquierdas del presidente Gabriel Boric militarizó las fronteras del norte en febrero de 2023 para asegurar el control público y generar un efecto “disuasorio” ante la llegada de migrantes irregulares. Perú declaró en abril estado de emergencia en siete departamentos fronterizos y ordenó el despliegue de sus fuerzas armadas. Estas medidas fueron adoptadas en un contexto de creciente estigmatización y xenofobia y de discusiones legislativas que buscan criminalizar la migración irregular
La cuestión migratoria se ha convertido en uno de los temas que más han tensionado la política en los últimos años, Europa es un magnífico ejemplo, especialmente desde la crisis económica de 2010, y luego con la mal llamada crisis de los refugiados de 2015. El rechazo o los planteamientos restrictivos en relación con la inmigración es un elemento común a las principales formaciones de extrema derecha a escala europea. Casi la totalidad de las organizaciones de este heterogéneo ambiente político apunta a los inmigrantes, principalmente a los pobres y “no occidentales”, como chivo expiatorio de una supuesta degradación socioeconómica y cultural de Europa y de los países receptores.
Aunque lo especialmente peligroso es que estas posturas se han propagado, con relativa facilidad, mucho más allá de su contexto de producción, permeando el debate político en su conjunto y siendo parcialmente asumidas por muchos partidos mayoritarios en toda Europa, y por las propias instituciones de la UE. Este año, en Alemania, el canciller socialdemócrata Olaf Scholz declaró su intención de “empezar a deportar a gran escala”. En Suecia, en plena ola de violencia relacionada con el tráfico de drogas, el primer ministro, el conservador Ulf Kristersson, declaró: “Nos ha llevado aquí una política de inmigración irresponsable”. Y en Dinamarca, el socialdemócrata ministro de Educación, Mattias Tesfaye, declaraba al diario británico Financial Times: “Si sólo la extrema derecha habla de los problemas, entonces la gente buscará las soluciones sólo en la extrema derecha”.
Cabe hablar, por tanto, de un verdadero “poder de agenda” de la extrema derecha, entendido como capacidad para establecer las prioridades programáticas, las problematizaciones relevantes, los enunciados discursivos que fijarán los términos del debate. Lo que los sociólogos franceses llevan años catalogando como lepenización de los espíritus de la política europea, esa victoria ideológica que la propia Le Pen declara. Buen ejemplo de la capacidad que tiene la extrema derecha de marcar la agenda europea, incluso institucional, es el propio pacto de migración y asilo, que elimina de un plumazo las cuotas obligatorias de reparto de refugiados. Una clara victoria política para los gobiernos de extrema derecha de Polonia y Hungría, que habían hecho de las cuotas uno de sus principales caballos de batalla y de fricción con Bruselas. Además de criminalizar la actividad de las ONG de búsqueda y rescate en el Mediterráneo como exigía el gobierno neofascista italiano de Meloni.
A lo largo de estos años estamos comprobando cómo la verdadera victoria de la extrema derecha, así como la condición previa para su actual ascenso electoral e institucional, ha sido la normalización progresiva de su discurso. Hoy, tanto el debate general como muchas políticas públicas relacionadas con la seguridad (ciudadana y fronteriza) y con la inmigración (refugio, asilo, integración, interculturalidad) están cargadas de contenidos introducidos pacientemente por la nueva extrema derecha y que hace unos años hubiesen resultado impensables. Un éxito que no se mide sólo en votos, sino también y sobre todo en haber conseguido que las posiciones identitarias, excluyentes y punitivas se hayan trasladado desde la marginalidad hasta el mismo centro de la arena política, condicionando hoy buena parte del debate público. La reciente victoria de Milei en Argentina demuestra la velocidad con que ideas o propuestas supuestamente marginales pueden llegar a convertirse en gobierno.
Se avecina 2024 cargado de importantes citas electorales, al Parlamento Europeo, en EU, México, municipales y regionales en Chile, legislativas en Finlandia, en numerosos landers alemanes y en tantos otros países. El sarampión xenófobo del “populismo de las vallas” puede conseguir alcanzar nuevas cuotas de poder institucional, ya sea a través de nuevas victorias de la extrema derecha o de los partidos de régimen que se convierten en aprendices de brujo de una ultraderecha en auge.
En nuestra incapacidad de construir propuestas y relatos alternativos contra hegemónicos a los discursos xenófobos, racistas y de odio de la extrema derecha se encuentra el principio de nuestra derrota.
*Diputado de la izquierda en el Parlamento Europeo