El año estuvo marcado por el signo de la tragedia. Es el tenaz, el terco signo de nuestros tiempos. Condiciones brutales de la existencia humana que no cambian, son surtidores de conflictos y de dramas continuos.
Los mayores son las guerras y la migración. Con información de la ONU y otras fuentes, la Wikipedia registra 56 guerras y conflictos activos en el mundo: 56. El informe incluye conflictos interestatales, intraestatales y no estatales en los que hay uso de la fuerza entre dos o más grupos armados organizados. En el número uno, la guerra de Estados Unidos contra Rusia mediante soldados ucranios, en territorio de Ucrania.
El número de bajas difiere según las fuentes consultadas, pero involucra a cientos de miles de seres humanos. Su origen más próximo es la guerra del Donbás de 2014-22. El número dos, es la masacre del gobierno sionista de Israel contra los palestinos de Gaza; el origen se halla en la invasión de 1948 a Palestina cuyo propósito fue crear por la fuerza de las armas el Estado de Israel. Un genocidio sostenido desde siempre por Washington.
Los disfraces cayeron desde el 7 de octubre cuando Hamás asesinó a más de mil israelíes: en la farsa, Netanyahu es el malo con las bayonetas y Biden el que le pide que no sea demasiado tosco. Es la guerra con el mayor potencial de conflicto internacional; la historia de esta pesadilla parece estar en sus prolegómenos. Israel y EU han abierto una herida que durará por un tiempo inmemorial.
No hay dibujo posible de un futuro previsible mínimamente armónico, después del daño que estos países ya provocaron. Las 56 guerras tienen un número acumulado de muertes indecible. El sufrimiento humano actual, presente en el cada día, es necesariamente indescriptible, y permanece ajeno a la inmensa mayor parte de los humanos del planeta.
En gran medida debido a esta realidad, varios de los estados nacionales involucrados lejos de estar abocados a detener esos conflictos, son los que los provocan. En el número siete, con un estimado de 350 mil muertos a fines de 2021, el informe incluye a México, con un conflicto que describe como “guerra contra el narcotráfico”, originado en 2006. El segundo enorme “problema” de nuestros días (de nuestros años), es la migración.
Lentamente va quedando claro para todos que sí, hay un grave problema; pero no son los migrantes, ellos son las víctimas de unas sociedades que los expulsan o los impelen a migrar. La suma de los recursos que los estados nacionales gastan en sus conflictos de guerra sería seguramente suficiente para atender ese problema.
Pero la política falla miserablemente: los ciudadanos neoliberales, atomizados como son y están, no actúan frente a sus propios estados, ni parece interesarles. Del 13 al 15 de este diciembre tuvo lugar en Ginebra el Foro Mundial sobre Refugiados. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, advirtió que los recursos para apoyar a los refugiados están “sometidos a una enorme presión, especialmente en el sur global, que soporta una carga desproporcionada”.
Señaló que había sido un año de “intensa división política, conflictos y catástrofes climáticas” que han empujado a un número récord de personas a huir. “Desde el Sahel a Afganistán, Siria y Yemen –a la República Democrática del Congo, Myanmar y Somalia– hasta la devastación total que estamos presenciando en Gaza”, subrayó que las “pesadillas humanitarias” han creado y agravado el desplazamiento de 114 millones de personas durante 2023, 36 millones de las cuales son refugiados.
Datos desmesurados de un grave problema mundial que podría convertirse en un gran proyecto de desarrollo para los países generadores de migrantes. Como en todas partes, México padece ambos problemas de modo interrelacionado: conflictos violentos y desplazamientos y migración, severamente agravados por la conversión de México en país receptor y de tránsito migratorio. Son problemas insolubles en el marco nacional.
La de México no es sólo una “guerra contra el narcotráfico”, sino contra el crimen organizado. Felipe Calderón echó a andar el proceso de creación de la delincuencia organizada. Asoció el poder político con una delincuencia que rápidamente creció y diversificó sus actividades delictivas.
El cártel de Sinaloa, el cártel de Tijuana, el cártel de Juárez, el cártel del Golfo, los Beltrán Leyva, La familia michoacana, el cártel Jalisco nueva generación, el cártel del noreste, Los Viagra, Los Rojos, Los Zetas y Los caballeros templarios, comenzando por estos dos últimos, los 12 grupos delincuenciales entraron en número cada vez mayor de actividades delictivas: trata de personas, tráfico de migrantes, extorsión/cobro de piso, secuestro, piratería, robo de combustible, robo de vehículos, tala ilegal, extorsión a mineras, tráfico de agua, tráfico de equipo médico y medicamentos.
Pobreza regional e inseguridad obligan a la 4T a realizar un nuevo y más profundo diagnóstico, con la sociedad, y a diseñar un nuevo programa para enfrentar tan enorme desafío.