El lunes, el secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, anunció que Washington encabezará una coalición de 10 países contra las autoridades hutíes de Yemen, quienes han puesto en jaque el comercio internacional mediante ataques contra cargueros y otros navíos que tengan bandera de Israel, se dirijan a ese país o sean propiedad de israelíes, hasta que Tel Aviv permita la entrada de ayuda humanitaria a la franja de Gaza.
La intervención yemení en el conflicto que se desarrolla en Medio Oriente ha supuesto un fuerte golpe a los planes de Israel y sus aliados para exterminar a la población palestina. Yemen, ubicado en la esquina suroccidental de la península arábiga, posee las condiciones para interrumpir el tráfico marítimo en el estrecho de Bab el-Mandeb, paso obligado para las embarcaciones que usan el Canal de Suez, por donde transita 10 por ciento del comercio global. Bastó con que las milicias hutíes atacaran 10 barcos para que cuatro de las cinco mayores compañías navieras del planeta cancelaran todas sus operaciones en la zona, lo que supone un desvío de varios días en rodear África. Como los hutíes no atacan a los buques rusos ni chinos, su irrupción en el tablero geopolítico supone un golpe múltiple para los intereses occidentales: encarece su comercio, refuerza la posición de sus principales competidores, trae de vuelta un desquiciamiento de las cadenas de suministro que tantos quebraderos de cabeza causó durante los últimos dos años, debilita económicamente a Israel, y obliga al bloque leal a Washington a estirar todavía más unas capacidades militares que ya se encuentran exhaustas por la entrega de armamento a Kiev y Tel Aviv.
Pese a la bravuconería con que el gobierno de Joe Biden ha anunciado su Operación Guardián de la Prosperidad
en el Golfo de Adén y el mar Rojo, lo cierto es que hasta ahora no ha lanzado ningún ataque directo contra la milicia yemení. A lo largo de la semana se ha especulado que Estados Unidos sencillamente no cuenta con las capacidades para ampliar sus despliegues bélicos, y las dificultades también se reflejan en declaraciones como la del jueves, cuando el Pentágono afirmó que contaba con el respaldo de 20 países, pero se abstuvo de nombrarlos. Hasta ahora, todo indica que, a excepción de Baréin, ningún Estado árabe se sumará a la coalición, aunque nominalmente muchos de ellos son aliados cercanos de Washington.
La decisión de Biden de responder al desafío yemení con el envío de barcos de combate es el peor de los caminos posibles. Amenaza con dar dimensiones regionales e incluso globales a un conflicto local, y para colmo lo hace en defensa de un régimen neofascista que lleva adelante un genocidio contra una población inerme. Resulta especialmente deplorable que la superpotencia se muestre dispuesta a iniciar una Tercera Guerra Mundial por complicidad con Israel en la misma semana en que dos grandes medios estadunidenses sin ninguna sospecha de simpatías hacia los palestinos revelaron que las fuerzas armadas israelíes lanzaron de manera sistemática bombas del más alto poder en las áreas hacia las que ellos mismos ordenaron el desplazamiento de civiles. Fue también la semana en que el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, denunció que 136 trabajadores de las Naciones Unidas fueron asesinados en Gaza en sólo 75 días, la mayor masacre de personal del organismo en toda su historia. Asimismo, es probable que mientras se leen estas líneas se haya alcanzado la macabra cifra de 100 periodistas asesinados en menos de tres meses. Nunca, en ningún país, se ha eliminado a tantos comunicadores en un año completo.
Detener toda esta barbarie no requiere que la administración demócrata derroche cientos o miles de millones de dólares en patrullar un área localizada a 11 mil kilómetros de sus costas, ni que arriesgue la vida de sus militares y su menguante credibilidad en el empeño de abrir un nuevo frente de guerra. Basta con que frene las remesas de armas y dinero a su aliado criminal de guerra Benjamin Netanyahu, y con que deje de bloquear todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que llaman a un cese al fuego en una matanza cuyas víctimas son, de manera abrumadora, mujeres y niños.