Tras dos semanas de intensas discusiones y una carrera a contrarreloj, finalizó un día después de lo señalado la COP28 en Dubái. Los dirigentes de esta cumbre climática la consideran histórica por un pacto sin precedente para luchar contra el calentamiento global. En éste se habla de dejar atrás los combustibles fósiles, recortar drásticamente las emisiones y acelerar la transición hacia las energías renovables. El acuerdo lo firmaron los casi 200 países reunidos en Dubái. El texto sólo menciona explícitamente el caso del carbón, pidiendo “acelerar los esfuerzos para reducir su uso”.
¿Por qué lo consideran histórico? Por exigir: 1) una transición pronta y justa para abandonar el uso de los combustibles fósiles; 2) la necesidad de acelerar con tal fin las acciones en lo que resta de la presente década, y 3) la promesa de alcanzar la meta de cero consumo de tales energéticos en 2050. Todo lo anterior teniendo en cuenta la opinión de la ciencia y en que cada país adapte lo aprobado a sus circunstancias económicas y sociales.
Es importante destacar lo tocante a la ciencia. El acuerdo virtualmente acepta la más reciente opinión del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), el cual advierte que para eliminar la posibilidad de un calentamiento extremo del planeta es indispensable reducir las emisiones 43 por ciento para 2030, 60 por ciento para 2035 y llegar a cero en 2050. A esto se suma el llamado a bajar las emisiones ocasionadas por el tráfico vehicular en carreteras y ciudades, así como las de metano, y a que cada país presente sus nuevos planes de reducción de emisiones a más tardar el próximo año.
Y aquí es donde se cuestiona el triunfalismo por lo aprobado en Dubái, que países como México establezcan efectivamente su plan de reducción de emisiones, apoye prioritariamente las energías renovables y adopte políticas que faciliten duplicar la eficiencia energética; además, en paralelo, impulsar las tecnologías de cero emisiones. Es el gran pendiente, pues la política energética del gobierno descansa en el consumo de hidrocarburos y carbón. Apenas recién se anunció que se impulsará el uso del ferrocarril para transportar pasajeros. La red se desmanteló en aras de los intereses de la industria automotriz, en especial la de Estados Unidos. Igualmente el transporte en las ciudades aumenta vía el automóvil, ante la falta de un sistema de transporte público eficiente y moderno.
Mientras los delegados oficiales a la cumbre festejan los logros alcanzados, Arabia Saudita, Irak y otros países productores de gas y petróleo mostraron su desacuerdo con cerrar la llave a su fuente de ingresos más importante. Alegan que impactará sus economías y su sistema de vida, por cierto autoritario y desigual en todo sentido. A lo anterior se suma el uso creciente en la Unión Europea del carbón y el gas por los problemas derivados de la invasión rusa a Ucrania y la desestabilización debido a la destrucción y matanza indiscriminada de civiles en Gaza (cerca de 30 mil, la mayoría mujeres, niños y bebés) por el ejército israelí.
Otro dato que llama al pesimismo sobre el cumplimiento de lo acordado en Dubái es el ascenso de la ultraderecha en Estados Unidos, la cual niega que el cambio climático se deba a las acciones del ser humano. Su líder, Donald Trump, será un factor decisivo en las próximas elecciones. Bien se conoce el daño que ocasionó cuando fue presidente: protección a las trasnacionales de hidrocarburos, retiro del Acuerdo de París, debilitamiento de las agencias que trabajan en pro de un aire limpio. Con un patético Biden debilitado por su incondicional apoyo a Ucrania y a Israel; con un congreso que no le es afín, cualquier proyecto que presente para reducir el uso del petróleo, el gas y el carbón topará con pared.
En Dubái, acuerdos calificados de históricos; lo mismo se dijo hace ocho años al concluir la Cumbre en París. Y ningún país los cumplió. El resultado: aumento de temperaturas y del nivel de los mares; ciclones devastadores; por la sequía, migración creciente de los países pobres hacia el mundo industrializado. Un ejemplo lacerante: África, Medio Oriente, Sur de Asia y el Mediterráneo. Reitero mi pesimismo del lunes pasado: vamos de mal en peor.